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Entrevista con Martín Solares: ‘Escribir sobre las cicatrices’

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Cuando escucho el nombre de Martín Solares, mi mente va al encuentro nemotécnico del Canto primero de ‘La divina comedia’, escrito en estrofas de tres versos endecasílabos, el exordio de la aventura, situado en la Selva oscura, en ese camino que dirige al purgatorio.

En especial, rememoro con mucho gusto los siguientes versos: Eres tú mi maestro, eres mi autor; eres tú sólo aquél, de quien yo hurto mi bello estilo, que me ha dado honor.

Martín Solares es escritor y crítico literario. Trabajó su doctorado en La Sorbona. Actualmente vive en México y trabaja como editor.

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Recientemente publicó ‘Catorce Colmillos’ (Literatura Random House) en donde Solares hace el experimento de trasladar la novela policiaca al terreno de lo fantástico y sobrenatural, a través de Pierre Le Noir, el detective más joven de la Brigada Nocturna de la policía parisina de 1927, quien busca resolver casos de ultratumba, en los que están relacionados los poetas surrealistas franceses.

En esta extensa y profunda entrevista con el autor, desentramamos conceptos como la edición, los procesos y los tiempos de la creación literaria, el estilo en la narrativa, el dibujo de la novela, el título y la adaptación cinematográfica; una entrevista que se asemeja más a una cátedra o taller literario que a una charla entre amigos, y en la que se manifiestan, como granitos de oro, aforismos valiosos que son luz en el oficio de la escritura:

La ficción siempre debe brillar sobre las cicatrices.

Escribir en la madrugada, antes de que se despierte el mundo, y sobretodo, antes de que recuerdes cuáles son tus obligaciones en la vida práctica.

La ficción es un ser vivo sumamente complejo, que, como todos los seres vivientes, se resiste a ser encasillado con unos cuantos adjetivos.

La ficción es una de las más delicadas invenciones humanas: basta equivocarse en una palabra para que la ilusión caiga estrepitosamente.

Cuando la empresa crece, llega también la obligación de ofrecer “novedades” cada mes a ciertos libreros, lo cual no siempre significa publicar libros esenciales, sino basura vergonzosa y prescindible.

La literatura es un tipo particular de magia verbal, hecha de detalles nimios pero indispensables.

Los títulos de las novelas son como los títulos de los nobiliarios: hay que trabajar mucho para estar a la altura de ellos.

¿Cómo es tu proceso de creación? ¿Cuánto tiempo inviertes en escribir una novela?

Escribir sobre las cicatrices es una de las cosas más difíciles que hay sobre la tierra. Además, hay que escribir de tal modo que las cicatrices personales y las opiniones del narrador sean invisibles, como las costuras de un traje hecho a la medida, a fin de que el lector pueda disfrutar plenamente el relato, sin toparse con la vida privada del autor.

La ficción siempre debe brillar sobre las cicatrices. Por pensar así, escribir ‘Los minutos negros’ me llevó siete años, y en ‘No manden flores’, ocho más. Así que llevo más de 15 años hablando de la violencia en el estado de Tamaulipas.

Reflejar la violencia es patrimonio de los periodistas —que ya hacen, algunos, un trabajo admirable. Lo que nos toca a los narradores es evaporar los ingredientes de esa violencia, destilarlos y con el aroma resultante crear algo distinto, que evoque pero que no refleje el tema original. Sólo así se consigue hacer ficción. Es un proceso químico largo, que no debe interrumpirse, y que funciona mejor cuando se hace con una disciplina y horarios fijos.

Por eso suelo escribir en las madrugadas, antes de que se despierte el mundo, y sobre todo, antes de que recuerde cuáles son mis obligaciones en la vida práctica. Como he podido comprobar, si uno despierta y se pone a escribir, las preocupaciones tardan una hora más en alcanzarlo a uno. Suelen ser latosas, pero haraganas, y el escritor puede aprovechar ese pequeño momento de gracia para escribir un par de cuartillas antes de que el mundo empiece a girar.

Luego suelo hacer cosas prácticas por un par de horas y regreso a escribir sin interrupción hasta el mediodía. Por la tarde hago más cosas prácticas, salvo que esté en una novela, pues en ese caso prefiero encerrarme y registrar todo lo que la imaginación quiera darme. No hay, recetas para escribir una novela. Algunas se escriben por dentro durante veinte años, y se escriben en dos o tres meses; otras se van escribiendo ellas solas durante muchos años, hasta que se desprenden de los cuadernos y salen a buscar a su lector.

Elena Méndez, de la Universidad Complutense de Madrid, describe tu obra como “de ritmo ágil y, pese a la violencia imperante, hay resquicios de humor y de ternura que equilibran la trama”. ¿Cómo describirías tu narrativa?

Como he podido comprobar, la ficción es un ser vivo sumamente complejo, que, como todos los seres vivientes se resiste a ser encasillado con unos cuantos adjetivos.

Para describir una novela o un libro de cuentos tendríamos que recurrir a distintos tipos de análisis y preguntarnos de qué está hecha su prosa, qué tipo de recursos estructurales apuntalan la historia, cómo se construyen los personajes, cuáles son las leyes que rigen el paso (o la interrupción) del tiempo dentro de sus coordenadas y qué fenómenos curiosos, dignos de la mejor literatura, provoca cada coctel.

Una vez vi una escultura de Joseph Beuys que consistía en el tronco de un árbol esculpido con tosquedad por un instrumento muy afilado. El resultado era impresionante, pero si alguien intentara tocar esa escultura, las imperfecciones de la superficie le lastimarían las manos. Toda proporción guardada, eso fue lo que intenté hacer en el caso de mis primeras dos novelas, que pretenden hablar sobre el pasado, el presente y el futuro del estado de Tamaulipas, a través de

hechos de ficción que ocurren en unas cuantas ciudades imaginarias.

La solución más sincera que encontré para hablar de la violencia que viene de lejos fue eliminar todo artificio, todo adorno supuestamente estilístico, y sólo permitir el humor y la poesía que surgen del mismo material de forma tan inesperada y contundente como una explosión.

Trabajé bajo esos principios en ‘Los minutos negros’ y me propuse ir más allá en ‘No manden flores’. Ahora comprendo que mi imaginación necesitaba un descanso y fue por eso que luego de pagar esa deuda al estado de Tamaulipas, escribí ‘Catorce colmillos’ entre carcajadas, pero con un nivel de exigencia superior.

Como sabes, esta última es una novela policiaca en la que un detective debe resolver un crimen que apunta a hechos inverosímiles. Mi reto era usar los trucos de las novelas realistas para lograr que existieran algunos personajes y ciertos hechos fantásticos. Usar microscopios y cámaras de alta precisión para registrar el paso de los fantasmas. ‘Cómo dibujar una novela’ es una teoría evolutiva sobre la escritura de este género, incluye las rutinas de varios narradores que explican cuánto trabajaron en escribir ciertos libros que marcaron la literatura, y analiza varias interesantes particularidades de este género.

¿De dónde proviene tu obsesión por dibujar la novela?

Creo que de mi trabajo como editor: para mostrarle a algunos autores cómo estaban construyendo sus relatos, y cómo podrían mejorarles, empecé a dibujar sus estructuras, los capítulos que se apartaban del esfuerzo central y aquellos que crecían coherentemente alrededor de una historia, provocando un resultado artístico de alto nivel.

Luego dibujé algunas estructuras novelescas en mi tesis de doctorado en La Sorbonne —y gracias a la amabilidad y apertura de mis sinodales, sobreviví para contarlo.

Ese libro de ensayos al que te refieres, que ahora está traducido al francés y se traduce actualmente al inglés, me llevó 10 años de investigación y reflexión. Quería hablar de esas dudas importantes que nos aquejan a los escritores de ficciones cada vez que tenemos entre manos un trabajo decisivo: ¿cómo empezar? ¿Hay alguna estrategia imperecedera o van cambiando con el paso del tiempo? ¿Hay algún método para atraer la atención del lector que ha demostrado ser irresistible? ¿Cómo se construyen los personajes de un relato, y cómo lograr que cobren vida propia? ¿Qué sucede cuando el paisaje se convierte en un personaje del relato? Si los relatos fueran automóviles, ¿hay una velocidad mejor que otra para contar una historia de ficción?

Eso quise saber, y por eso me dediqué a buscar las posiciones más autorizadas al respecto, de parte de todos aquellos que han escrito o reflexionado sobre la ficción literaria, teatral o cinematográfica.

¿Cómo fue que iniciaste tu oficio como editor en 1994 como freelance para ERA?, aunque expresas que tu primer trabajo de planta “interesante, subyugante y muy novelesco” fue para Tusquets.

A Ediciones Era me invitó Marcelo Uribe, y fue una de las mejores cosas que me han pasado en mi vida. La felicidad y el compromiso con el que hice mis primeros dictámenes, la exigencia con que me vi obligado a corregir algunos textos, fueron mi escuela inicial.

Siempre le estaré agradecido a Marcelo y a Paloma Villegas, a Neus Espresate, por confiar en mí. Publicar después con ellos ha sido también motivo de muchos momentos de felicidad.

Poco a poco eso, y las clases que di en la Ibero, más la escritura de entrevistas en los diarios mexicanos, me fueron preparando para algo mayor. Cuando abrieron las oficinas de Tusquets en México, Guillermo de la Mora e Isabel Lasa me invitaron a trabajar de tiempo completo con ellos. Allí empezó una aventura subyugante, adictiva, obsesiva, que cambió por completo mi relación con la literatura, en la medida en que me obligó a detectar si algo fallaba en los manuscritos recibidos, y de ser así, cómo podría mejorarse.

Las zonas aburridas, que se separan caprichosamente del tema principal sin añadirle nada importante o notable; las zonas oscuras, en las que hace falta mayor precisión, y las zonas deliberadamente nebulosas, que deben respetarse palabra por palabra, a fin de que la magia pueda ocurrir.

Porque la ficción es una de las más delicadas invenciones humanas: basta equivocarse en una palabra para que la ilusión caiga estrepitosamente. Sobre ello escribí y sigo corrigiendo un ensayo al respecto, mi “Teoría de los tigres y otros riesgos que acechan al escritor de ficciones”, con el cual gané el premio nacional de ensayo José Revueltas, y que pretendo entregar el año que viene.

¿A qué autores has descubierto bajo el oficio de la edición, de quiénes te sientes más orgulloso?

Agradezco la generosidad de autores mucho más sabios y experimentados que yo, que tuvieron la amabilidad de escuchar mis opiniones, e incluso mejoraron sus manuscritos en alguna medida a partir de ellas.

De los más ambiciosos aprendí cuán necesario es mantener los oídos atentos a las objeciones. Tuve el honor de participar en la edición de unos 300 libros magníficos hasta que, al comprobar que llevaba 22 años en el oficio, y que necesitaba terminar los libros que llevo dentro, decidí dejar de trabajar en el mundo editorial, a fin de mejor crear mis propios personajes, paisajes, historias e ideas. ¿Cómo es publicar solo “grandes logros”? Eso lo que deberíamos buscar todos los editores.

Pero cuando la empresa crece, llega también la obligación de ofrecer “novedades” cada mes a ciertos libreros, lo cual no siempre significa publicar libros esenciales, sino basura vergonzosa y prescindible. El editor debe ser el mejor guardián del lector: hacer todo lo que esté en sus manos para ofrecerle sólo lo mejor de la literatura: hallazgos y no vacilaciones.

¿Por qué ‘El centro de la ansiedad’, ganadora del Premio Nacional de Literatura Efraín Huerta en 1998 aún sigue inédita?

Me ofrecieron publicarla en un par de ocasiones, pero considero que no es indispensable publicar los textos en los que uno busca su estilo, sino aquellos en los que ya lo encontró. Al menos eso fue lo que me propuse.

Has dicho que el título es el primer reto del novelista. ¿Qué otros títulos tenía ‘Los minutos negros’ antes de ser publicada?

Siempre tuvo ese título. Me ofrecieron cambiarlo a ‘Los minutos oscuros’, pero con ese ligero matiz habrían destruido la pesadilla con que inicia mi novela.

Como te dije, la literatura es un tipo particular de magia verbal, hecha de detalles nimios pero indispensables. Los títulos de mis novelas se me ocurren en el mismo instante que la escena inicial.

Los tres me parece que funcionan, o que incluso, no son fallidos: una vez que te llega un buen título, lo único difícil es escribir una novela que esté a la altura de él. Los títulos de las novelas son para mí como los títulos nobiliarios: hay que trabajar muy duro para estar a la altura de ellos. En la medida en que los títulos representan la primera frase de la novela y la primera oportunidad para provocar un tipo particular de magia en la mente del lector.

Háblanos de la adaptación al cine de esta novela, misma que dirigirá Mario Muñoz.

Parece ser que en este mes de diciembre —ahora sí— empezará la filmación. Ojalá. Mario Muñoz tiene todo mi agradecimiento por su persistencia en este proyecto, que desde el principio ha enfrentado grandes retos, como es la imposibilidad de filmar a lo largo de Golfo de México, donde no existen las condiciones mínimas de seguridad para los involucrados.

En el guión trabajamos el mismo Mario y un servidor, y fue un estupendo aprendizaje, que duró 3 años. Para mí fue una oportunidad estupenda para tratar de averiguar en dónde radica la frontera entre un relato literario y uno cinematográfico, por qué algunas narraciones nos parecen plenamente cinematográficas y a qué se debe que los guiones no pueden estar escritos con un estilo rebuscado o artificial.

Todo esto que he aprendido sobre la edición, sobre los guiones de cine y sobre aquello que sólo una novela puede comunicar forma ya parte de mí y con eso intenté escribir ‘Catorce colmillos’.

La experiencia fue tan feliz que terminé ya otra aventura con el mismo protagonista, Pierre Le Noir, el más joven de los detectives de la policía parisina, en particular de la Brigada Nocturna, el departamento especializado en investigar crímenes imposibles de resolver por vías racionales. Siempre quise ser joven en París en los años veinte y me permití vivir una de las épocas más interesantes en el mundo de la literatura a esos años en que disputaba con los dadaístas. Fue una aventura que viví sin dejar de reír. CLARO.

¿Qué te significa tu última novela ‘No manden flores’, que por cierto se publicará en inglés este mes?

No manden flores ha sido la más ambiciosa y absorbente de las novelas que he escrito. Para escribir “Los minutos negros” entrevisté psiquiatras, paisanos y periodistas que han trabajado en el Golfo de México, pero sobre todo, policías.

No quería imitar las novelas de Chandler ni de Hammett, que admiro profundamente, sino tratar de crear un investigador verosímil y arrebatador a partir de los policías que existen en los puertos mexicanos. Así nació Vicente Rangel, y la oscura constelación de colegas que lo rodean en Los minutos negros, pero para No manden flores, hubiera equivalido a un suicidio tratar de investigar con el mismo sistema.

Además, en este caso las historias tristemente me llegaron a mí: no tuve que salir a buscarlas. Decenas de personas me contaron las extorsiones, secuestros, robos, balaceras o hechos atroces que vivieron durante buena parte del periodo presidencial de Felipe Calderón.

Me tocó presenciar algunos, por supuesto, entre ellos un par de balaceras, y de esos sustos y de esa rabia y de una gran necesidad de contar los extremos a que puede llegar una ciudad sin justicia nació No manden flores.

En algún momento de la escritura comprendí que para resolver un secuestro en el Golfo de México como el que cuento en esta historia eran necesarios dos tipos de investigadores: un detective que brilla por su capacidad para seguir pistas, como es el caso de Carlos Treviño, y un hombre brutal, capaz de enfrentar a muchos de esos verdugos, como es el comandante Margarito.

Pero de inmediato surgió una gran rivalidad entre ellos. Escribir esa novela fue presenciar cómo dos tiburones muy oscuros competían a muerte por la misma presa.

Hace años que los políticos mexicanos dejaron de prometer que harán justicia cueste lo que cueste, cada vez que ocurre un enésimo hecho criminal. En buena medida, porque han sido rebasados o enredados por los delincuentes.

Con esa idea en mente hice un experimento literario: me dije que yo tampoco emplearía la palabra “justicia” una sola vez en toda la novela y empecé a escribir. Así surgió el más tenebroso de los escenarios, en el que también me propuse averiguar cuánto tiempo podría seguir con vida un detective como Sherlock Holmes en caso de que se viera obligado a trabajar en el Golfo de México.

Pero sobre todo, quería mirar el México en el que vivo a través de los ojos de esos seres complejos, adictivos y esencialmente críticos, capaces de abrirnos los ojos con una carcajada o una pesadilla, a los que llamamos novelas.

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