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Con un dolor profundo que no termina, madres buscan a sus hijos desaparecidos

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Cientos de madres en México se han convertido en investigadoras y activistas, para buscar a sus hijos y exigir justicia. Frente a la incapacidad y complicidad de los gobiernos locales y federal para investigar y frenar la desaparición forzada, ellas han asumido el rol de peritos. De la Guerra Sucia de los años 70, a la Guerra contra el narco iniciada en diciembre de 2006, México ha visto surgir decenas de organizaciones de mujeres que, a lo largo de cuatro décadas, han mantenido una misma proclama: “vivos se los llevaron, vivos los queremos”.

Cuatro décadas de lucha

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Rosario Ibarra de Piedra, Comité Eureka

Rosario Ibarra de Piedra cumplió 90 años el 24 de febrero. La activista suma 42 años en busca de su hijo Jesús Piedra Ibarra, detenido y desaparecido por el gobierno mexicano el 18 de abril de 1975.

Su búsqueda ha sido imparable. Interceptó al presidente Luis Echeverría en actos públicos para exigirle personalmente, en 39 ocasiones, la liberación de su hijo. Acudió 18 veces a las oficinas de la ONU. Se metió disfrazada al campo militar. Hizo siete huelgas de hambre.

En 1977, fundó con otros familiares y mujeres, conocidas como “Las Doñas”, el Comité Eureka.

Su principal aprendizaje con ellas, juzga la ex senadora en una entrevista vía correo electrónico, fue: “trascender a la fortaleza de la lucha organizada y colectiva por la justicia”.

-¿De dónde ha sacado la fuerza para luchar todo este tiempo e inspirar a otras personas?

-Han pasado 42 años de que el mal gobierno desapareció a mi querido hijo Jesús. Desde entonces, lo he dicho y seguiré sosteniendo, fue él quien me parió políticamente; la fortaleza de sus convicciones, su espíritu rebelde y el valor de sus ideales me empujaron a seguir luchando, pero sobre todo me animó la enorme esperanza de haber encontrado con vida a 148 desaparecidos que estuvieron presos en cárceles clandestinas del Ejército y la Marina.

-¿Alguna vez imaginó que en México la desaparición de personas se volvería tan común?

-No, nunca imaginé que nuestro grito lleno de esperanza: ¡Vivos los llevaron! ¡Vivos los queremos!, con el que reclamábamos a los malos gobiernos los desaparecidos de las décadas de los 70 y 80, resonaría nuevamente por todo el orbe para denunciar los miles de casos de desaparecidos que hay actualmente en México, víctimas de los sátrapas que hoy nos gobiernan.

-¿Qué les diría a las madres mexicanas que actualmente buscan a sus hijos?

-Que luchen con toda su fuerza, que defiendan a sus hijos como leonas, que exijan justicia, que no cejen en su empeño por encontrarlos, pues si bien los horrores del pasado reciente no se han ido y la represión y la tortura se pasean impunemente a lo largo de nuestra dolorida Patria, también la organización e indignación popular van en ascenso para con ello lograr cambiar a este mal gobierno.

-¿Cuál es la principal razón por la que no se hace justicia en los casos de desaparición en México?

-El responsable de la desaparición forzada es el gobierno de México; la desaparición forzada es una política y terrorismo de Estado que tiene a la justicia secuestrada y desaparecida igual que a nuestros familiares. La corrupción y la impunidad son los pilares con que se sostiene.

Movimiento por la Paz

María Herrera Magdaleno, fundadora de Familiares en Búsqueda AC.

María Herrera Magdaleno carece de razones para creer en la justicia mexicana. Cuatro de sus siete hijos -Raúl, Salvador, Gustavo y Luis Armando Trujillo Herrera- fueron desaparecidos sin que las autoridades le respondan dónde están. “En este país, a la justicia la desaparecieron antes que a nuestros hijos”, dice con voz baja.

El 28 de agosto de 2008, Raúl y Salvador no volvieron a su casa desde Atoyac de Álvarez, Guerrero, junto con cinco trabajadores más. La familia se dedicaba a la compra-venta de pedacería de oro, como la mayoría de los habitantes de su comunidad, en Pajacuarán, Michoacán.

Aunque sus hermanos Juan Carlos y Rafael aportaron pruebas a la Procuraduría de Guerrero sobre su paradero, la dependencia actuó meses después.

La madre de familia les prohibió a sus hijos salir a trabajar a otras entidades. Pero en septiembre de 2010, sin su conocimiento, Gustavo y Luis Armando viajaron a Veracruz. Fueron desaparecidos el día 22, en Poza Rica, tras ser detenidos en un retén militar.

Desde hace 8 años y 9 meses, María Herrera se ha entrevistado con funcionarios de todo rango.

En 2011, se sumó al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) y participó en los Diálogos que su paisano Felipe Calderón sostuvo con las víctimas de una guerra iniciada justo en su tierra.

María Herrera pidió a la entonces primera dama, Margarita Zavala, presente en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, ser empática con el dolor de una madre. Tras escuchar los reclamos por la ineficacia gubernamental, Calderón se acercó a abrazar a María. Le prometió ayudarla.

Seis años después, el matrimonio de políticos concentra sus energías en su intento de volver a Los Pinos. No hablan de las víctimas de una guerra que ellos iniciaron.

María Herrera sigue buscando a sus hijos. Su cabello es más cano. Las ausencias de sus hijos se reflejan en su rictus permanente.

Designada como representante de las víctimas del MPJD, la mujer cree que fue ingenua en confiar en los funcionarios públicos.

“Han administrado nuestro dolor. Han hecho con él lo que han querido”, acusa.

La madre ha caminado por todo el país con los cuatro retratos de sus hijos desaparecidos. En sus indagaciones, confirmó que la participación de fuerzas del Estado en las desapariciones es un patrón. En las reuniones con procuradores generales de dos administraciones distintas, María les exige trabajar sin simulaciones.

“Cambiémosle de nombre, no es el crimen organizado, es el crimen institucionalizado. ¿A quién están protegiendo?”, cuestiona.

“En su mayoría, es la policía quien detiene a nuestros hijos y los entregan a esos grupos; ellos los conocen, saben quiénes son, tienen pactos con ellos”.

En 2015, María Herrera y su hijo Juan Carlos fundaron la organización Familiares en Búsqueda. Al año siguiente, nació Enlaces Nacional, una red que se coordina con otras 60 asociaciones.

“Sentí que había sido engañada, vi que el gobierno no buscaba a mis hijos. Cuando supe que los funcionarios no lo iban a hacer, nos pusimos de acuerdo como familia y salimos a buscar”.

Enlaces realizó las primeras Brigadas Nacionales de Búsqueda de Personas Desaparecidas en Veracruz y Sinaloa.

María duda de aquellos que le dicen que es una mujer muy fuerte. “No es así. Porque cuando nombro a mis hijos o viene su presencia a mi mente, siento que fue ayer, que estoy viviendo una pesadilla...”.

Los 43

Cristina Bautista Salvador, madre de normalista

Sentada en una banca de concreto sobre Paseo de la Reforma, sin que las botas de trabajo que usa alcancen a tocar el piso, Cristina Bautista Salvador podría parecer una mujer pequeña. No lo es.

La guerrerense sostiene a la altura de su pecho el retrato de su hijo Benjamín Ascencio Bautista, uno de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa que desaparecieron el 26 de septiembre de 2014.

Cristina y otras madres de normalistas duermen temporalmente en una tienda del campamento de protesta instalado frente a la PGR. La mujer, de 41 años, vino a la capital para participar en la jornada de protestas por los 31 meses desde la “noche de Iguala”.

Desde hace casi tres años, vive en Ayotzinapa. “Desde el día 29 de septiembre que llegué ahí me quedé. Dejé todo: mi trabajo, mi cosecha. Y empecé a marchar”.

Cristina Bautista nació en Alpuecatzingo de las Montañas, en Ahuacuotzingo, un municipio guerrerenses en el que 91 por ciento de sus habitantes son pobres.

Antes de la desaparición de su hijo, la mujer vendía el pan que horneaba en compañía de Benjamín y sus hijas Maryani, de 25 años, y Laura, de 21. Los jueves comerciaba pozole.

No sabía sobre las desapariciones de personas que azotan a su estado y a México desde hace décadas.

El vuelco en su vida la ha empujado a tomar el micrófono en las protestas y expresarse primero en náhuatl, su lengua materna; después en castellano.

Una década atrás, Cristina viajó a Estados Unidos a trabajar como intendente en tiendas de comida rápida. Hoy, lo hace para reunirse con defensores de derechos humanos y activistas.

Cristina basa sus argumentos en el recuerdo fiel de lo sucedido desde 2014. Repite fechas, diagnósticos, resultados, informes, incluso las promesas hechas por Enrique Peña Nieto.

“Nos dijo que va a meter todo para buscar a nuestros muchachos y que le diéramos confianza. Topara con quien topara, él iba a castigar. Nos hizo creer, pero hasta la fecha no ha hecho nada. Es solamente simulación. Para que no digamos nada y nos vayamos a nuestra casas”.

Cristina es de las que más anima a sus compañeros. Pero reconoce que a veces “le gana el sentimiento”.

“Por eso siento coraje hacia el gobierno, porque nos está torturando. Nos está haciendo sufrir. Si acaso estaban cometiendo un delito nuestros hijos, ¿por qué no los encerraron? ¿Por qué se los llevan? El gobierno nos tortura, porque no estamos con nuestra familia. No estoy con ninguno de mis tres hijos. Cuando tenemos días sin actividades, voy a mi pueblo; si no, estoy sola”.

Cristina dice que la fuerza para seguir buscando a su hijo la saca del apoyo que les brinda la ciudadanía y otras organizaciones civiles. “No debemos rendirnos, debemos seguir, exigir al gobierno mexicano que nos entregue a nuestros hijos. Así como se los llevaron: vivos, vivos los queremos. No queremos que ‘ya se murió’, porque sabemos que vivos se los llevaron. No lo decimos porque estemos encaprichados o porque no lo queramos aceptar, lo que exigimos es con las pruebas científicas”.

Niños desaparecidos

Lourdes Herrera del Llano

“Yo vivía como en nubes de algodones. Nubes color rosa. Enfocada en mis niños, eran mi todo. No veía más allá”. Así describe Lourdes Herrera su vida antes de que su esposo, sus dos cuñados y su hijo de 8 años de edad fueran desaparecidos en Ramos Arizpe, Coahuila.

Era 2009, salieron a las 6:30 de la mañana del 29 de agosto hacia el aeropuerto de Monterrey para que uno de sus cuñados regresara a Los Ángeles California, donde radicaba.

Lourdes era educadora de preescolar. Su esposo, Esteban Acosta Rodríguez, dirigía a los custodios del Cereso de Saltillo, Coahuila.

La familia estaba conformada por su hijo Brandon Esteban Acosta Herrera y su hermana, un año mayor.

Antes de que un comando se llevara a su hijo, a su esposo y a sus cuñados Gerardo y Alberto, Lourdes desconocía sobre las desapariciones de personas en Saltillo.

“Mis ojos no veían la violencia que estaba ya desde 2006, el crecimiento del crimen organizado atentando contra las familias, contra víctimas inocentes...”.

La realidad le pegó de golpe. En la procuraduría estatal, reconoció zapatos de su esposo y su cuñado. Le informaron que el auto en que viajaban fue rodeado por un comando que se trasladaba en tres vehículos.

Lourdes no paraba de llorar esos días. Con su hija, abandonó su casa por cuatro meses. Corría por la calle con la cabeza cubierta con la capucha de una sudadera para evitar ser vista. Temía hacer público su caso por posibles represalias.

Dos meses después, a través del Centro Diocesano para los Derechos Humanos Fray Juan Larios, halló a otras familias que buscaban a sus desaparecidos. Se organizaron para crear Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila, Fuundec. Juntos, aún con miedo, salieron a las calles por primera vez en 2010, para exigir la búsqueda y localización con vida de sus familiares. Son alrededor de 80 familias.

La mujer, de 42 años, participa en marchas y movilizaciones. Toma el micrófono para hablarle a sus compañeros. Ofrece entrevistas. Es una de las coordinadoras que Fuundec tiene en las tres regiones donde trabajan.

Fuundec y otras organizaciones en Coahuila impulsaron la ley estatal que reconoce la figura de desaparición forzada. Empujaron la creación del Programa de Atención a Familiares de Personas Desaparecidas, para proteger sus derechos en salud, educación, trabajo y vivienda.

Su principal demanda es la búsqueda de los desaparecidos y la localización con vida. Pero, en días pasados, el colectivo inició su participación en la exhumación de 458 cadáveres depositados por las autoridades en fosas comunes.

Cada noche, relata, Lourdes platica con su hijo Brandon.

“Duele mucho, pero me llena también de fortaleza. Quiero que él esté orgulloso de esta madre que le tocó. Me he hecho más independiente, más fuerte. Había muchas cosas que no sabía hacer o atender en cuanto a la casa si se descomponía algo. Por todo lloraba. Creo que de eso es de lo que tiene que estar orgulloso mi niño. Mi esperanza y mis fuerzas no han disminuido, al contrario, sé que me necesita de pie, sana y con una buena actitud. No he bajado mis brazos. Por el amor a él y la esperanza de encontrarlo”.

Migrantes desprotegidos

Anna Enamorado, Movimiento Migrante Mesoamericano

Óscar Antonio López Enamorado, hijo único de Ana Enamorado, nació como un gran regalo para la mamá debutante el 10 de mayo de 1991. Sus cumpleaños y la celebración del Día de las Madres fueron, durante 20 años, un motivo de dicha. Hasta 2010, cuando el joven hondureño desapareció en territorio mexicano.

Ana relata que su hijo dejó su país por la violencia. Le desesperaba no poder salir a las calles por la inseguridad. En 2008, llegó a Texas. Al año siguiente, ingresó a México con dos jaliscienses que conoció en Estados Unidos. Le dijo a Ana que en tres meses volvería a su país.

La última vez que la mujer tuvo contacto con su hijo fue el 19 de enero de 2010. Su hijo le dijo que estaba en una isla desconocida, pero la llamada se cortó.

Ana comenzó a buscarlo a distancia, a través del cónsul de su país en México. Se acercó al Comité de Familiares de Migrantes de Progreso, que buscaban a desaparecidos en México, y se sumó a la Caravana de Madres Centroamericanas.

Dejó su vida en San Pedro Sula: su casa, su tienda de abarrotes y su matrimonio de 23 años.

El 15 de octubre de 2012 entró a territorio mexicano, donde ha permanecido con visa humanitaria.

Gracias a las claves telefónicas, supo que su hijo había estado en San Sebastián del Oeste, Jalisco.

Ana denunció en la Fiscalía Estatal y ante la Fiscalía Especializada de Búsqueda de Personas Desaparecidas de la PGR. Les entregó la información que consiguió. La canalizaron a la Unidad de Investigación para Delitos contra Migrantes, pero no obtuvo respuesta.

En 2015, la Fiscalía de Jalisco le intentó entregar las cenizas de una persona sin ninguna prueba de que fuera su hijo.

La centroamericana solicitó entrevistarse con la última persona que vio a su hijo. “Mientras no tenga pruebas, yo a mi hijo lo sigo buscando”.

Ana Enamorado se incorporó al Movimiento Migrante Mesoamericano. Ayuda a organizar la Caravana Madres Migrantes que buscan a sus hijos, y continúa tras las pistas de Óscar.

“El 10 de mayo es la peor fecha para mí. La fecha del cumpleaños de mi hijo me afecta muchísimo. Hubo marchas a las que no pude ir. Hay años que estoy más débil, más sensible, no sé... me afecta más. Tengo que tomar fuerza..

“Cuando vi que no tenía a Óscar, que era por quien luchaba, mi sueño, era todo, dije ‘ya no tengo nada’”...

Morelos: fosas del Estado

Angélica Rodríguez Monroy, fundadora Regresando a Casa, Morelos

La última semana de abril de 2017, en el panteón municipal de Jojutla, en Morelos, Angélica Rodríguez Monroy vestía similar a los peritos que exhumaban cadáveres: traje blanco de “bioseguridad”, empaques para los zapatos, guantes de látex, cubrebocas. Sólo se diferenciaba por la leyenda en su espalda: “Regresando a Casa, Morelos”, el nombre de una de las organizaciones formadas en la entidad por los parientes de las personas desaparecidas.

Ella es una de las familiares que monitorea la exhumación de cuerpos enterrados por el gobierno de Graco Ramírez sin realizarles exámenes de identificación.

Angélica ha recorrido dependencias estatales y federales en la búsqueda de su hija Viridiana Anaid Morales Rodríguez.

Con 21 años de edad, la joven desapareció el 12 de agosto de 2012 junto a su esposo Roberto Altamirano, en el poblado mexiquense San Pedro Tlanixco, en Tenango del Valle. La pareja fue a acampar para celebrar un año de matrimonio.

“Muñeca, ya estamos por llegar al lugar. Estamos en contacto. Te quiero”, fue el último mensaje que Angélica recibió desde el teléfono de su hija.

Dos días después, el cadáver de su yerno Roberto fue hallado con un golpe en la cabeza. De Viridiana, nada. Ni un objeto ni un rastro.

Por sus propias investigaciones, Angélica supo que su hija fue vista con un desconocido en la zona de la desaparición. Después, la madre recibió la llamada de una desconocida que le dijo que Viridiana estaba amenazada, y la ayudaría a escapar. Pero no volvió a comunicarse.

Desde hace 57 meses, Angélica Monroy marcha en múltiples manifestaciones. Ha participado en huelgas de hambre para exigir la acción gubernamental. No ha conseguido que el perredista Graco Ramírez cumpla su palabra de resolver su caso.

Sin su hija, la vida de Angélica se trastocó. Perdió su empleo en una aseguradora. La mayor parte del tiempo la dedica a buscarla a ella y otras personas.

En 2015, se incorporó a la Comisión Estatal de Víctimas como familiar afectada, donde denunció falta de recursos estatales.

En febrero pasado, la mujer creó junto con otros familiares de víctimas la agrupación Regresando a Casa AC, para rastrear con pruebas de genética o investigaciones en fosas.

“Yo sola no tenía voz. Empezamos tres mamás. Nos organizamos, hicimos marchas y una huelga de hambre, una caravana a la Ciudad de México. Nos dimos cuenta que eso impacta”.

“No sé si yo encuentre aquí a mi hija. Pero quizá en algún otro estado alguien esté haciendo lo mismo que yo, y pueda tener esa tranquilidad de que mi hija esté de nuevo con nosotros. Yo espero abrazarla y verla entrar caminando, eso es lo que quiero. Pero en este camino hemos aprendido que puede ser esa posibilidad, que es a la que nos aferramos nosotras, pero también podemos albergar cualquier otra...”.

Las exhumaciones en Morelos comenzaron en mayo de 2016, en Tepalcingo, al norte de Cuautla. Ahí sumaron 119 cuerpos, 84 tenían signos de violencia y/o tortura, lo que significaría la posible colusión de las autoridades con el crimen organizado.

En una tabla de apoyo para hoja, Angélica acumula los resultados de la jornada de 12 horas de trabajo en las que fueron exhumados 8 cuerpos. Sus datos son un arma de doble filo:

“Cuando sale un cuerpo, y es mujer... como te están describiendo cómo está el cuerpo... te describen todo lo posible, lo que te dice su cuerpo que le hicieron te lo están describiendo. Es imposible que no puedas pensar que eso mismo le pueden hacer a tu hija... Eso es lo más difícil”.

El infierno veracruzano

Lucía Ángeles Díaz, fundadora de El Solecito

El descubrimiento de la mayor fosa ilegal en el sexenio derivó de un regalo del Día de las Madres.

El 10 de mayo de 2016, durante una marcha realizada en el centro de Veracruz por las integrantes del Colectivo El Solecito, unos hombres les entregaron mapas con la ubicación precisa de fosas clandestinas en el poblado de Colinas de Santa Fe. Con ello, la agrupación ha encontrado 127 fosas y 257 cuerpos.

Lucía Díaz Henao es una de las cofundadoras de El Solecito. Su hijo Luis Guillermo Lagunes Díaz fue secuestrado el 28 de junio de 2013, en su domicilio en el puerto de Veracruz; no lo ha vuelto a ver.

“Muchas evidencias se perdieron por la negligencia y las omisiones del los Ministerios Públicos. No me imaginaba que las autoridades fueran así. El gobierno sigue siendo corrupto desde arriba hasta abajo”.

Lucy Díaz, quien antes del secuestro de su hijo se dedicaba a dar clases de idiomas y a viajar, quiso crear un colectivo que fuera contestatario.

“Quería que tuviéramos una presencia de lucha, que supieran que se estaban enfrentando a una sociedad civil organizada que pudiera someterlos a las exigencias de las leyes y lo que tienen que hacer”.

En 2015, la mujer comenzó con ocho compañeras; hoy son más de 100 y el número sigue creciendo.

El nombre de El Solecito nació de forma espontánea.

“Yo estaba pasando por un momento totalmente oscuro, no había ni el menor atisbo de luz. Para poner una imagen de perfil en un grupo de WhatsApp, pensé: ‘¿qué es lo que uno quisiera?’. Claro que lo que yo quisiera es encontrar a mi hijo, eso lo veía como una luz. No solo a mi hijo, sino a los demás hijos. Puse la foto de un sol que encontré. Así se empezó a asociar. Las compañeras me decían ‘¿dónde te mando el mensaje, a tu privado o al del solecito?’”.

El Solecito comenzó a buscar recursos, primero con rifas y venta de artículos usados. Hoy, venden comida, botanas, y tienen una cuenta para recibir depósitos en efectivo.

“Pensaba comprar un departamento nuevo en la Ciudad de México, pero con esto me agarró la depresión, lo que tenía lo rifé. Vendí mucha ropa...”, narra Lucy.

El Solecito recibió asesoría de familiares que buscan cuerpos en Iguala. Además de la participación directa de las mujeres en los trabajos de excavación, el colectivo también es una fuente de empleo para una cuadrilla de trabajadores que cavan de forma permanente en las fosas halladas en Colinas de Santa Fe, por lo ue reciben un salario.

El Solecito nunca quiso sentarse a hablar con el ex gobernador Javier Duarte, por considerarlo un interlocutor falaz. Desde antes de que fuera aprehendido, señalaban a su secretario de Seguridad estatal como responsable de desapariciones forzadas.

Lucy Díaz y las integrantes de otros colectivos de madres aprovecharon un viaje de capacitación a Guatemala para exigir en el Fuerte de San Rafael Matamoros la extradición de Duarte para que sea juzgado.

El 24 de abril, el colectivo recibió la medalla al Mérito Universidad Veracruzana, por su trabajo social en la búsqueda de desaparecidos.

“De verdad ha sido un sol, porque ha llevado luz a muchísima gente que aún no sabemos quiénes son, porque no se han hecho las investigaciones. Pero van a llegar”, dice la activista.

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