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El cambiante rostro de la inmigración en EEUU

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Cuando Manasi Gopala llegó a Estados Unidos finalmente tuvo la oportunidad de practicar remo.

De niña, en la India, soñaba con el deporte olímpico que veía por televisión. Ahora dos veces por semana jala un par de remos para impulsar su embarcación por el lago Wheeler, muy lejos de su natal Bangalore.

Gopala es una de tantos indios educados que han llegado en años recientes a Estados Unidos, muchos de ellos a trabajar en empresas tecnológicas.

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La desarrolladora de software de 39 años adquirió la ciudadanía estadounidense hace tres años.

“Estados Unidos me ha dado la oportunidad que hacer mi propia vida”, dice la mujer.

Cada vez más, el rostro de la inmigración en Estados Unidos se parece al de Gopala.

Mientras Donald Trump habla de construir un muro fronterizo y deportar a 11 millones de inmigrantes no autorizados, mayormente hispanos, y en momentos en que persiste el debate sobre la inmigración ilegal, a menudo se ignora el hecho de que en la actualidad hay más probabilidades de que los inmigrantes que llegan a Estados Unidos provengan de Asia que de México o el resto de América Latina.

Y comparados con los estadounidenses en general, los inmigrantes actuales son más educados y emprendedores. Están transformando al país en maneras que no son tomadas en cuenta en las discusiones acerca de cómo la inmigración está afectando la cultura, la economía y la seguridad nacional estadounidenses.

Hace tres años, de acuerdo con datos del censo, la India y China eclipsaron a México como la principal fuente de inmigrantes que llegan a Estados Unidos, autorizados o no. En 2013 llegaron legalmente al país 147.000 chinos y 129.000 indios, ya fuese por trabajo, como estudiantes o con visas de familia.

Ahora hay también más probabilidades de que sean ciudadanos estadounidenses. Casi la mitad de los inmigrantes mayores de 25 años —18 millones de personas— se naturalizaron, en comparación con solo 30% en el año 2000, de acuerdo con cifras del censo.

Simultáneamente, más mexicanos sin documentos migratorios están regresando a casa. El número de mexicanos que viven sin permiso en Estados Unidos bajó casi un 8% en los últimos seis años a 5,85 millones, según el Centro Pew de Investigaciones. Las detenciones efectuadas por la Patrulla Fronteriza, una medición de los cruces no autorizados, alcanzaron al año pasado su nivel más bajo desde 1971.

La cantidad de residentes nacidos en el extranjero es la más alta en un siglo y su composición no encaja con los estereotipos que tienden a dar forma a las conversaciones sobre el tema.

A considerar:

--Un 40% de los inmigrantes indios tienen un título universitario, comparado con menos del 12% de los estadounidenses nativos. Y el sueldo promedio de un inmigrante indio supera los 100.000 dólares anuales, el doble que la media en Estados Unidos.

--La mayoría de los inmigrantes chinos vienen a Estados Unidos a estudiar. China es el país que más estudiantes envía a las universidades estadounidenses. En el último año académico hubo 304.000 chinos con visas de estudiante. Le sigue la India con 130.000. Una cuarta parte de los estudiantes chinos cursan estudios de posgrado.

--Desde el 2011 la mayoría de los inmigrantes indios y chinos han sido de entre 15 y 29 años. Ello implica que seguramente tendrán hijos estadounidenses, que contribuirán al crecimiento de la población de Estados Unidos, según un análisis de funcionarios de la Oficina del Censo.

Esta ola asiática no solo está cambiando el rostro de la población inmigrante sino que ha creado dos campos dentro de la comunidad inmigrante: de un lado los asiáticos con estudios universitarios y buenos ingresos y del otro los latinoamericanos de escasa educación y bajos recursos. El resultado de todo esto es que los más de 40 millones de inmigrantes de Estados Unidos reflejan cada vez más los extremos del espectro económico del país, desde los titanes tecnológicos súper ricos a los empobrecidos peones agrícolas.

Los economistas, no obstante, dicen que ambos sectores benefician a la economía. En momentos en que el crecimiento de la fuerza laboral estadounidense cede, los inmigrantes hacen un aporte clave que permite al país seguir andando.

Los inmigrantes de ambos extremos se hacen sentir en pueblos y ciudades, se instalan en viviendas suburbanas y reviven algunas comunidades rurales venidas a menos.

Los cambios saltan a la vista en una visita a North Carolina, un estado estratégico de cara a las próximas elecciones presidenciales. La proporción de inmigrantes en este estado se ha cuadruplicado desde 1990 y es hoy del 8%. En Georgia, Colorado, Oregon y Washington hay tendencias similares.

Ninguno de estos estados se acerca al más de 20% que hay en California y Nueva York. Sin embargo, las transformaciones son evidentes cuando se recorren las densas autopistas que conectan El Triángulo, una región del centro de North Carolina con gran presencia de empresas tecnológicas. Los suburbios entre Chapel Hill, Durham y Releigh se han llenado de centros comerciales con restaurantes caros y gimnasios ultramodernos.

Los inmigrantes indios han dejado su sello distintivo en esta área. Lo mismo que los chinos que se radicaron en Nueva York, Los Angeles y San Francisco.

Al anochecer en El Triángulo, muchos automóviles paran en la autopista Aviation Parkway, en la Sociedad Hindú de North Carolina, en Morrisville, con una sede de 3 hectáreas en las que se enseña yoga y se ofrecen servicios religiosos.

En el 2000, cuando se construyó el templo de la sociedad, en Morrisville había solo 230 indios. Hoy hay 4.300, incluidos muchos cuyas raíces locales se remontan a la década de 1960, años en los que para comprar ingredientes auténticos de la India había que manejar cinco horas, hasta Washington. Esos peregrinajes ya no son necesarios.

Sus crecientes números han establecido una extensa comunidad que facilita la integración de los recién llegados.

“Ahora, si vienes de la India, en realidad no necesita saber nada más”, dice Pranav Patel, un desarrollador de software de 57 años. “El sistema está aquí para ayudarte a adaptarte. No hay penurias reales”.

Cuando se les preguntó sobre cómo fueron recibidos en la comunidad, casi una decena de inmigrantes asiáticos dijo que en general habían sido aceptados con calidez a pesar del furor nacional sobre la inmigración. Uno de ellos, el doctor Neeraj Agrawal, recuerda un paciente que al principio sintió cierta reticencia a ser atendido por un médico extranjero. Pero asegura que esa es la excepción, no la regla.

“Ha habido un notable cambio de actitud respecto a los inmigrantes educados y capacitados. Te reciben bien. Eres un buen vecino, que hace un buen aporte a la sociedad”, expresó Agrawal, quien nació y estudió en la India.

En agosto, Gopala fue a la Sociedad Hindú a celebrar el día de la independencia de la India. Abundó la música, el baile y los tributos a estatuas de dioses. Gopala disfrutó la velada, pero dice que vio pocos blancos y negros.

Semanas después se preguntó si, como parte del proceso de integración, correspondía invitar a otros para que conociesen su cultura.

En los festejos, no obstante, hubo un “extranjero” notable: el gobernador Pat McCrory, un republicano enfrascado en una reñida campaña reelectoral que postula mano dura contra la inmigración no autorizada.

“Esto es lo mejor de Estados Unidos”, dijo mientras compartía el escenario con una estatua de Mahatma Gandhi de tamaño natural. “Esto es lo mejor de la India. Trabajamos juntos. Aprendemos juntos. Podemos rezar juntos. Juntos amamos los valores familiares”.

No todas las comunidades inmigrantes disfrutan de la misma hospitalidad sureña del gobierno de North Carolina.

McCrory ha impulsado leyes que niegan servicios básicos y formas de identificación a los inmigrantes que no tienen un status legal y a sus hijos. El año pasado se aprobó una ley que prohíbe a las municipalidades del estado ayudar a los inmigrantes no autorizados, a quienes presenta como delincuentes, que desbordan las capacidades de escuelas y salas de emergencia de los hospitales.

Sus políticas parten de la concepción de que los inmigrantes menos educados, sin permiso de residencia, son una carga para los contribuyentes. La llegada de mexicanos, no obstante, sacó del abismo al condado de Duplin, una faja de plantaciones de tabaco, con viviendas prefabricadas a 112 kilómetros (70 millas) de Raleigh.

Hacia los años 90, la población del condado se mantenía en unas 40.000 personas. Hasta que comenzaron a llegar trabajadores agrícolas hispanos. La población hoy es de 60.000 y unos 7.200 inmigrantes, la mayoría de ellos latinoamericanos, residen en el condado de Duplin. No se sabe cuántos están en el país ilegalmente.

Casi tres de cada cuatro no completaron la secundaria, pero incluso estos inmigrantes han tenido un impacto positivo, abriendo negocios y ayudando a que sigan funcionando granjas a pesar de las duras condiciones laborales.

Un inmigrante mexicano llegó a North Carolina hace casi dos décadas en forma ilegal, tras un cruce de la frontera atroz, en el que un compatriota fue asaltado. Había dejado de estudiar a los 13 años y no hablaba inglés prácticamente, por lo que tomó cualquier trabajo que encontraba.

Plantar y cosechar el tabaco fue el más exigente, cuenta. Una vez un contratista le ofreció 500 dólares a la semana y le dio solo 350 después de cinco días de arduo trabajo. El inmigrante dijo que no había nadie que lo protegiese de esos abusos.

A pesar de todo, este inmigrante, que habló a condición de no ser identificado porque sigue viviendo en el país sin permiso de residencia, ahorró lo suficiente para abrir un negocio.

“Para mí, este es mi pueblo”, declaró en alusión a su país adoptivo. “Quiero mucho esta tierra”.

Los sentimientos de los estadounidenses en torno a la inmigración se han endurecido en su mayor parte a lo largo de líneas raciales, políticas y demográficas. En general, el sentir hacia los trabajadores inmigrantes sigue siendo negativo. Pero ha mejorado desde 2006, posiblemente una señal de que el crecimiento de los inmigrantes calificados está cambiando su forma de pensar, de acuerdo con un sondeo de Pew dado a conocer este mes.

Dos terceras partes de los republicanos y 54% de los blancos opinan que la inmigración perjudica a los trabajadores estadounidenses. Pero la mayoría de los demócratas, los hispanos y las personas con educación universitaria piensan que los inmigrantes mejoran la sociedad.

En comparación, casi todos los economistas ven a los inmigrantes como útiles —esenciales incluso— para la continua prosperidad del país.

Por un lado, algunos programas de visas privan a los estadounidenses de empleos. Y algunas empresas han sido acusadas de reemplazar a empleados nativos con extranjeros a los que les pagan menos. Pero investigaciones académicas revelan que la tesis de que la inmigración priva de empleos a los nativos no es cierta, según Bill Kerr, profesor de la Business School de la Harvard University cuyas investigaciones indican que la inmigración ayuda a generar empresas.

“Al final de cuentas, nuestras economías pueden crecer, absorber a la gente y hacer una cantidad de cosas dinámicas”, sostuvo.

A medida que el envejecimiento de la población en Estados Unidos causa más jubilaciones, la mayoría de los economistas dicen que los inmigrantes son necesarios para incrementar la fuerza laboral y apuntalar el crecimiento general.

Organizaciones contrarias a la inmigración ilegal como la Federación para una Reforma Migratoria (Federation for American Immigration Reform) proponen que se fije un cupo para la inmigración. Sostienen que los latinoamericanos de escasa educación afectan el crecimiento porque reciben muchos servicios sociales y que los empleos que van a los inmigrantes con títulos universitarios deberían ser reservados para los ciudadanos estadounidenses.

“Tratar de hacer crecer la economía importando cuerpos es algo rudimentario y de la era de Neaderthal”, expresó Dan Stein, director ejecutivo de la Federación.

Otros estudios contradicen esa tesis y dicen que los aportes de los hispanos menos educados es valioso. Por cada dólar que invirtió en atención médica y educación, North Carolina recibió 11 dólares de los hispanos, con y sin permiso de residencia, mediante consumo e impuestos, señaló James Johnson, demógrafo de la University of North Carolina, Chapel Hill.

Si bien se habla mucho del impacto económico de la inmigración, numerosos opositores a la llegada de inmigrantes sin permiso de residencia temen su impacto en los contribuyentes y en la cultura en general, en un país cada vez más diverso.

La retórica antinmigrante tiene preocupada a Gopala, quien se siente afortunada de que ya no forma parte de los millones de extranjeros que todavía están solicitando la residencia en Estados Unidos.

“Tuve mucha suerte de que mi tarjeta de residente permanente fuera procesada cuando la inmigración no era una mala palabra”, dice Gopala.

“Estados Unidos me ha dado la oportunidad de hacer mi propia vida. Cuando naces en la India, tu vida ya está escrita. Pero aquí, eso no es así”.