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Reporte: Los rarámuris luchan por salvar su identidad en la fronteriza Ciudad Juárez

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EFE

Alejados de su nativa sierra Tarahumara, en el norte de México, una comunidad de indígenas rarámuris vive en la industrializada Ciudad Juárez y lucha por preservar su identidad y combatir la discriminación.

“Nos organizamos para seguir dando consejos a los niños y enseñarles que no deben perder su idioma. Y luego enseñarles desde pequeños en sus casas lo que es la costura para que sigan haciendo sus trajes tradicionales”, dijo la segunda gobernadora de la comunidad rarámuri en Ciudad Juárez, Rosalinda Guadalajara.

De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), alrededor de 85,000 personas hablan el idioma rarámuri.

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Muchos de ellos siguen residiendo en los arrebatadores paisajes de la sierra Tarahumara, con enormes montañas y profundos desfiladeros.

En Ciudad Juárez, con sus 1,5 millones de habitantes, los rarámuris son una minoría que cambió los altos cerros escarpados por humildes casas, hechas en su mayoría de bloques de cemento, adobe y láminas, con vallas hechas de palés de madera.

Son 75 familias, unas 315 personas, que viven en una colonia (barrio) que queda en las faldas del cerro de Ciudad Juárez donde una pintada gigante reza “La Biblia es la verdad, léela”.

En medio del bochorno y la calma, muchos niños hoy juegan despreocupados en la entrada de la iglesia y en una pista de baloncesto con tres gatos que acaban de adoptar.

La comunidad rarámuri -que en su idioma significa “corredores a pie”- llegó desde la sierra Tarahumara, en el norteño estado de Chihuahua, hace unos 20 años.

“La razón de la emigración ha sido la necesidad, la sequía y la falta de oportunidades en educación y salud”, agregó Guadalajara, que hoy trabaja para el Instituto Municipal de las Mujeres de Ciudad Juárez.

La comunidad enfrenta varios problemas estructurales por la pobreza, pues muchos hombres tienen trabajos mal pagados en empleos como la construcción o las maquilas y las mujeres elaboran artesanías o son empleadas domésticas.

También padecen la falta de educación en su idioma, que dificulta la integración de niños y jóvenes recién llegados, y ataca su identidad.

“No tenemos maestros bilingües”, resalta esta defensora de derechos.

Matilde, con 14 años, es un ejemplo de la mezcla existente, y el poder de adaptación, entre la tradición y el nuevo entorno.

Habla perfecto español y viste la coloreada falda típica de los rarámuris, que hoy combina con una camiseta del Real Madrid de fútbol.

“De mayor quiero ser criminóloga”, dice, llena de timidez.

César, a sus 24 años, se encuentra en paro y habla mayormente rarámuri. Tiene cuatro hijos y tuvo el primero a los 17 años.

Él siempre ha vivido en esta colonia. No así sus siete hermanos, que ejemplifican la diáspora rarámuri, y la búsqueda de algunos para volver a sus raíces.

“Unos se fueron a la sierra, otros a ranchos, a trabajar”, explica a Efe este joven con una camiseta de la Virgen de Guadalupe que considera “importante” mantener su cultura.

Además, Guadalajara, que llegó a la ciudad con siete años, también denuncia la discriminación que padecen a menudo en este municipio que en los últimos meses ha sufrido un repunte de la violencia y es famosa por sus maquilas.

En noviembre de 2016, ella misma fue rechazada en un popular bar de la ciudad, el Kentucky, conocido por ser el creador del coctel Margarita.

El suceso llegó hasta el Consejo Nacional para Prevención la Discriminación (Conapred), que anunció que estudiaría el caso.

Los problemas también aparecen en el seno de las familias.

“Existen problemas de alcoholismo y drogadicción. Para nadie es un secreto que tenemos este problema, en especial en las comunidades indígenas”, apunta esta activista indígena, que también apuesta por acabar con “el machismo y poner ambos géneros por igual”.

Guadalajara, cuya función como segunda gobernadora es defender la cultura y tradición de los rarámuris y ejercer de vínculo con las autoridades locales, también celebra ciertos avances.

En este sentido, esta madre de cuatro hijos destaca una mayor visibilización de su cultura en esta ciudad fronteriza con Estados Unidos.

“Nos han dado la oportunidad de seguir mostrando lo que son nuestras danzas, nuestras artesanías y un poquito de historia nuestra a través de un festival”, aplaudió.

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