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Los muros no son novedad para los residentes de Tijuana

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San Diego Union-Tribune

A pocos metros del patio lleno de plantas de Guillermina Fernández, los trabajadores iniciaron hace días los prototipos para el proyecto más costoso, ambicioso y polémico de la administración del presidente Donald Trump.

“Se puede escuchar que están construyendo algo”, dijo Fernández hace poco, mirando hacia la oxidada cerca de metal que separa Tijuana de una remota sección de la frontera de Estados Unidos en Otay Mesa, donde los trabajadores de la construcción han estado progresando en los prototipos de un muro fronterizo.

La promesa de Trump de construir un “muro grande y hermoso” provocó un grito de protesta que fue mucho más allá de este vecindario noreste de Tijuana. La propuesta ha generado demandas y creado fricciones internacionales en los niveles más altos de gobierno: Trump quiere que México pague la factura, y los funcionarios mexicanos afirman firmemente que nunca lo harán.

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Pero los residentes de esta tranquila y modesta colonia con pequeñas casas y calles sin pavimentar llamada Rancho Escondido dicen que un nuevo muro hará muy poca diferencia en sus vidas.

“Así como ellos están acostumbrados a tener un muro, nosotros también estamos acostumbrados a tener un muro”, dijo Fernández, quien llegó a Tijuana hace 20 años desde Veracruz y ayuda a mantener a su familia vendiendo plantas en macetas de su jardín.

A finales de este mes, se espera que ocho prototipos emerjan en el sitio de construcción estadounidense en tierras despobladas al este de la garita de Otay Mesa. Tendrán 30 pies de alto y 30 pies de largo. Cuatro serán de concreto y los otros de materiales alternativos.

En todo Tijuana, el lanzamiento de estos prototipos ha despertado poco interés. Siendo la ciudad más grande en la frontera de Estados Unidos, Tijuana ha vivido con muros por décadas, y dependiendo de la ubicación, hay una, dos o incluso tres vallas que lo separan de San Diego.

“Vemos un muro todos los días”, comentó el mercadólogo Ariosto Manrique. “No es un problema para nosotros. Es parte del paisaje”.

Entrevistado recientemente en el museo infantil de Tijuana, El Trompo, el alcalde de Tijuana, Juan Manuel Gastélum, estuvo imperturbable. “Si Estados Unidos quiere construir un muro de mil o dos mil pies, está en su derecho, es su país”, dijo Gastélum. “Si dijeran que van a construir uno en Tijuana, bueno, ese es otro asunto”.

Excepto por la presencia de la cerca de metal corrugado, Rancho Escondido tiene la apariencia de muchas colonias de Tijuana, llenas de casas autoconstruidas, hechas de trozos de madera usada y bloques de hormigón. Los principales negocios en las cercanías parecen ser grandes y polvorientos lugares de reciclaje. Ese día a pocas cuadras estaban las lonas de brillantes de un mercado ambulante, y más allá las grandes fábricas maquiladoras que emplean a muchos residentes de la ciudad.

La casa de Guillermina Fernández, protegida por un pitbull y un chihuahua, se encuentra en la esquina de dos calles sin pavimentar. Se alza junto a ella una gigantesca torre eléctrica, donde los vecinos han colgado neumáticos pintados en los peldaños inferiores para que los niños puedan tener un lugar para columpiarse.

Como sus vecinos en Rancho Escondido, Fernández dijo que ha sido un lugar tranquilo para vivir, aunque la presencia de dos vehículos quemados en las últimas semanas ha sido motivo de preocupación.

En ese sentido, vivir en la frontera es algo bueno, dijo su vecina, María Magdalena Palacios, exresidente de Los Ángeles: “Nos beneficia la presencia de policías y soldados”, señaló.

Ese día por la tarde, dos miembros de la Policía Federal de México estuvieron vigilando la valla, prohibiendo a un reportero el acceso a un pequeño montículo de tierra que ofrecía una visión clara de la actividad de construcción en el lado de Estados Unidos. Pero media hora después, ya se habían marchado.

Moisés Peraza, cuya casa se encuentra a 200 metros de la valla fronteriza, ha tenido poco tiempo para contemplar lo que podría estar sucediendo en el otro lado. Está ocupado en casa, cosiendo uniformes escolares para mantener a su familia.

“Hasta que me dijiste, ni siquiera lo sabía”, dijo.

Dibble escribe para el U-T.

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