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De la ficción a la realidad: Mover una silla de ruedas con la mente

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Antes de que comience a moverse lentamente, fija su mirada. Necesita la máxima concentración para controlar una silla de ruedas con los propios pensamientos. Y para ello necesita muchos electrodos, tecnología médica e informática innovadora, así como mucha investigación.

Sarshar Manouchehr se quedó parapléjico tras sufrir un accidente automovilístico hace diez años y participa en un estudio del Hospital Universitario Bergmannsheil de la ciudad alemana de Bochum.

Junto con expertos de la Universidad Técnica de Lausana, los médicos de Bochum quieren realizar uno de los primeros estudios clínicos en un entorno similar al real y con pacientes reales para averiguar cómo funciona la tecnología que hasta ahora se ha probado principalmente en el laboratorio.

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Ya han conseguido sus primeros logros, pero el experimento también demuestra que aún queda un largo camino por recorrer antes de que la tecnología hombre-máquina pueda proporcionar autonomía a las personas paralizadas en su vida cotidiana.

El paciente que ha participado en este estudio, Manouchehr, de 59 años, expone en público lo que ha practicado intensamente durante dos meses: ser capaz de manejar una silla de ruedas inteligente por un circuito con conos. Esto es posible gracias a la llamada interfaz cerebro-computadora (BCI).

La actividad cerebral puede ser guiada por ideas o con llamadas de atención. Los cambios resultantes en las ondas eléctricas del cerebro pueden medirse con electrodos en la parte superior del cráneo y traducirse en comandos.

Si Manouchehr se imagina que mueve los pies o las manos, la computadora traduce estos impulsos en la orden de conducir a la izquierda o a la derecha. La actividad cerebral se mide con 32 electrodos instalados en una suerte de gorro de piscina negro y rosa, que se acopla a la cabeza.

Sillas de ruedas con control mental o brazos que pueden agarrar cosas mediante implantes cerebrales eran prácticamente ciencia ficción hasta hace unas dos décadas.

Los científicos comenzaron paso a paso a hacer realidad esa idea de la ciencia ficción de la transferencia directa de pensamientos a los robots, las prótesis o las sillas de ruedas.

Muchos BCI dependen de electrodos en el cráneo, como en el caso de Manouchehr. En Estados Unidos también se desarrollan métodos invasivos en los que se implantan electrodos en el cerebro, aunque ello conlleva un alto riesgo de infección.

Hasta la fecha apenas se realizaron estudios con los afectados y en situaciones similares a la realidad, señalan los expertos.

“Este proyecto nos permite ver cómo trabajan los BCI con pacientes reales durante un período de tiempo más largo, desde el laboratorio hasta la clínica, por así decirlo”, señala Luca Tonin, de la Universidad Tecnológica de Lausana, en Suiza.

Hasta ahora no se sabe por los estudios en qué pacientes funciona la tecnología, explica el doctor Thomas Schildhauer, director médico en Bergmannsheil.

Agrega que en Bochum, por ejemplo, se demostró que incluso un paciente con deficiencias cognitivas es capaz de controlar la silla de ruedas después del entrenamiento.

Además, también se busca superar obstáculos cotidianos que ni siquiera se tenían en cuenta en los experimentos de laboratorio. Por ejemplo, los ventiladores, de los que dependen algunos de los participantes, primero tuvieron que ser ajustados para que no interfirieran con la medición del electrodo.

“Claro que tuvimos que luchar con problemas médicos”, indica Mirko Aach, médico jefe del Departamento de Lesiones de la Médula Espinal de Bergmannsheil.

Los parapléjicos, especialmente los que necesitan ventilación, son especialmente susceptibles a enfermar de neumonía, por ejemplo, mientras que otros tuvieron que hacer una pausa debido los efectos de los puntos de presión.

El neurocirujano Ramón Martínez-Olivera destaca otro aspecto: “Para aquellos que no pueden mover ni brazos ni piernas, este proyecto de investigación con un entrenamiento regular supone una enorme hazaña en cuanto a la fuerza, por no hablar de la concentración que requiere un mínimo movimiento”.

Así que no es de extrañar que Manouchehr muestre orgulloso cómo estira sus rígidos brazos al término del curso de entrenamiento.

En última instancia, la gente debería beneficiarse, aun cuando sea con restricciones considerables, pues Manouchehr puede al menos utilizar los brazos de forma limitada.

“En el futuro, cuando veo a alguien en la calle conduciendo una silla de ruedas, me sentiré feliz de haber contribuido en algo”, dice Manouchehr.

Pero los expertos no pueden predecir cuánto tiempo se necesitará hasta conseguir mayores avances.

“Todavía queda mucho trabajo por hacer antes de poder ayudar a los afectados”, señala Rüdiger Rupp, experto en BCI del Hospital Universitario de Heidelberg, cuando explica este trabajo de sus colegas.

Hasta ahora, los electrodos sólo han sido capaces de registrar información muy aproximada sobre el cráneo.

Además, los sistemas aún no son diseñados para una vida útil más larga y las mediciones erróneas, que transmiten comandos no deseados a los dispositivos, también constituyen un problema.

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