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De El Salvador a las estrellas

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“Mira muchacho, no te gustará nada estar en una cárcel de Tijuana”, le dijo el agente de migración a Bernardo López, cuando lo detuvo intentando cruzar la frontera entre México y Estados Unidos de forma ilegal.

López recuerda el episodio como si fuera ayer, pero han pasado ya más de 20 años, tiempo en el que dejó su natal El Salvador y pasó de ser lo que muchos llaman, “un mojado”, un inmigrante indocumentado, para convertirse en miembro del selecto equipo de ingenieros encargados de la Red del Espacio Profundo, (Deep Space Network), un sistema internacional de antenas que sirven de radar para la exploración del Sistema Solar y del universo.

Cada imagen del espacio que llega a la tierra sucede gracias a esta red de antenas ubicadas en tres puntos estratégicos, Australia, España y Estados Unidos, países a los que regularmente viaja López para supervisar el correcto funcionamiento de este sofisticado sistema.

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Su trabajo, aunque enfocado en el espacio, no lo aísla del momento social y político que vive actualmente Estados Unidos, donde siente que el inmigrante se ha convertido en el ‘chivo expiatorio’ de la crisis económica.

“Es tiempo de unirnos, de decir con determinación que el inmigrante ya tiene una voz en este país”,

— Bernardo López

“Creo que es tiempo de unirnos, de decir con determinación que el inmigrante ya tiene una voz en este país, podemos categóricamente decir que somos motores indispensables del bienestar económico, social y estratégico de Estados Unidos... Necesitamos decirlo y hacer consciencia de ello ahora, cuando se escuchan voces regresivas”, apunta.

López sabe a la perfección de lo que habla y es que, aunque alguna vez su destino estuvo ligado a una cárcel migratoria de Tijuana, ahora conforma el selecto grupo de hombres como mujeres hispanos cuyo trabajo ha otorgado un aporte excepcional al mundo de las ciencias y la medicina.

“No veo nada especial en mí, todo lo que logré fue gracias a las oportunidades que encontré en mi juventud y por eso me duele ver a mi país, que después de haber pasado por una guerra civil está, otra vez, viviendo en una situación de zozobra a manos de las pandillas, de esos muchachos pandilleros, que son, a fin de cuentas, víctimas de la destrucción social causada por la guerra”, critica.

Acorralado por la violencia que sacudía a El Salvador durante la guerra civil, López, de 53 años, emigró a los Estados Unidos a la edad de 18 años.

“En menos de dos días lo dejé todo. Estaban reclutando y mandando a todos los jovencitos a la guerra, perdí amigos, viví los ataques”, platica Bernardo, quien se vio obligado también a abandonar sus estudios de contador publico y emprender un arduo recorrido hacia el norte para salvar su vida.

“Éramos un grupo como de 30 inmigrantes pero yo era el más joven. Dejé a mi madre, mis amigos, mi escuela”, recuerda. Sus ojos se humedecen con las memorias.

“No estoy acostumbrado a hablar de estas cosas”, dice en tono apenado.

Una vez en los Estados Unidos trabajó como mensajero, chofer, vendedor. Sin embargo sabía que la educación era la clave para alcanzar sus sueños y comenzó así a dar forma a su carrera aeroespacial.

“Me apasionaban los aviones, el espacio, así que dejé la contabilidad y comencé a estudiar ciencias”, comenta.

El trabajo y el estudio eran día y noche, pero el esfuerzo dio frutos. López se graduó de la carrera de Ingeniería Aeroespacial de la Universidad Cal Poly en Pomona y obtuvo después una maestría en Dinámica Estructural de la Universidad Cal State en Los Ángeles.

“Fue un camino difícil pero lo logré con el apoyo de muchas becas que me permitieron salir adelante”, platica. No le cuesta hablar de su éxito, aun y cuando conseguir un trabajo en la NASA no es algo que cualquiera logra.

Y fueron precisamente esas oportunidades educativas lo que lo llevaron, en 1998, a integrarse al Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA (JPL, por sus siglas en inglés).

El proyecto de red de antenas en las que trabaja este inmigrante hispano sirve también como apoyo a las misiones interplanetarias, ya que es el sistema que permite la comunicación con las naves espaciales.

“Las primeras imágenes de marte que se lograron obtener, fueron gracias a estas antenas. Cada fotografía del espacio y todos los datos científicos que envían las naves espaciales son posibles gracias a este sistema”, explica.

La avanzada tecnología utilizada en las antenas permite captar las señales de bajísima potencia que llegan desde las sondas espaciales más lejanas.

Los tamaños de los platos de las antenas varían. La más grande llega a medir 70 metros de diámetro y pesa 10 millones de libras.

“Siento humildad”, responde López a la pregunta de qué siente cuando tiene que trabajar junto a esos gigantescos platos.

“Para mi es una forma de pagar a la sociedad. Más allá de lo que tengo, me gusta situarme en el tiempo y en el espacio, donde estoy, donde me ha puesto Dios. Tengo que hacer que mi vida cuente, tengo que asumir que no soy relevante en el contexto del universo o la historia, pero lo que haga es importante, tiene una trascendencia para la raza humana”, expresa, mientras su voz se quiebra de tanto en tanto, igual que cuando habla de sus pasos hacia el norte, cuando el agente migratorio lo detuvo por ser indocumentado.

“Mentí y dije que era mexicano, pero no me creyeron y entonces le dije que era de Costa Rica, ahí recuerdo que el agente me vio y me dijo, ‘mira muchacho, no te gustará nada estar en una cárcel de Tijuana’… Había caminado toda la noche y estaba cansado”, recuerda.

El agente lo llevó con el jefe de la oficina de migración. “No quiero deportarte”, le dijo el oficial de alto rango. “Te quiero ayudar”, le explicó.

Bernardo pagó $460 dólares para que lo dejaran seguir su camino al norte. El 4 de julio de 1981 llegó a Los Ángeles… El resto es historia.

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