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Educación para obedecer no para pensar

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“Para este gobierno la prioridad es la educación”, dijo en septiembre pasado al diario La Jornada, el Secretario de Educación Pública de México, Aurelio Nuño Mayer. Así nada más, sus palabras suenan como agradable música en los oídos. Algo como para ponerse de pie y aplaudirle con entusiasmo al joven encargado de concretar la llamada Reforma Educativa impulsada por el gobierno de Enrique Peña Nieto.

Desde cuando era pequeño, escucho decir a personas valiosas y preocupadas por la situación de México, que la solución de nuestros problemas pasa necesariamente por cambios estructurales de fondo en nuestro sistema educativo. El problema es que la palabra, “educación”, puede significar cosas diametralmente opuestas, dependiendo de lo que tengan en mente quienes la pronuncien. Mientras para el pedagogo brasileño Paulo Freire, “educación es praxis, reflexión y acción del hombre sobre el mundo para transformarlo”, para otros como Peña Nieto y Nuño Mayer, educación es en la práctica el proceso de adiestramiento de la población para ajustarla a los intereses de las corporaciones que gobiernan el mundo. La formación de piezas útiles y bien adaptadas al mecanismo del sistema global en el que México juega un papel estratégico por su ineludible vecindad en condiciones desfavorables con Estados Unidos y el proceso de integración en marcha con Canadá y su vecino del norte. Formación que apela a la obediencia generalizada, pero diferenciada en tanto que, a las clases desfavorecidas, se les orienta a obedecer como borregos, propiciando incluso que sean incapaces de entender los mecanismos propios del poder, mientras que en las esferas más privilegiadas se induce a la creación de engendros con mentalidad depredadora quienes consciente o inconscientemente, cumplen la función de perpetuar los privilegios inherentes a la polarización social extrema como la que lacerantemente sigue padeciendo México.

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Cuando Aurelio Nuño dice que para el actual gobierno “la prioridad es la educación”, no está diciendo que en las escuelas de México se trabajará intensamente para estimular y desarrollar las capacidades innatas de los estudiantes para la transformación de sí mismos, de su país y del mundo; ni para la formación de ciudadanos con capacidad crítica o para la creación de condiciones políticas, económicas y sociales que, dentro y fuera de las aulas, impulsen el protagonismo de su propio desarrollo integral y el de la construcción de sus vidas como seres libres y pensantes. Lo que está diciendo en realidad, es que el gobierno utilizará todos los medios posibles a su alcance, incluido el de la fuerza policíaca, para imponer la adaptación del pueblo mexicano al paradigma del llamado “orden internacional” y al lugar que al país en ese “orden” le ha sido asignado. Para ello se requiere de obediencia, de una instrucción diferenciada entre la población, sobre lo que debe saberse y hacerse, según las demandas y exigencias del mundo globalizado convertido en una dictadura del mercado que reclama súbditos incondicionales del consumo irracional. Para ello se requiere a su vez de la fabricación de la percepción del mundo que los poderes globales necesitan, algo que los programas de noticias y los medios masivos en general, siguen realizando con enorme eficacia, a pesar de la influencia que sin duda tiene en las personas el acceso a la internet y al uso de las redes sociales.

Cuando el gobierno mexicano habla de “educación”, se refiere a lo que Freire criticó y denominó como la “educación bancaria o depositaria”, práctica que ve al educando como recipiente vacío en el que el conocimiento debe ser depositado. No ve para nada a la educación, entendida como un proceso de diálogo y comunicación, de reflexión y acción, que de ninguna forma se da en el vacío, sino en situaciones concretas de orden social, económico y político, llenas de intereses. El planteamiento gubernamental sobre la educación carece por completo de una visión educativa liberadora, desalienante y fortalecedora de una personalidad nacional mexicana capaz de interactuar con el mundo para su transformación creativa.

La idea de escuela que se nos propone dentro de la concepción que el gobierno mexicano tiene de la educación, es la de un proyecto proveedor estratificado de trabajos y tareas, según las necesidades estandarizadas de la dictadura del mercado global. Proyecto que tiene mucho más que ver con la ingeniería social que con encender la llama de la imaginación, de la creatividad, de la reflexión y los talentos:

“La mente del niño no es un recipiente vacío que hay que llenar, sino un fuego que hay que encender”, dijo Francois Rabelais, retomando lo que Seneca afirmara hace más de dos mil años en estos términos: “La mente humana no es un receptáculo vacío que corresponda llenar, sino un fuego que hay que alumbrar”.

De hecho el análisis etimológico de la palabra “educación”, que fonética y morfológicamente proviene de “educare”, remite originalmente y semánticamente a “salir, extraer, dar a luz”.

Aurelio Nuño y Peña Nieto, cuando hablan de educación, piensan en “meter”, no en “extraer”. Piensan en imponer por las buenas o por las malas la adaptación, el ajuste de los mexicanos al molde del “orden social mundial establecido”. Piensan en una educación para obedecer y no en una educación para pensar.

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