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Los jornaleros mexicanos, eternos olvidados con vidas cercanas a esclavitud

Imagen de marzo de 2011, de unos jornaleros de la localidad de San Quintín, en el estado mexicano de Baja California, durante la cosecha de fresa y que actualmente llevan semanas haciendo paros en protesta por sus condiciones laborales.
Imagen de marzo de 2011, de unos jornaleros de la localidad de San Quintín, en el estado mexicano de Baja California, durante la cosecha de fresa y que actualmente llevan semanas haciendo paros en protesta por sus condiciones laborales.
(Alejandro Zepeda / EFE)
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Los trabajadores del campo en México son los eternos olvidados, sus historias salen a la luz cada cierto tiempo, cuando hay “rescates” masivos de personas semiesclavizadas o prolongadas huelgas, pero pronto vuelve al silencio, siguen llenando supermercados en Norteamérica, mientras duermen en el suelo.

“Pareciera que es conveniente sacar el tema de vez en cuando, diciendo que se rescata a poblaciones vía inspecciones. Es una estrategia del Gobierno” para hacer ver que se está haciendo algo, dijo Margarita Nemecio, coordinadora del área de Migrantes y Jornaleros Agrícolas del centro Tlachinollan.

Uno de los últimos “rescates” más sonados sucedió hace tres semanas, cuando las autoridades mexicanas encontraron a cerca de 200 jornaleros que trabajaban en condiciones inhumanas en un campo de Baja California Sur (noroeste); días después 49 indígenas mixtecos eran librados de trabajar en la semiesclavitud en Colima (oeste).

Todo ello mientras en San Quintín (Baja California) llevan semanas haciendo paros en protesta por sus condiciones laborales.

En la organización no gubernamental Red de Jornaleros Internos, a la que pertenece Tlachinollan, no les gusta la palabra “rescate” y siempre la entrecomillan, pues tras esos rescates la vida de los jornaleros no cambia tanto.

“Pareciera que es rescatarlos, acomodarlos en otra empresa o regresarlos a sus comunidades de origen y decir que se va a sancionar”, agrega Nemecio, pero “no hay seguimiento más allá de las sanciones”, por lo que las condiciones de los campos “no mejoran”.

Un informe publicado recientemente por esta red explica que hay más de dos millones de trabajadores agrícolas en México que sufren abusos y semiesclavitud en 18 estados. El 60 % de ellos son indígenas provenientes de las entidades con mayor pobreza, como son Guerrero, Chiapas y Oaxaca.

Personas que no tienen recursos en sus zonas de origen y tienen que emigrar a buscar trabajo, generalmente al norte, a empresas trasnacionales que les proporcionan alojamiento para ellos y sus familias durante los meses que permanecen en los campos.

Los trabajadores “rescatados” de Baja California Sur vivían bajo amenazas, en chozas provisionales elaboradas de ramas, plásticos y sacos, en medio de basura y lodo, con poca agua y baños sucios.

“Hemos visto cómo les cierran las llaves de paso del agua y les quitan las bombillas en los baños para que no vayan por la noche. Hemos visto cómo a veces se agarra el agua de los canales de riego para abastecer las regaderas (duchas) y sanitarios. Es agua sucia contaminada por pesticidas y químicos”, cuenta Nemecio.

Manuel (nombre ficticio) es de Guerrero y lleva 24 años viajando al norte, a Sinaloa, como jornalero. Normalmente viaja de septiembre a mayo, aunque este año regresó antes del fin de la cosecha.

Trabaja para una compañía canadiense dirigida por personas de origen vietnamí que no saben casi español. “Nos tratan mal de por sí en esta empresa”, cuenta este hombre de 64 años que viaja cada temporada con su mujer y varios de sus hijos.

Dice que cobra unos 80 pesos diarios (5,3 dólares), 12 pesos (0,8 dólares) por caja de verdura recolectada. Cinco o seis cajas por día, trabajando de siete de la mañana a una de la tarde y el resto de la jornada la dedican a “arrancar quelite” (hierbas salvajes).

Viven en los barracones que les dejan los dueños de la empresa y duermen en el suelo de una habitación. Tiene suerte porque están solos. “Si son pocos en la familia, los enciman (juntan) con otra familia”, relata.

Este jornalero pasa la mitad del año en Sinaloa y la otra mitad en Ayotzinapa, municipio Tlapa de Comonfort, donde casi todos sus 800 habitantes parten a alguno de los campos agrícolas hacia el norte porque “allí no hay nada”. El tiempo que está en su tierra sobrevive con lo ahorrado, unos 12.000 o 13.000 pesos (866 dólares).

Efe se puso en contacto con la empresa para la que Manuel trabaja, Golden Fields, ubicada en el municipio de Costa Rica. Uno de los capataces, Let Tran, asegura que los trabajadores están satisfechos trabajando allí, como lo demuestra el hecho de que “regresan cada año”.

Preguntado por los sueldos que reciben, Tran dice desconocerlos en un principio, pero al saber de la entrevista con Manuel rechaza categóricamente que ese sea su sueldo y comienza a hablar de cifras.

Pagan, asegura, “dependiendo de las horas que trabajan” y del tipo de actividad que desempeñen, entre los 126 pesos al día (8,4 dólares) y los 170 pesos (11,3 dólares), aunque algunos días “pueden recibir paga doble”. Los trabajadores “hacen un buen dinero”, sostiene.

Tran cree que en su empresa los jornaleros sí son bien tratados, pero dice que hay compañías alrededor, sobre todo las chinas, que sí los tratan mal. “Hay mucha gente que no respeta las leyes y les da malas condiciones, pero nosotros sí”, aseveró.

En Golden Fields, asegura Tran y confirma el jornalero Manuel, no se permite el trabajo a menores de edad y hay una escuela a la que acuden los niños. Esto no ocurre en todos los campos, hay empresas en las que siguen trabajando menores.

Según el informe de la Red de Jornaleros Internos, del total de campesinos, el 20 % tienen menos de 18 años, es decir, más de 433.000 son menores. La organización ha documentado que desde 2007 al menos 40 niños han muerto en los campos agrícolas y la situación está lejos de mejorar.

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