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Entrevista a Hugo García Michel: ‘La brecha del editor’

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En 1994 se fundó La Mosca en la Pared; una revista de periodismo musical. Crítica, profesional, profunda, “respetuosa del idioma español” y con las suficientes dosis de humor y sarcasmo; en las palabras de su editor, Hugo García Michel (Tlalpan, CDMX, 1955), quien ha recibido miles de insultos, mentadas e improperios por nombrar al rock nacional mexicano con un diminutivo peyorativo.

La Mosca en la Pared tuvo dos épocas. La primera duró seis meses (de febrero a julio de 1994) y la segunda, se alargó durante doce años (de 1996 a 2008). Se publicaron 125 números en un gran esfuerzo editorial. Hablé de ello con Hugo García Michel, y también, de su más reciente libro Emiliano (Ediciones Beso Francés, 2017), novela de la Revolución, basada en la vida de su abuelo, Emiliano García Estrella, diputado constituyente por Sinaloa. Un retrato no sólo del movimiento revolucionario, sino de lo que era el periodismo en la Ciudad de México en los años veinte del siglo pasado.

Has dicho que escribes como si fueras un músico de jazz. ¿Podrías desarrollar esta idea?

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Me refiero a que al empezar a escribir tengo un tema central, pero no planeo una estructura para desarrollarlo. Las palabras y las reflexiones (o la narración, si se trata de un texto literario) me van saliendo como si interpretara un solo de piano, de sax o de guitarra en una pieza de jazz. Es una improvisación que sale de no se dónde, pero que normalmente sale bien.

¿Cómo aparece en tu vida el personaje de Esteban Leyva?

Cuando escribí mi novela Emiliano (2017) no quise hacer una biografía lineal que pudiera resultar cansina y aburrida. Se me ocurrió entonces crear un personaje ficticio que jugara el papel de contrapunto amistoso con don Emiliano García y me inventé a un periodista de 27 años que en 1921, cuando da inicio la novela, trabaja como reportero para el periódico El Universal.

El personaje tiene vida propia y vemos sus peripecias profesionales y sentimentales en la Ciudad de México durante los años veinte del siglo pasado, una época, la post revolucionaria, muy rica en lo cultural y lo artístico. Se trata en realidad de mi alter ego y lo nombré Esteban porque así se llama el personaje de una novelita infantil que escribí cuando tenía 17 años. El apellido Leyva es en homenaje a mi querido amigo, el periodista Ciro Gómez Leyva.

Tu abuelo, Emiliano C. García, se significó como hombre de lucha, defendiendo a las víctimas de las fatídicas cuerdas y fue miembro del Partido Liberal, fundado por los hermanos Flores Magón, primeros anarquistas en México. ¿Qué representa todo esto para ti?

Representa antes que nada un orgullo. Como soy un crítico de Andrés Manuel López Obrador y de su partido, Morena, mucha gente me acusa de derechista. Pero yo me considero un hombre de izquierda y siempre lo he sido. Incluso milité en el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) que presidía el ingeniero Heberto Castillo, el único político por el que pondría las manos al fuego.

En ese partido había una gran influencia ideológica de los Flores Magón. Soy de izquierda, soy liberal y soy demócrata. Por tanto, comulgo con todo lo que fue mi abuelo como luchador social antes, durante y después de la revolución mexicana.

Asimismo, Emiliano García fundó, a la par de Regeneración, varios periódicos de combate, labor que continuaste al instituir La Mosca en la Pared, una revista de combate, pero al “rockcito nacional”. Todo está en la sangre. Háblame de ello.

Bueno, mi abuelo más que fundador directo de Regeneración era uno de los miembros del Partido Liberal magonista que repartía clandestinamente ese periódico en su pueblo natal, El Fuerte, Sinaloa.

Lo que sí fundó y dirigió posteriormente, en aquel mismo lugar, fue el periódico El Reporter, que de muchos modos continuaba con la tendencia de Regeneración.

Sí creo traer en la sangre la vocación periodística de mi abuelo. En la secundaria publiqué un efímero periodiquito satírico que se llamaba El Embute y en el que yo hacía todo, hasta imprimirlo con tinta y stencil.

Ya en 1979, hace justo 40 años, ingresé en el medio editorial y empecé a hacer periodismo profesionalmente, hasta llegar a dirigir mi propio medio, caso de La Mosca que, más que un medio de “combate” al rock hecho en México, quiso ser una revista que realizara periodismo musical de una manera crítica, profesional, profunda, respetuosa del idioma español y con las suficientes dosis de humor y sarcasmo.

¿Qué datos conoces de la guerrilla “Leales del Fuerte”?

Muy pocos. Prácticamente los que vienen en la novela: que fue un grupo de unos cien nombres que encabezaba mi abuelo Emiliano y que luchó al norte de Sinaloa, usando ciertas tácticas guerrilleras, contra el ejército de Victoriano Huerta.

Háblame de ese personaje solitario que es Humberto Gazca en Matar por Ángela (1997). Cuánto hay de realidad y cuánto de ficción; cuánto había de celos hacia El Animal (baterista de Maná); cuánto de resentimiento a los botellos (Botellita de Jerez) y cuánta animadversión a Todos tus Muertos.

En realidad no entiendo lo de las referencias al baterista de Maná, a Botellita y a Todos tus Muertos, ya que ninguno de ellos aparece en mi novela, ni siquiera de manera disfrazada.

Si dividimos la novela en tres partes, el rival de amores de Gazca en la primera es “El Piporro”, percusionista del grupo ficticio La Móndriga Crisis. Ya el lector dilucidará a qué músico y a qué grupo satirizo. En las partes segunda y tercera, los rivales son respectivamente un periodista y un punk español que quiere ser empresario. Humberto, al igual que Esteban Leyva, es también mi alter ego.

“Tu editor es a la vez tu jefe y tu compañero sentimental: sin él no eres nada, pero no podrás evitar odiarlo”, escribe Joël Dickler en La verdad sobre el caso Harry Quebert (2012). ¿Cómo es que te conviertes en editor y qué hay de cierto en esta frase?

Lo de la frase es bastante cierto. He tenido diferentes relaciones de amistad con los muy diversos editores con quienes he trabajado a lo largo de mis 40 años de carrera y como editor, también he tenido todo tipo de colaboradores. Ha habido de todo con ellos (y con ellas): amistad, afecto, incluso amor, pero también desavenencias y hasta rencores que perduran hasta el día de hoy.

¿Cómo me convertí en editor? Por el camino largo: aprendiendo el oficio desde el principio, cuando entré a trabajar como redactor en la mítica Editorial Posada, justo en 1979. De redactor pasé a jefe de redacción y luego a director de la revista Natura.

Editorial Posada fue mi escuela, mi universidad, el lugar en donde aprendí el oficio de editor de revistas, pero también el de corrector de estilo y el de periodista que luego desarrollé en diversos diarios y revistas hasta fundar La Mosca en la Pared en 1994 y dirigirla hasta 2008. Luego la refundaría efímeramente en 2013-2014.

¿Cómo surge la leyenda “en este número no escribe Carlos Monsiváis”, que lució la portada de La Mosca en la Pared en sus primeras entregas.

En realidad fue un chiste que se me ocurrió de repente. Desde hacía tiempo, toda revista nueva que aparecía, de tipo cultural o político, buscaba la bendición de Monsiváis y era casi de rigor pedirle una colaboración para el primer número.

Yo me negué a caer en lo mismo y con la gente que hacía La Mosca decidimos hacerlo evidente y poner en portada la leyenda: “En este número no colabora Carlos Monsiváis”. Se convirtió en un sello de la revista.

Luego supe que Monsiváis se enfadó, aunque cuando estábamos por sacar el ejemplar número seis, me llamó para decirme: “Oye, ya que están usando mi nombre, al menos invítame a colaborar”. Me pareció un buen detalle el suyo, me ablandé y le propuse entonces una crónica sobre el slam que se practicaba en la periferia del entonces Distrito Federal y aceptó hacerla.

Por desgracia o por fortuna, no lo sé, la revista fue suspendida en esos días por los dueños de la editorial. Era julio de 1994, volveríamos a aparecer hasta principios de 1996 y decidí que era mejor continuar sin la aportación del Monsi. Por cierto, en mi novela Matar por Ángela hay una situación en la que el nombre de Carlos Monsiváis juega un papel importante dentro de una confusión de personalidades.

Convérsame de “Un hilito de sangre”, la columna de Eusebio Ruvalcaba; ¿qué anécdotas recuerdas de él?

Cuando conocí a Eusebio, siendo ambos colaboradores de la sección cultural del diario El Financiero, en los años noventa, nos hicimos buenos amigos y lo invité a colaborar en La Mosca con una columna en la que escribiera de lo que se le pegara la gana.

Así nació “Un hilito de sangre” (él quería que la columna se llamara “¿O no?”, pero lo convencí de usar el título de su novela más famosa y creo que funcionó).

Tengo varias anécdotas con Eusebio, quien por aquellos días vivía a cinco minutos de mi casa, en la Tlalpeña calle de Once Mártires, en la delegación (hoy Alcaldía) más sureña de la capital. Con frecuencia nos reuníamos a desayunar. Él era muy bohemio, pero nunca me llegué a tomar un solo vaso de licor con él.

La única vez que lo vi pasado de copas fue en el Foro Alicia, una noche en la que se presentaba un libro suyo. La presentación se retrasó tanto que, a la hora de la misma, él y los demás ponentes (entre ellos Carlos Martínez Rentería) ya estaban totalmente ebrios. Todo fue muy cómico. Al final estaba convenido que yo tocaría al frente de mi grupo de blues, Los Pechos Privilegiados, y así fue, pero Eusebio se disculpó conmigo y no pudo quedarse a vernos, debido a su evidente estado de embriaguez. Ni hablar.

¿Fuiste víctima de algún atentado por escribir en contra del “rockcito nacional”?

(Risas) No. Fuera de miles de insultos, mentadas e improperios, jamás he sido atacado físicamente. Ni siquiera me han encarado para reclamarme. Una vez, en las instalaciones de la desaparecida disquera BMG-Ariola, me topé en un corredor con Pacho, el baterista de La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio.

Alguien me había advertido que Pacho había dicho que el día que me viera me iba a “romper la madre”, por las críticas que había hecho yo al grupo. Cuando lo vi al otro extremo de aquel pasillo y caminamos uno hacia el otro, como si de un duelo de película del oeste se tratara, me preparé para cubrirme por si me lanzaba un puñetazo o una bofetada. Nada de eso: al estar a dos metros de distancia, abrió sus brazos y me dijo: “¡Hugo, qué gusto verte!”. Nos dimos un abrazo. Creo que fue la ocasión en la que estuve más en “peligro”.

¿Volverá La Mosca?

Yo había jurado que después del fracaso de la revista Mosca en 2013, jamás volvería a intentar su publicación. Pero ya ves cómo es eso de los vicios, uno siempre recae en ellos.

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