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Las dificultades de una mujer para enmarcar su vida en Ciudad de México

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EFE

A sus 52 años y con más de 30 de profesión, Martha de la Barrera dice que trabajará “hasta donde pueda”. Sin prestaciones y hasta ahora sin ahorros para su retiro, la mujer luce infatigable a la hora de enmarcar un cuadro, oficio que, a pesar de lo pesares, la ha sacado adelante durante ese tiempo.

Un local en el mercado de La Lagunilla, enclavado en el popular barrio de Tepito, en el centro histórico de Ciudad de México, dedicado a la elaboración de marcos a la medida para decorar y contener pinturas, fotografías, documentos, dibujos, entre otros objetos, es el área de trabajo de Martha.

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El caso de Martha es especial. Aprendió el oficio prácticamente sobre la marcha, con base en la repetición y en la experiencia que adquirió al ver como otros trabajadores ejecutaba el llamado enmarcado de cuatros.

Esa experiencia, en la que se ayudó de su vista y la retentiva, la tomó en su etapa como clienta asidua al local. Con la inquietud por “meterle mano” a los materiales y para que “sacaran” rápido el trabajo que ella les había encargado, un día Martha le dijo al “maestro enmarcador” que si les ayudaba y se llevó un enorme sorpresa al recibir el sí.

La mujer metía las manos sin miedo al material y rápidamente aprendió el oficio, lo que le valió recibir la invitación a trabajar por parte de su actual empleador Ángel Ramírez, el dueño del local.

El encargado la invitó a probar suerte los fines de semana porque Martha le contó que tenía otro trabajo, pero su inicio fue un tanto difícil y no precisamente por el trabajo a desarrollar sino porque no sabía que iban a decir sus padres.

Para resolver ese pendiente, Martha decidió presentar a Ramírez a sus padres “porque sabía que no tan fácilmente me iban a dejar trabajar con puros hombres”, recuerda.

Corría la década de los años 80 y aunque en México había más opciones de trabajo, seguía sin ser bien visto, como en décadas anteriores, que una mujer entrará en un mundo de hombres.

“Tuve que adaptarme a mis compañeros y ellos a mí ya nunca habían trabajado con una mujer. Fue diferente para todos”, cuenta Martha, quien dice que sus compañeros la respetan y la ven como un trabajador más aunque siguen siendo malhablados, algo que dice, no le asusta y a lo que se ha acostumbrado.

Una de las dificultades que Martha tuvo que enfrentar fue al manipular y corte el cristal que protege los marcos, actividad que la llevó a cortarse en repetidas ocasiones “hasta que le agarré el modo”, dice orgullosa.

Ese mismo sentimiento lo manifiesta cuando los clientes le dicen que es “de manos muy rápidas y que trabaja bien” y otros elogios que la reconfortan y que se gana con buenos trabajos.

Aunque no cuenta con las prestaciones de un trabajo formal, entre ellas, seguridad social, Martha dice que ella y sus demás compañeros cuentan con la ayuda en su jefe, quien los apoya cuando se enferman e incluso a ella le pagó el parto de su hija Nancy, quien nació hace 17 años.

Además de su trabajo, Martha, quien es madre soltera, está al mando de su hogar el cual debe sostener con 3.000 pesos (unos 153 dólares) a la semana y también ha tenido que hacerle frente a gastos como la fiesta de 15 años de su hija, una celebración tradicional en México.

A pesar de que Martha sabe que este viernes, 8 de marzo, se conmemora el Día Internacional de la Mujer, ella hace la fecha a un lado porque ha comprobado, directamente, que su trabajo es tan valioso como el de un hombre.

Martha dice que trabajará “hasta donde pueda” porque todavía su hija depende de ella, no tiene ahorros para su retiro y cuenta que otra manera de solventar sus gastos y organizar su economía es organizando tandas, una manera informal de ahorrar dinero en México.

Con un horario laboral que va de las diez de la mañana hasta las siete de la tarde, Martha apenas tiene tiempo para ella porque todo lo ocupa su trabajo y “a veces llegan clientes de último momento y hay que atenderlos porque hay que sacar el trabajo”.

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