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Compartían cubículos en Disney pero no eran amigos cercanos, hasta que uno salvó la vida del otro

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Piense en todas las personas que conocemos pero a quienes, en realidad, no conocemos; esos vecinos y compañeros de trabajo que vemos -pero no tanto- todos los días.

Claro, tal vez nos saludamos. Tal vez incluso tengamos una charla superficial. ¿Qué tal el clima de mayo, o los Dodgers, o nuestro jefe, o ese sofá abandonado en la calle?

Pero, ¿qué pasaría si una de estas personas estuviese sufriendo, o no pudiera dormir por las noches atemorizada -por sus deudas, por ejemplo, o por un terrible diagnóstico de salud-? ¿Podríamos darnos cuenta de que algo está mal? ¿Le preguntaríamos? ¿Notaríamos lo suficiente a simple vista como para darnos cuenta que uno de ellos está en problemas?

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Y si descubriéramos que algo terrible le está sucediendo a alguien que no conocemos bien, ¿saltaríamos a ese vacío que nos separa, para tratar de ayudar?

Estas son las preguntas que me han carcomido en la última semana, porque fui testigo de un gran salto, a una escala enorme, y muy valiente. Observar lo que Keith Michaelis hizo por su compañero de trabajo Binh Nguyen me ha estremecido, por esas situaciones mucho más pequeñas de la vida, cuando alguien en mi entorno más amplio necesitó ayuda y no hice nada, o no hice lo suficiente, o tal vez ni siquiera me di cuenta.

Nguyen y Michaelis, ambos de 44 años, trabajan para Walt Disney Company en Glendale, en una oficina que crea videojuegos basados en películas de la marca. Solían estar en el mismo equipo y hacían uso del mismo grupo de cubículos. Ahora están separados por un pasillo, quizás a 25 yardas de distancia.

Ellos no se han visitado en sus casas, no socializan fuera de la oficina. Sus esposas se conocieron el viernes pasado en un vestíbulo del Centro Médico Cedars-Sinai, mientras los dos hombres se sometían simultáneamente a una cirugía mayor. Se abrazaron y se apoyaron.

Ese abrazo dejó de lado las formalidades de aquí en adelante, porque la suya es una historia fraternal.

Binh está casado con Karen (Morberg-Nguyen), Keith con Cecile; son novios desde la preparatoria. Ambas parejas tienen hijos pequeños. Y Keith acaba de dar un paso al frente para salvar la vida de Binh.

Binh necesitaba desesperadamente un riñón. Keith tenía dos, o, tal como él lo veía, uno de sobra. Llegó al hospital para el trasplante, el viernes por la mañana, irradiando alegría, como si su corazón fuera una insignia prendida a su chaqueta negra, y dijo: “¡Vamos a hacer esto! ¡Hagámoslo!”.

Ahora, una parte de Keith es parte de Binh, y las dos parejas esperan estar conectadas de por vida.

Binh no siempre ha sentido tales conexiones.

Su vida dio un mal giro hace cuatro años, cuando se enfermó y no logró recuperarse del todo. Tenía diabetes pero trabajaba para controlarla con dieta y ejercicio. Tendía a alejarse de los médicos.

Hasta que su cuerpo comenzó a dolerle tanto que debía sentarse para dormir por la noche, y Karen, quien es enfermera, lo convenció de ir a la sala de emergencias.

Le hicieron exámenes y el médico los miró diciendo de manera inolvidable: “Sus resultados de laboratorio no son compatibles con la vida”.

Los riñones de Binh habían fallado. Comenzó a hacerse diálisis: primero en una clínica, luego toda la noche, todas las noches, durante 11 horas seguidas, atado a un dispositivo del tamaño de una impresora láser, en casa.

Pero la diálisis no es una solución a largo plazo, y Binh sentía que su fuerza se desvanecía.

Su hijo, Garret, que ahora tiene nueve años, tenía cinco cuando Binh ingresó a la sala de emergencias. Un par de años más tarde, Garret se volvió hacia él y le preguntó: “Oye, papá, ¿puedes prometerme que estarás vivo cuando crezca?”.

“Me rompió el corazón no poder decirle que sí”, comentó Binh, en la víspera de la operación que finalmente podría cambiar eso.

Binh no es muy cercano a su familia, quien lo trajo a EE.UU cuando era bebé, desde Saigón. Sus padres trabajaban largas horas y él estaba solo en su casa. Más allá de su esposa y su hijo, no ha experimentado un abrazo unido de familia.

También en los últimos años, a medida que se debilitaba, notó que los amigos cercanos se desvanecían. Recientemente le envió a algunos de ellos una carta, principalmente para descargar su dolor. Quería que supieran lo que se sentía al “ahogarse”, “hundirse más y más profundo”, sin que ellos quisieran ayudar. “Si te sientes incómodo al hablar de esto, lo entiendo”, les escribió. “Lo que no puedo entender es que no puedas superarlo lo suficiente para dar un paso hacia algo que se asemeje a la compasión”.

Esto mismo le dificultaba comprender, al principio, por qué Keith estaba dispuesto a darle tanto.

En Estados Unidos, casi 95.000 pacientes están actualmente en la lista de espera de riñones, de acuerdo con la red United Network for Organ Sharing, o UNOS, el sistema de trasplante de órganos de la nación. En lo que va del año, 1.009 personas han muerto a la espera de riñones.

A Binh le habían dicho que en la región de Los Ángeles podía esperar entre ocho y diez años, un plazo que, sabía, quizás no sobreviviría.

Su familia vive actualmente en apartamentos temporales, desde que accidentalmente hubo un incendio en la cocina de su casa, cuando intentaban freír la comida india favorita de Karen -puri- para su cumpleaños, en enero de 2018. Estaba muy deprimido y casi siempre con náuseas; tomaba unas 30 pastillas por día. Sus esperanzas y sus sueños parecían acabados hacía mucho tiempo.

Entonces llegó Keith, uno de los aproximadamente 1.225 donantes de riñón vivos en lo que va del año, que no es ni cónyuge ni pareja del receptor.

Podría pensarse que una persona que decide entregarle un riñón a un compañero de trabajo lo hace desde un lugar de gran seguridad y bienestar -‘miren lo mucho que tengo, lo bien que me va, seguramente me puedo permitir renunciar a algo’-.

Pero la generosidad de Keith es diferente. Está formado en parte por un profundo conocimiento de la pérdida y el dolor, y un deseo de proteger a otros de los estragos que él soportó.

Hace quince años, Keith y Cecile tuvieron a su primera hija, a quien llamaron Noah porque no podían encontrar un nombre de niña que les gustara. Recurrieron al segundo nombre de Bella, para mantener el equilibrio.

Noah nació con defectos cardíacos congénitos, que incluían un sólo ventrículo en lugar de dos y una afección rara llamada síndrome de heterotaxia, por la cual sus órganos estaban dispuestos de manera anormal, con el corazón en el lado derecho de su pecho.

Era una niña mágica, llena de energía y chispa, y sus primeros cuatro años y medio no fueron tan diferentes a los de cualquier otra pequeña. Pero a los cinco años había soportado cuatro cirugías a corazón abierto, y era hospitalizada una y otra vez por muchos otros procedimientos. Inesperadamente, sucumbió a las complicaciones de uno, hace poco más de dos años, a la edad de 13.

Noah, relatan Keith y Cecile, era “un alma vieja”, que desde muy temprana edad amaba hacer cosas por los demás. Quería ayudar a los animales y niños con problemas como el suyo. A los cinco y medio, después de una serie de cirugías, regresó a casa desde el hospital, donde se había sorprendido al recibir un paquete del Día de San Valentín de parte extraños, que contenía calcetines, dulces y ositos de peluche.

La chica quiso organizar una fiesta de carnaval para recaudar dinero y así enviar más de estos paquetes a otros. Así comenzó el “Festival de la vida de Noah”, un evento anual que continúa a través de una fundación en su nombre. En el momento de su muerte, estaba en medio de un proyecto de Girl Scouts para ayudar a las personas sin hogar. Había conseguido que una compañía donara almohadas para ellos, y que sus amigos cosieran fundas.

Keith acababa de regresar de una licencia prolongada después de la muerte de Noah -seguida poco después por el nacimiento de otro hijo, Henry- cuando se dio cuenta de lo mucho que Binh se había deteriorado.

“Parecía cansado. Caminaba en cámara lenta”, contó Keith. Unos días después, Binh llevó a su hijo a la oficina, como lo había hecho muchas veces. “Recuerdo haber visto a Garret y realmente sentir el impacto. Pensé: ‘Ése es su hijo y Binh es su padre, y me duele pensar que Binh podría morir, y que su hijo y su esposa ya no lo tendrían con ellos’”, contó Keith. “Me hubiera dolido hasta el final de mis días si no hubiera intentado al menos ver si yo era compatible. ¿Qué pasaría si él muriera dentro de un año, y yo ni siquiera lo hubiera intentado?”. Le dijo a Cecile cómo se sentía, y ella estuvo de acuerdo.

“Cuando me dijeron que era compatible, fue algo tan poderoso; se sintió tan bien”, afirmó Keith recientemente, en la acogedora sala de estar de su casa de Winnetka. “Como me gustaría que más personas pudieran sentir esto. Porque es increíble saber que puedes hacer algo por alguien”.

Dijo que Noah le enseñó que la vida puede ser cruelmente corta; ya basta de ‘habría, podría, debería’ haberlo hecho para él.

Junto con Cecile hablan con su hija a menudo, a veces juntos, a veces en su habitación, que aún luce como la chica la dejó. Su colección de animalitos de felpa todavía la espera. Sus estantes están llenos de sus Nancy Drew y los otros misterios que le gustaba disfrutar por horas y horas. Sus cajones de la cómoda todavía están cubiertos con sus pegatinas. Cecile ha guardado las camisetas como pequeños bultos, al estilo Marie Kondo (consultora de organización japonesa), dentro de ellos.

El trasplante no ha sido un milagro instantáneo. Binh permanece en el hospital, todavía débil, aún en adaptación. Ha habido algunas complicaciones, que están tratando de resolver.

El sábado por la noche, estaba en la habitación de Binh cuando Keith, vestido con su bata de hospital y calcetines amarillos antideslizantes, trasladó su suero intravenoso, se encorvó, dio algunos pasos con suplicio, hizo una mueca y al mismo tiempo sonrió. Binh, con atuendo similar, estaba en una silla, apretando firmemente el botón que administraba sus medicamentos para el dolor. Gentilmente inclinaron sus cuerpos uno hacia el otro, para abrazarse. No fue fácil; ambos estaban doloridos.

Cuando Keith y Cecile regresaron exhaustos a su habitación, unos pisos más arriba, Karen y Binh hablaron sobre la amabilidad y el significado de ese sentimiento hacia los demás, a cualquier escala.

Tuvieron suerte de que el empleador de Binh haya sido tan generoso, que un grupo de amigos los haya rodeado y mantenido a Garret ocupado.

Realmente, expresó Karen, en medio de todo esto, la suya es una historia acerca de ‘ser notados’.

Al igual que la pequeña comunidad que los ha rodeado de cuidados, Keith vio a Binh, vio su necesidad, y no desvió la mirada ni se alejó.

Nita Lelyveld quiere conocer su historia de L.A. Puede enviarle un email a citybeat@latimes.com.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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