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“Con el demonio no se dialoga”, pero con las víctimas sí

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En mensaje previo a su visita a México, al que se refirió como “esa tierra bendita tan amada de Dios y tan querida de la Virgen María”, el papa Francisco se dirigió así a los mexicanos: “Quiero estar lo más cerca posible de ustedes, pero de modo especial de los que sufren para abrazarlos y decirles que Jesús los quiere mucho”.

No me detendré en los diferentes momentos en los que Francisco abrazó efectivamente a personas que sufren diferentes enfermedades y padecimientos, pues la mayoría de medios de comunicación machacaron hasta la saciedad con abundantes calificativos sobre esos momentos “estelares” tan ansiados para sus coberturas cursis, empalagosas y superficiales, apegadas más que otra cosa al género de la telenovela. En ese sentido, tal como me dijera en una charla por Skype el exsacerdote católico Alberto Athié, el papa Francisco “cumplió con creces”.

Tampoco le restaré importancia al contenido de sus muy pertinentes homilías y discursos, como cuando en una prisión de Ciudad Juárez dijo que “hay que saltar las vallas de ese engaño social que cree que la seguridad y el orden solamente se logran encarcelando”. Para el papa Francisco, las cárceles son solo un “síntoma de nuestra sociedad del descarte”, mientras lo verdaderamente urgente es “afrontar las causas estructurales y culturales de la inseguridad”, algo muy deseable para su comprensión en México y en menor o mayor grado en prácticamente todo el mundo.

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Estados Unidos, por ejemplo, tiene menos del cinco por ciento de la población mundial, pero casi la cuarta parte de los presos del planeta. Dicho de otro modo, uno de cada cuatro presos globales está en cárceles estadounidenses, según reveló un artículo del New York Times. Esto significa la mayor población carcelaria del mundo con un índice nacional de encarcelamiento realmente escalofriante: 751 individuos presos por cada 100 mil habitantes.

No puedo estar más de acuerdo con lo dicho por el papa Francisco en Ciudad Juárez, cuando en otro escenario de la misma visita a esa ciudad fronteriza, puso el dedo en la llaga al criticar, sin mencionarlo en ningún momento, lo que el gobierno neoliberal de México encabezado por Enrique Peña Nieto, ha venido haciendo en continuidad programática con gobiernos anteriores al servicio de una silenciosa integración de América del Norte, dictada por los intereses corporativos y de seguridad nacional estadounidenses en el nombre del nuevo orden internacional globalizado.

En el llamado “encuentro del papa con el mundo del trabajo”, Francisco fue contundente:

“Hay que invertir en la gente” y no en los mercados y en aumentar los capitales (…) Dios pedirá cuenta a los esclavistas de nuestros días (…) el flujo del capital no puede determinar el flujo y la vida de las personas”.

Ante esas afirmaciones papales, decimos ¡Amén! y hasta reclinamos con humildad la cabeza, pero el Papa las hizo de manera genérica, sin darles contexto según la realidad del país que visitaba.

Francisco lanzó en Juárez también una importante pregunta.

¿Qué quiere dejar México a sus hijos? ¿Quiere dejarles una memoria de explotación, de salarios insuficientes, de acoso laboral?

Pregunta también muy pertinente, pero que por su falta de contexto termina siendo ambigua, porque cada quien puede interpretarla como guste según la propia conveniencia. Es decir, muchas de las afirmaciones y cuestionamientos del papa Francisco en México, no incomodaron a los demonios de la inconmensurable corrupción mexicana y acólitos al mismo tiempo de la dictadura de los mercados y sus flujos de capital.

Los evangelios durante la visita de Francisco no resultaron ser particularmente molestos para la élite mexicana aglutinada, por ejemplo, en el Palacio Nacional. Élite que buscó fervorosamente saludar a “Su Santidad” y hasta obtener un ‘selfie’ al lado de tan distinguida figura. Esto fue grotesco y especialmente claro entre quienes buscan la presidencia de México y quienes no querían perder la oportunidad de fotografiarse junto al papa por lo que en sus campañas proselitistas pudiera llegar a significarles.

Francisco hizo aquella pregunta sobre la “memoria de explotación, salarios insuficientes y acoso laboral”, en un país dominado precisamente por la tiranía de los mercados que buscan vorazmente aumentar sus capitales. País donde el Estado ha sido secuestrado por intereses financieros cuyo poder yace en las manos de la élite financiera nacional y global. País donde el Congreso y los principales partidos políticos le han vendido su alma al diablo, al gran poder depredador corporativo que en su concepción utilitaria de mundo, ve de hecho a millones de personas como desechables y a los recursos naturales de México y el mundo como mera fuente de explotación redituable.

En efecto, Francisco abrazó a mexicanos que sufren, como la adolescente enferma de cáncer que le cantó el Ave María de Schubert en el Hospital infantil de México, pero la muy bien aceitada maquinaria del poder en México, también abrazó al Papa para utilizarlo según su conveniencia, mientras tristemente Francisco, se dejó cooptar, al eludir los temas concretos que estructuralmente más están hiriendo y haciendo sufrir a los mexicanos.

No a esos mexicanos aferrados a los turbios engranajes del poder, como el expresidente Felipe Calderón, quien con su esposa, Margarita Zavala, que busca la presidencia del país, hizo acto de presencia en la Basílica de Guadalupe donde el papa Francisco celebró una misa, y siguiendo “la huella del pescador”, apareciendo luego en la misa que celebró en Morelia, Michoacán; sino a los mexicanos que son víctimas directas de la violencia, los feminicidios, las desapariciones forzadas, las torturas y la cultura del descarte a la que se refiriera varias veces el primer papa latinoamericano durante su visita a México.

Francisco fue de hecho más que condescendiente con la élite mexicana que aplica la cultura del descarte en México, encabezada por la figura del presidente Enrique Peña Nieto y su esposa, bajo cuyo gobierno se ha profundizado descaradamente el desmantelamiento del paradigma de lo público y de lo social, sustituido por lo privado y por el mantra de la responsabilidad individual ante los problemas. En ese mantra de individualismo y de la ‘selfiecracia’ que impregna y domina hoy casi todos los aspectos de la vida, hay que ubicar la muy significativa petición que el 18 de diciembre de 2011 hiciera públicamente en la Basílica de Guadalupe la esposa del entonces presidente de México Felipe Calderón.

“En mi familia hemos preparado una oración por nuestro querido México: Que la esperanza, la justicia y la caridad toque con tu amor el corazón de los violentos y que los pobres encuentren el camino del progreso; toma de la mano a tu pueblo y llévalo a la paz”.

Qué manera de lavarse las manos. Que Dios se encargue de “tocar el corazón de los violentos” y de que “los pobres encuentren el camino del progreso”. Qué fácil eludir la responsabilidad a la que apela sin concesiones el padre Alessandro Pronzato en su libro “Evangelios Molestos”. al que me referí en mi columna de hace 15 días.

“Dios no acepta la injusticia, mientras que los hombres, sordos por el rumor de su propia vida, aferrados al engranaje de sus propios asuntos, no sienten ni perciben el gemido del pobre: Pasan al lado de la miseria sin verla. Se encuentran demasiado bien para comprenderla. Tienen demasiado que hacer para detenerse”.

Entre esos que en México se encuentran demasiado bien para comprender la realidad mexicana y que tienen demasiado que hacer como para detenerse ante el México que sufre, están muchos que aparecieron muy sonrientes y elegantemente vestidos junto al papa Francisco, en encuentros exclusivos y privilegiados con un Papa que no sólo fue cooptado por el poder, sino que se dejó cooptar, optando por no incomodar al gobierno y a la élite mexicana que le recibió proporcionándole una bienvenida hecha a imagen y semejanza de la televisión comercial tan intrínsecamente vinculada al actual gobierno mexicano.

Entre las muchas personas que sufren en México, están los familiares del caso emblemático de la desaparición de los alumnos normalistas de Ayotzinapa. ¿Por qué Francisco evitó reunirse con ellos o manejar el asunto de manera más convincente en lugar de salir con el argumento de que “había mucha división entre esos grupos” o que era imposible recibirles a todos por “falta de tiempo”?

El papa Francisco dedicó sin duda mucho tiempo a la élite mexicana, pero no tuvo tiempo para solidarizarse, a través de los familiares de los 43 alumnos normalistas de Ayotzinapa, en signo de comunión con todos los mexicanos que padecen el sufrimiento desgarrador que provoca a padres de familia la desaparición forzada de sus hijos, como lo atestiguó el propio Jorge Mario Bergoglio durante la dictadura criminal en Argentina.

¿Por qué Francisco perdió la oportunidad de mostrarle el rostro “misericordioso” de la Iglesia a las víctimas de pederastia clerical? ¿Por qué ningún papa se ha reunido nunca, en ninguna parte del mundo, con víctimas mexicanas de la pederastia cometida por parte de miembros de la Iglesia que encabeza ahora el papa Francisco? ¿Por qué ese silencio tan ensordecedor sobre actos que además de pecados, son delitos graves ante la ley de los humanos?

Correcto, “con el demonio no se dialoga”, pero ¿Por qué no dialogar tampoco con las víctimas del demonio cuando se viste éste con traje y corbata de servidor público o con sotana de ministro de la Iglesia?

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