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‘Si seguimos excavando vamos a llegar al infierno’: La penosa tarea de buscar a familiares desaparecidos

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Fueron 10 días de trabajos de excavación. El polvoriento predio se acordonó y se dividió en secciones. La tarea no fue fácil. Los voluntarios tuvieron que revisar minuciosamente 800 metros cuadrados en un rectángulo de 20 por 40 metros en el ejido Maclovio Rojas, una de las tantas colonias que conforman la periferia de Tijuana.

Al buscar en internet el nombre de la colonia, los resultados que arroja son: “Ejército resguarda predio en el Maclovio Rojas; “Mujer es asesinada frente a dos menores en ejido Maclovio Rojas” o “Viven pobladores del Maclovio Rojas en constante peligro”.

A juzgar por la información de los medios de comunicación, las estadísticas de la Secretaria de Seguridad Pública Municipal y las versiones de los residentes de la zona, confirman que ésta es definitivamente una zona peligrosa.

Es aquí donde el equipo de peritos y antropólogos de la Sub Procuraduría de Investigación en Delincuencia Organizada y padres de familia que buscan a sus hijos desaparecidos, encontraron más de cien kilogramos de huesos humanos.

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En este sitio decenas de padres y madres de familia tuvieron la esperanza de terminar con su interminable búsqueda y confirmar que alguno de los restos perteneciera a su ser querido.

El fenómeno de las desapariciones afecta a miles de personas en todo México. Según datos del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), desde el 2007, se tiene registro de aproximadamente 25,000 personas desaparecidas. De éstas, más de 1,400 desaparecieron en Baja California.

En este sector de la ciudad es donde Santiago Mesa López, mejor conocido como “El Pozolero” bajo las ordenes de Teodoro García Simental del cartel de Sinaloa, desbarató en ácido a cientos de personas entre los años 2005 y 2009 cuando fue descubierto y arrestado por elementos del Ejército.

Mesa López y otro detenidos relacionados con la misma investigación, confesaron que al menos tres terrenos de esta zona fueron utilizados para ocultar los restos óseos que no se alcanzaban a disolver con la sosa caustica.

Por eso, en el 2012 se realizó una primera búsqueda en la que se encontró pequeños restos de huesos.

En esta ocasión se buscó explorar otra de las áreas y excavar a mayor profundidad. Los primeros hallazgos se dieron a 60 centímetros: un fémur, dientes y muelas, pedazos de cráneo y prótesis para unir algún hueso facturado.

Los líderes del grupo de excavación son dos antropólogos egresados de la Escuela Nacional de Antropología, quienes tomaron fotografías y clasificaron los hallazgos a medida de que los huesos iban saliendo.

La excavación se realizó con pequeñas palas de mano y delicadas brochas para tratar de preservar lo mejor posible cada uno de los restos. Media dentadura superior fue hallada a centímetros de donde se encontró el primer fémur. Uno de los criminalistas dice: “si seguimos excavando vamos a llegar al infierno”.

Los peritos deducen el modo de operar. “Aquí se hacía un hueco en la tierra y se aventaban los huesos que resistieron el embate de la sosa caustica, es por eso que en un solo hoyo se pueden encontrar más de dos cráneos o distintos pedazos de cadera”.

En otro sector del predio donde no se excavó, un grupo de dos voluntarios, residentes de la misma colonia y uno más que acudió de forma voluntaria a ayudar, revisan con un cernidor la tierra. Aquí se buscaron las piezas más pequeñas como dientes o pedazos de huesos más frágiles.

“Hay que tener mucho cuidado para no confundir los huesos con las piedras. La diferencia es mínima, pero hay que poner atención en la porosidad”, dijo uno de los voluntarios, que prefiere, como los otros, no revelar su identidad.

“¿Dónde quedó nuestro hijo? Nos sentamos a comer y nos hace falta esa persona… le hace falta a su esposa que es mi nuera, le hace falta a su madre que es mi esposa.”

— Fernando Ortigoza Secretario de la Asociación para las personas desaparecidas en Baja Californias

El trabajo fue minucioso. Por momentos se tuvo que hacer con pequeñas pinzas y cuando se tenían varias muestras, todo se empacó perfectamente bien en bolsas de papel, con la clasificación dictada por los antropólogos: en la etiqueta se escribió solamente el número de ‘entierro’ en que se localizaron los restos.

Los “entierros” son los huecos de 70 centímetros por 70 centímetros aproximadamente que los investigadores ya tenían detectados desde los primeros días de trabajo en los sitios donde surgieron los primeros indicios.

Para entrar a este sitio los voluntarios fueron revisados corporalmente para evitar el ingreso de cámaras a la zona de investigación. El acceso a los medios de comunicación estuvo limitado, al igual que el de los familiares, a quienes no se les permitió acercarse a menos de 50 metros.

Desde esa distancia podían apreciarse fotografías, veladoras y flores que llevaron para orar por sus seres queridos. Sólo uno de ellos pudo ingresar: Fernando Ortigoza, quien es secretario de la Asociación para las personas desaparecidas en Baja California.

Ortigoza busca a su hijo desde que desapareció en el 2014, pero en este caso a diferencia de las historias que narra la mayoría de los familiares, su hijo desapareció en territorio estadounidense, a sólo a 75 metros de la garita de Otay, según consta en el documento de denuncia que existe en ambos lados de la frontera.

Desde esa fecha no tiene noticia de él y aunque sabía que era muy poco probable que los restos de su hijo aparecieran en este predio -ya que en teoría se dejó de utilizar en el 2009-, no pudo evitar que muy internamente creyera que en cada hueso o cada diente que salía a la superficie, fuera el de su hijo.

Para él, como para la mayoría de las personas que forman la Asociación, encontrar aunque fuera un pedazo de sus seres queridos, les ayudaría a completar y poner fin a un doloroso ciclo.

“Nosotros sólo buscamos”, dice Ortigoza con la voz entrecortada por la emoción. “De perdida poderles ir a llorar, rezar hacerles una misa… sólo queremos saber qué fue lo que pasó y donde están, vivos o muertos ya que la incertidumbre nos está llevando a la locura”.

Angélica Padilla
“Él es mi hijo, Rafael Cota Padilla. Desapareció el 4 de mayo del 2016…Ya no vivimos, medio dormimos, medio comemos… al estar comiendo un taco estás pensando en donde está tu hijo. Si tu hijo tiene que comer, si ya comió, si ya durmió, si está bien. No podemos vivir. Yo nunca me voy a cansar, así me muera en la raya, pero yo voy a seguir buscando a mi hijo”.

María Jerónima Romo
Busca su hijo quien desapareció en el 2007. Asegura que se trata de una desaparición forzada y atribuye la desaparición a la Policía Ministerial, ya que fue detenido luego de comprar un vehículo y presentarlo para verificar si era robado.

Existe una denuncia donde afirma que los ministeriales obligaron a su hijo a llevarlo a una casa de empeño para entregarles la cantidad de 20,000 pesos a cambio de su libertad. Desde ese día no se sabe nada de él. Romo dice que tiene la esperanza de que quizá aquí encuentren sus restos, ella se hizo la prueba de ADN, aunque ya perdió la esperanza de que esté vivo.


Los resultados
Alrededor de 100 kilos de hueso fueron enviados a la Ciudad de México, que corresponden a entre siete y ocho mil pedazos de huesos.

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