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OPINIÓN: Entendamos a las caravanas migrantes

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En la diversidad y densidad de los flujos migratorios, las particularidades tienden a diluirse y entonces se habla de ellos como un todo homogéneo, en los que a partir de las acciones de uno se tiende a juzgar a todos por igual; no hay cosa más errónea e injusta. El ejemplo más claro y reciente se da con las caravanas de migrantes centroamericanos, a los que Donald Trump, sin fundamento alguno, ha catalogado como criminales, mientras que en México se ha comprado y adoptado ese mismo discurso.

La migración en grupo no es nueva, en realidad siempre ha existido, sólo que en el pasado buscaban, por decisión propia, ser menos visibles o pasar desapercibidos. Con el tiempo esa invisibilidad se prestó a que fueran sujetos de todo tipo de abusos por parte de las autoridades mexicanas de todos los niveles e incluso a completas masacres atribuidas al crimen organizado, por ello han tomado la decisión de hacerse notar y hasta de convocar a medios de comunicación para que documenten su trayecto.

Gran parte de la población mexicana opina igual que Donald Trump y ha descrito a todos los miembros de esas caravanas como delincuentes o pandilleros (así en masculino), a todos por igual, sin más razón que el que sean centroamericanos.

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Centroamérica está sumida en la pobreza y la falta de oportunidades, la migración interna ya no es viable, la región completa está inmersa en la violencia e inseguridad.

Al respecto algunos datos, de acuerdo con la organización internacional Save the Children, 3 de cada 10 integrantes de las caravanas son mujeres adultas, 3 de cada 10 son niñas y niños, menores de edad que viajan con sus padres (en muchos casos sólo con sus madres), 4 de cada 10 son hombres adultos. Es decir, estamos hablando que la mayoría (6 de cada 10) son mujeres y niños, tachados todos como delincuentes, así nada más.

En las redes sociales se leen expresiones referentes a las mujeres como “madres irresponsables que viajan con sus hijos”, “qué necesidad hay de exponer a los niños”, “si se quieren ir que se vayan, pero que dejen a sus hijos en su casa”, mostrando un profundo desconocimiento sobre la situación que se vive en Centroamérica.

Sólo como referencia, la región conformada por Guatemala, Honduras y El Salvador está catalogada por la Organización de las Naciones Unidades (ONU) como la zona, sin presencia de guerra, más peligrosa a nivel mundial por los altos índices de asesinatos. Mientras que en México la tasa de homicidios es de 25 por cada 100 mil, en El Salvador en 2016 era de 82 por cada 100 mil y en Honduras 59.

Aunado a ello, la misma ONU y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), han documentado la vulnerabilidad y atrocidades que viven las mujeres, niñas y niños centroamericanos ante la presencia del crimen organizado y pandillas. Por ejemplo, las familias son amenazadas, extorsionadas y obligadas a pagar “derecho de piso” para que los dejen “vivir en paz” (sea lo que sea que signifique en ese contexto); si la familia tiene un negocio el pago es mayor; en caso de incumplimiento, las pandillas se tornan violentas, asesinan al padre, abusan de las madres, a los niños los secuestran y los vuelven parte de la pandilla y a las niñas las convierten en “novias colectivas”.

Las autoridades centroamericanas poco investigan y poco hacen para defender a su población. A diferencia del gobierno, las bandas delictivas sí cumplen sus promesas.

Por ello, su mejor opción es huir hacia Estados Unidos, después de todo aquí es donde están las principales redes familiares, por ejemplo, a la fecha 1.4 millones de salvadoreños han emigrado hacia este país. Si consideramos que la población total actual en El Salvador es de 6.3 millones de personas, esto significaría que casi la cuarta parte se ha marchado ya.

Adicionalmente, Centroamérica está sumida en la pobreza y la falta de oportunidades, la migración interna (hacia otras localidades en el mismo país) ya no es viable, la región completa está inmersa en la violencia e inseguridad.

Frente a este panorama, ¿qué opciones les quedan a padres y madres para proteger a sus hijos? Sólo imaginemos su temor y desesperación para preferir caminar por territorio mexicano, a sabiendas de todo lo que les puede ocurrir en el trayecto.

En síntesis, padres, madres y niños centroamericanos han dejado su tierra y su hogar movidos por un terrible miedo, no por irresponsabilidad o entretenimiento. Tratemos de entender el drama que viven y del que huyen, no compremos discursos racistas, lo mejor es informarse y, en la medida de lo posible, brindar apoyo.

*Economista, con estudios de posgrado en Desarrollo Regional. Actualmente es investigadora y analista en Mexa Institute, con sede en Washington, D.C.

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