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La comunidad hispana de San Diego le da la espalda a la caravana de migrantes

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EFE

La mayoría expresa cierta comprensión, algunos incluso reconocen haberse visto en una situación similar, sin embargo, en general, la comunidad hispana que reside en la ciudad californiana de San Diego desconfía de los miles de migrantes que aguardan en México para cruzar la frontera.

“Así como llegaron ellos llegué yo, a Tijuana, no más que yo llegué con mi pasaporte y tuve la suerte de que me encontré con una persona de aquí y en seis meses me arregló”, confesó a Efe Teresa Beltrán, quien vino a vivir a Estados Unidos sin nada hace 30 años y ahora regenta un pequeño puesto ambulante en el barrio de Logan.

Este distrito es el auténtico corazón de la comunidad hispana que habita en San Diego, una ciudad de cerca de millón y medio de habitantes, de los que un 28,8 % son de origen latino, según datos del último censo nacional, realizado en 2010.

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En las calles de esta barriada se entremezclan las habituales casas bajas unifamiliares características de los suburbios de las ciudades estadounidenses con los jardines llenos de bártulos y las tiendas que venden piñatas, tan habituales al otro lado de la frontera sur del país.

El arraigo de esta comunidad en la ciudad resulta evidente. Tal vez por ello desconfía de las intenciones de los cerca de 5.000 centroamericanos que, el pasado 13 de octubre, formaron una caravana y pusieron rumbo a EE.UU. con la intención de pedir asilo.

“Hay que adaptarse a la cultura americana, comenzar por el idioma, adaptarse a las reglas y no querer imponer las nuestras, porque este país ya tiene su cultura, tiene sus reglas”, advierte Alba Fierro, propietaria junto a su marido del restaurante mexicano Las Morelinas.

Entre tacos de carnitas y sopes, Fierro reconoció en declaraciones a Efe que muchos de sus clientes entraron al país ilegalmente, tal y como algunos sospechan que acabarán haciendo los migrantes llegados en los últimos días a Tijuana, pero aseguró que sus formas fueron otras, ya que no entraron “en masa, protestando, haciendo bullicio y exigiendo”.

La población hispana de la ciudad parece haber seguido con atención el avance de la caravana, que ha sido tildada de “invasión” por el presidente Donald Trump, y recriminan a estos nuevos migrantes que no hayan aceptado las oportunidades que les ha brindado México.

Cuando se les pregunta por sus fuentes de información, muchos dicen haber visto la situación de primera mano en Tijuana, otros citan los medios o las redes sociales; pero en general, en el discurso de casi todos ellos, resuenan las palabras del presidente Trump.

Beltrán se mostró preocupada por la posible presencia de “terroristas” infiltrados en la caravana, mientras que Fierro hizo referencia a los “problemas sociales” derivados de la presencia de los centroamericanos en Tijuana: “Delincuencia, mugre en la calle y contaminación”.

En un sentido similar se expresó un mexicano originario de la provincia de Nayarit, que pasa los días vendiendo camarón seco y que pidió no ser identificado.

“Primero la gente se decía ‘está bien, porque vienen como nosotros vinimos, de inmigrantes’, pero ahorita que se está viendo la realidad, que vienen haciendo desastre por todo México, como creyendo que ellos tienen... Yo no sé que pensarán, pero creo que está mal”, comentó este hombre que cree que los recién llegados “deben bajar una rayita”.

La noche se cierne ya sobre las calles del barrio de Logan, que de repente vuelve a la vida con la presencia de decenas de feligreses que salen de la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, tras la misa de las seis.

El salvadoreño José Alberto Mendoza, que asistió al oficio, se mostró mucho más comprensivo ya que, según explicó, su familia tuvo que abandonar su país en los años ochenta debido a la Guerra Civil y fue la posibilidad de pedir asilo en territorio estadounidense lo que les salvó.

Mendoza admite que puede haber algunas “manzanas podridas” en la caravana, pero considera que su entrada al país podría evitarse mediante los procesos migratorios habituales. Sin embargo, este hombre de unos treinta años de edad entiende la preocupación de su comunidad, aunque duda de su legitimidad y lamenta su origen.

“Las noticias dicen que tienen que entrar legalmente, pero nadie vino aquí legalmente; que digan que entrar ilegalmente es un problema, que si vienen en grupo -porque tienen hambre- van a quitarnos los empleos, van a cometer crímenes... Es fácil señalar con el dedo, porque la noticia negativa es siempre la que sale en portada”, concluyó.

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