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Indígenas recolectan orquídeas para pesebre de “niño florero” en México

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Con devoción religiosa cientos de indígenas van a las montañas del sureste de México a recolectar por siete días orquídeas para el pesebre del “niño florero” que veneran en la comunidad de Chiapas de Corzo.

Las orquídeas o bromelias, como ellos las conocen, crecen de manera silvestre en los árboles de las montañas, cuyo clima frío y húmedo es toda una prueba para estos indígenas zoques, habituados a la zona cálida del sureño estado de Chiapas.

La peregrinación comienza el 14 de diciembre y comprende paradas en los parajes de Mitziton, Chilil, Navechaho, El Carrizal, para después de siete días bajar de la montaña con hasta 40 kilos de flores a sus espaldas para la ofrenda al pesebre del “niño florero”, una tradición de más de cinco siglos.

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A estos devotos no les importan las bajas temperaturas y el clima inestable de la zona, el frío ni la lluvia, que estos hombres acostumbrados a climas más calurosos toman como un reto y parte de la ofrenda de fe a su niño florero.

Solo los hombres zoques pueden hacer el trayecto a las montañas, donde por siete noches duermen a cielo abierto, aunque se les permite tomar algunos descansos en puntos específicos en los cuales se reza, se canta y también reciben alimentos.

En su travesía llevan una figura de niño dios bajo el cuidado de los floreros cuya responsabilidad de cargarlo y cuidar sus pertenencias.

“Se trata de no perjudicarlo en nada. Lo conozco hace 50 años, empecé a venir a los 17, asegura Tomás Ningenda Sánchez, patrono de los floreros de Chiapa de Corzo.

La tradición de recolectar flores en la montaña data de más de 500 años y se mantiene vigente en Chiapa de Corzo y Acala, localidades con 86,71 % de población católica y donde la cultura Zoque sigue muy arraigada.

Los zoques nombran a las orquídeas como “Nilayurilu”, palabra de origen tzotzil que significa “flor sagrada” o “flor de pluma” y la cual asemeja una mano pequeña y los indígenas las recolectan de los árboles donde crecen.

La leyenda relata que hace mucho tiempo una pareja llegó con su niño recién nacido a la laguna de Navenchau y lo dejó colgado en un árbol mientras ellos entraban a las aguas; ellos se perdieron y el niño les dijo adiós antes de convertirse en flor.

“Todos los participantes están por la fe, por la promesa que hacen, lo que necesiten y de esa manera se ha estado dando o manteniendo con personas adultas, jóvenes y niños que nos acompañan cada año”, señala Tomás Ningenda Sánchez, patrono de los floreros de Chiapa de Corzo.

“Si, se viene a traer flor, nosotros le llamamos la flor del niño o Niluyarilu que así dice el rezo religioso, venimos por ella para adornar el techo de la casita del nacimiento del Niño Dios para el 24 de diciembre que se festeja ahí en la iglesia del pueblo”, dijo Inocente Velasco, quien tiene 35 años en estos viajes.

Dora María Escobar Barrientos afirma que tiene más de 20 años que sigue de cerca al niño florero al que le rogó por la salud de su hijo mayor, que en 1996 se vio tan enfermo que tuvo que llevarlo a la capital mexicana para curarlo.

“A partir de ahí me entregue a él y sigo con esto hasta que Dios me preste vida. Pues ya llevamos unos 20 años con él, pidiéndole por todos sus devotos”, apunta.

La práctica de los floreros del niño dios es parte de la tradición católica de los antiguos habitantes de Chiapas que veneraban al dios sol en el solsticio de invierno, ritual que los zoques conservan al paso de los años.

La larga marcha de los indígenas zoques termina en la ermita del “niño florero de Chiapa de Corzo”, donde tras colocar en el pesebre una parte de las flores recolectadas, pueden llevar el resto a sus casas para adornar sus nacimientos.

El pesebre del “niño florero” puede ser visitado hasta el próximo 6 de enero en Chiapas de Corzo, municipio que tiene alrededor de 60.000 habitantes, con una mayoría de la etnia tzotzil.

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