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Reporte: Las muertes solitarias de los japoneses

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Una generación de personas en Japón se enfrenta a una muerte solitaria en sus departamentos, donde son encontrados hasta tiempo después por sus vecinos, alertados por el olor.

Los casos son tan comunes que existe un servicio especial de limpieza para ello. Aunque este tipo de muertes ya suman hasta 30 mil al año, se estima que la cifra vaya en aumento.

Sin familiares ni visitantes, muchos de los japoneses de mayor edad pasan semanas o hasta meses en sus pequeños departamentos sin que haya rastro aparente de su existencia en el mundo exterior.

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Y, cada año, algunos de ellos mueren sin que se sepa hasta que los vecinos perciben el olor.

Japón es hogar de la población de más rápido envejecimiento del mundo: más de un cuarto de la población tiene más de 65 años, una cifra que aumentará al 40 por ciento para el año 2050.

Las estadísticas de muertes solitarias son difíciles de conseguir, pues el Gobierno central no las recoge, pero las cifras regionales muestran un fuerte aumento en la última década y se han hecho estudios alarmantes: 30 mil personas mueren solas cada año en Japón.

La primera vez que atrajo la atención del país fue cuando el cuerpo de un hombre de 69 años fue encontrado después de haber estado tres años en el piso de su departamento; nadie había notado su ausencia. Su renta y sus servicios se pagaban de manera automática directo de su cuenta de banco.

Recién cuando sus ahorros desaparecieron, en el 2000, las autoridades llegaron al apartamento solo para encontrar el esqueleto en la cocina. La piel había sido comida por insectos, todo a unos metros de los vecinos.

“El concepto general de familia en Japón se ha destruido. El número total de personas que están solas está creciendo”.

Masaki Ichinose del Centro para Estudios de la Vida y la Muerte de la Universidad de Tokio, en entrevista con The Washington Post

De acuerdo con expertos, las muertes son la conclusión del rumbo que ha tomado Japón desde los años 60. Un enfoque casi exclusivo en el crecimiento económico, seguido de una crisis habían erosionado el sentido de comunidad y de familia; el país quedó inmerso en una espiral demográfica de envejecimiento con menos nacimientos.

“Toda la gente está muy relacionada con su trabajo, por lo que es difícil para ellos saltar a la comunidad local. Es muy fácil recurrir a la negligencia y aislarse, y no hay nadie para evitar que eso suceda”, dijo Kumiko Kanno Investigadora en entrevista con The Washington Post.

La industria de los muertos

Ante el aumento de muertes solitarias, se ha creado una gran industria alrededor de ellas. Muchas empresas ofrecen servicios de limpieza para que los dueños de los departamentos puedan volver a hacerlos habitables.

Firmas de seguros ofrecen planes en caso de que los inquilinos mueran ahí, los cuáles abarcan desde compensar el costo de las rentas perdidas hasta la limpieza de la habitación. Algunos planes contienen, incluso, un ritual de purificación.

Dependiendo de cuánto tiempo tenga el cadáver en el lugar y de la estación del año, los limpiadores pueden encontrar lombrices, larvas, moscas, comida podrida, y zonas cubiertas de humedad y moho.

Según el daño, deben reemplazar el papel tapiz de las paredes o secciones enteras de los pisos de madera.

También dependiendo del daño y el tamaño de los departamentos, las empresas pueden cobrar desde 675 hasta 2 mil 845 dólares, según una cotización hecha por Reuters.

Alistándose para la muerte

Muchos prefieren prevenir. Chieko Ito, una mujer entrevistada por The New York Times, vive en un complejo de departamentos donde las muertes solitarias son regulares. Al no tener familiares cercanos, se ha encargado de sus propios asuntos funerarios por adelantado.

En su cumpleaños 90, redactó su “nota final” para organizar todos sus asuntos. Esas notas, que se han vuelto populares, dejan todo listo para que la muerte sea ordenada y sin líos.

“Todos a mi alrededor han muerto, uno después de otro, y soy la única que queda. Aun así, cuando pienso en la muerte tengo miedo”... Chieko Ito.

Pero Ito necesitaba un último arreglo. Para ello llegó a un acuerdo con una vecina más joven para que la vigilara. Le pidió que volteara cada tanto para revisar la ventana.

Ito se encargaría de cerrarla todas las noches antes de las seis de la tarde y abrirla por la mañana, en cuanto despertara. A cambio, comenzó a enviarle cada verano una canasta de peras como regalo para recordarle el pacto.

El día en que la vecina note que la cortina sigue cerrada durante el día, es hora de alertar a las autoridades.

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