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Sanders: Estamos luchando contra una organización terrorista, no contra una religión

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Ante el ataque terrorista perpetrado en Bruselas, el precandidato demócrata a la presidencia, Bernie Sanders, escribió lo siguiente en su cuenta de la red social Twitter:

“Estamos luchando contra una organización terrorista , una organización bárbara que está matando a personas inocentes. No estamos luchando contra una religión”.

Sanders ha dicho también dentro de este lúgubre panorama, que el gobierno debe defender con vigor del terrorismo al pueblo estadounidense, pero enfatizando que esto puede hacerse “sin socavar la Constitución”.

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En el lado opuesto están aquellos que, ante el escenario del aeropuerto de Bruselas convertido en cementerio lleno de cuerpos brutalmente silenciados, se apresuran perezosa y estúpidamente a condenar a toda la religión del Islam.

Ante decenas de muertos, cientos de heridos y la trágica puntualidad de la perversidad esparcida por el mundo, el aspirante republicano a la Casa Blanca Donald Trump, quien pretende impedir la entrada total de musulmanes a Estados Unidos “hasta que los representantes del país puedan aclararnos qué demonios está pasando”; no quiso perder la oportunidad que la ocasión le ofrecía para buscar una vez más los reflectores.

“¿Recuerdan todos cuán bonita y segura era Bruselas? No lo es más, ¡es de otro mundo! ¡Estados Unidos debe estar vigilante y ser inteligente!”, escribió el magnate en Twitter.

Más tarde el millonario haría una defensa del uso de la tortura durante una entrevista en televisión y confirmaría su intención de “cerrar las fronteras (de EE.UU.) hasta saber qué está pasando”.

“El ahogamiento simulado estaría bien, nosotros trabajamos con leyes y ellos (los islamistas) no, y si pudieran ampliarse las leyes yo haría más que ahogamiento simulado”, afirmó el puntero en las primarias republicanas.

Ted Cruz por su lado, hizo un llamado a “patrullar y asegurar los vecindarios musulmanes” que existen en Estados Unidos, “antes de que se radicalicen”.

Ninguno de estos precandidatos republicanos, y sin duda tampoco la precandidata demócrata Hillary Clinton, se atreverían a asumir responsabilidades ante la evidencia de que, después de que EE.UU., invadiera y bombardeara Irak en 2003 con el pretexto de una supuesta existencia de armas letales, varias regiones de ese país árabe están hoy bajo el control de los terroristas del llamado Estado Islámico, envueltas en niveles de violencia extrema, como consecuencia directa de la llamada “guerra contra el terrorismo”.

Cierto que Saddam Hussein era un despiadado dictador, pero que no tenía nada que ver con los ataques terroristas del 11 de septiembre, mientras encabezaba un gobierno laico y enemistado con el terrorismo de Osama bin Laden y su organización Al Qaeda, antes de la agresión de EE.UU., y sus aliados contra territorio y población iraquí. Intervención que generó de hecho el caldo de cultivo propicio para el surgimiento del grupo terrorista que se adjudicó la autoría de los bestiales ataques de Bruselas y París, entre otros cometidos en países árabes como Líbano, Siria o el propio Irak, donde el derramamiento de sangre inocente, coagulada sobre la tierra del Oriente Medio, parece valer mucho menos que la que se coagula sobre el asfalto o los enlosados pisos de emblemáticos recintos de importantes urbes de Occidente.

Cabe recordar igualmente que en 2001, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), comandada por Estados Unidos, invadió Afganistán bajo pretexto de luchar contra el terrorismo. No obstante, la inseguridad aumentó y los civiles y militares afganos muertos se cuentan por miles.

Enorme aflicción e incertidumbre causa entre los habitantes conscientes de la tierra, constatar una y otra vez que los principales aspirantes a sustituir a Barack Obama en Washington, pretendan reproducir en nombre de la democracia, de la libertad, la civilización y hasta en el nombre de Dios y el cristianismo, siendo muy notoriamente el caso de Ted Cruz y algo que hizo en su momento George W. Bush tras los abominables ataques del 11 de septiembre, su versión de una de las prácticas más vergonzosas de nuestra historia: cruzadas hacia fuera e inquisición hacia dentro.

Cuando Bernie Sanders, el candidato “socialdemócrata”, le propone a su país la necesidad de realizar una “revolución política”, muchos estadounidenses entienden el sentido de la frase encontrando en ella un terreno común para revertir el innegable deterioro de la calidad de vida de millones de personas en Estados Unidos. Sin embargo muchos otros, con la razón obnubilada, pero con las creencias y las pasiones encendidas, en contra incluso de sus propios intereses, no logran digerir eso de “revolución política”.

Dicho de otra manera, mientras, el veterano senador por Vermont señala convencido hacia la luna, “muchos bobos se le quedan viendo al dedo”.

En lo interno y lo externo, una “revolución política” en Estados Unidos sería no sólo una rebelión pacífica contra el inconmensurable poder corporativo que tiene secuestrada la noción misma de “democracia” en el país, sino una rebelión contra la imagen perversa y fundamentalista que desde una concepción judeocristiana tergiversada hace en Estados Unidos la derecha cristiana de la idea de Dios; al grado de generar, no un “choque de civilizaciones” con el Islam, sino más bien un “choque de fundamentalísimos” que en los hechos, como ocurrió en Libia y sigue ocurriendo en Siria, se ha llegado incluso de manera cínica y siniestra a la colaboración coyuntural, sin dejar ideológicamente de chocar, bajo la lógica de que “el fin justifica los medios”, siendo “el fin” en este caso, sinónimo de intereses económicos y dominio geopolítico.

La mezcla de política y religión que escuchamos en boca de los aspirantes a ocupar la Casa Blanca, en medio de tiempos caóticos e inciertos para el futuro de la humanidad, con la clara excepción del “socialdemócrata” Bernie Sanders y al margen de sus posibilidades electorales, tienen más que ver con la veneración de los negocios y la reverencia a los mercados que con la lógica de la vida misma.

En los albores del capitalismo, recuerda Roger Garaudy, en si libro, “El diálogo entre Oriente y Occidente”, el filósofo inglés Hobbes ya venía repitiendo: “El hombre es un lobo para el hombre”. Y agrega Garaudy de manera contundente:

“Bajo el nombre de ‘globalización’, el monoteísmo del mercado ha extendido a escala planetaria la posibilidad para los más fuertes de devorar a los más débiles bajo el lema de la libertad del mercado”.

Eso constituye desde mi perspectiva un acto crónico de terrorismo contra la humanidad y contra el planeta, ese lema de “la libertad del mercado” o “neoliberalismo”, en términos generales, se ha convertido en este siglo en una forma permanente de agresión y de autoritarismo global, manejado por una clase criminal integrada por poderosas élites políticas y financieras que se niegan a otorgar concesiones sosteniendo un estado permanente de guerra contra los débiles de la tierra: inmigrantes, desplazados, indígenas, desempleados, trabajadores con bajos ingresos, minorías y toda aquella persona que las élites consideren como desechables. Constituyendo un acto global de destrucción y saqueo en países donde los gobiernos, algunos de manera entusiasta y voluntaria, han capitulado ante quienes mueven y manipulan las fuerzas poderosas de la dictadura mundial de los mercados.

Claro que se necesita en el mundo “una revolución política”, una revolución económica y de las conciencias. Una revolución religiosa que garantice la práctica de la espiritualidad, como el esfuerzo diverso por hallar el sentido y la finalidad última a nuestras existencias.

Más allá de lo que pueda usted lograr en lo que le resta de su participación en las primarias demócratas, tiene usted razón senador Sanders. Tras la tragedia de Bruselas, ciertamente la lucha debiera ser “contra una organización terrorista , una organización bárbara que está matando a personas inocentes”, pero también contra los que impunemente han apoyado, directa o indirectamente, a esa y otras organizaciones terroristas y a la globalización misma del terror que terminan, todo junto, ahogando las esperanzas de humanidad en nuestros corazones.

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