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Falta de vivienda en L.A es una catástrofe, y nuestros líderes los mayores culpables

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Algunos de ellos están en bancarrota, otros enfermos, otros trabajan, otros han perdido la esperanza.

No tienen hogar en Los Ángeles, donde las mega mansiones y los barrios marginales comparten el mismo código postal, y donde se exhibe la parte más oscura de una colosal crisis social.

En la ciudad y el condado de L.A se impusieron impuestos para hacer algo al respecto, y sólo el año pasado se invirtieron $619 millones en viviendas y servicios.

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Sin embargo, las estadísticas publicadas el martes muestran que la cantidad de personas sin hogar únicamente creció (un incremento del 16% en la ciudad y del 12% en el condado) a un total asombroso de casi 60.000 desamparados.

Es justo preguntarse qué pasó, y cómo es posible gastar todo ese dinero únicamente para ver que la miseria se multiplica y se extiende más profundamente en el lado oeste y los valles de San Fernando y San Gabriel.

¿Nos han estafado?

Más de 20.000 personas fueron puestas bajo techo, por lo cual no podemos decir que no obtuvimos nada a cambio de nuestra inversión. Pero decenas de miles más se derramaron hacia las calles o se instalaron en vehículos, refugios y parques.

Existe el mito de que muchos de ellos han elegido esa vida. Algunos, sin duda, se han rendido.

Pero llamar a la falta de vivienda una ‘opción’ es descartar las complejidades de la fragilidad humana. Más comunes en las calles son los enmarañados relatos de traumas, abusos, pérdida, enfermedades físicas y mentales, soledad, adicción y pobreza paralizante, y sí, algunos venden drogas, roban y se aprovechan de otros para sobrevivir.

Lo que estamos viendo ahora es lo que sucede cuando los funcionarios de la ciudad y el condado se enfocan en un agravado problema demasiado tarde, se mueven muy despacio y presiden una catástrofe en evolución que puede empeorar antes de que mejore, incluso con miles de unidades de vivienda en marcha.

Las nuevas cifras, que constituyen una denuncia a la respuesta oficial, muestran un aumento del 24% en el número de jóvenes sin hogar y del 7% entre los adultos mayores. También subrayan una correlación directa con la abrumadora escasez de viviendas asequibles.

Sin embargo, varios intentos legislativos para abordar esa escasez han fracasado, en parte porque implican una mayor densidad y amenazan el statu quo para aquellos que viven cómodamente en hogares unifamiliares. Se podría haber esperado que el gobernador Newsom, quien hizo de la vivienda una pieza central de su campaña, interviniera, pero en lugar de eso, fue un fantasma.

Cuando se trata de liderazgo en los asuntos interconectados de la falta de vivienda y la crisis de asequibilidad de propiedades, no se encuentran demasiados perfiles de coraje.

El plan del alcalde Eric Garcetti para crear refugios temporales en todos los vecindarios fue interceptado con negativas en algunas zonas, y no ha ayudado que los costos proyectados para esas instalaciones se hayan disparado más allá de las estimaciones originales.

El plan para que cada distrito del consejo construya más de 200 unidades de viviendas de apoyo se encuentra injustificadamente atrasado.

El proceso para construir viviendas con millones aprobados por los votantes de la Medida HHH es tremendamente lento, y el costo por unidad -tan alto como $500.000 o más- exige un nuevo modelo.

Hace unos años, aproximadamente 100 propiedades vacías de la ciudad o subutilizadas fueron identificadas como sitios potenciales para viviendas. Sólo alrededor de una docena de ellas llegaron a la etapa de planificación, y ninguna se ha desarrollado.

Incluso las pequeñas cosas que podrían hacer una diferencia se ven afectadas por la burocracia y la falta de voluntad política y moral. Para citar un ejemplo, la organización sin fines de lucro Chrysalis tiene un programa para ayudar a limpiar las calles de la ciudad con personas que anteriormente no tenían hogar, a las que les ofrece un camino hacia una vida mejor. Y como todos sabemos, Los Ángeles rebosa de basura, en parte debido a la expansión de los campamentos, también a los vertidos ilegales, y porque la ciudad no puede mantenerse al día con los pedidos desesperados de ayuda.

Pero la propuesta de poner a trabajar a otros 30 cadetes de Chrysalis para ayudar a la ciudad a lidiar con un atraso de llamadas al servicio 311 se descarriló, porque la ciudad fue muy lenta en aprovechar los fondos disponibles, y debido a la oposición del sindicato a contratar tales empleos.

Cuando hay una emergencia, una crisis moral y humanitaria, como Garcetti la llamó hace un año, hay que encontrar maneras de hacer que las buenas ideas funcionen, en lugar de inventar formas de sabotearlas. Se construye consenso, se lidera, se apela a los intereses mutuos tanto de quienes viven holgados como de los afligidos.

Garcetti y el presidente del Concejo Municipal, Herb Wesson, han ocupado cargos públicos durante demasiado tiempo para librarse de esto, y tampoco dejemos que los supervisores del condado salgan del apuro.

La única concesión que haré a los funcionarios locales es que la falta de vivienda es un síntoma de un problema mucho mayor, el cual cualquiera de los funcionario de una ciudad o condado no puede solucionar sin auxilio.

La noticia de una economía robusta y en auge es un invento. Cuando casi una cuarta parte de los estudiantes de una escuela primaria no tienen hogar en Pacoima, una comunidad que alguna vez estuvo rodeada de empleos obreros que ya no existen. Eso habla de los fracasos de un mercado laboral que funciona extremadamente bien para unos pocos, y al mismo tiempo empuja a muchos otros más profundo hacia el abismo.

Eso también es cierto, en un grado menor, en todo el país, donde las dificultades económicas y la falta de vivienda han crecido. El embaucador asegura tener el bolsillo lleno de respuestas fáciles: el regreso de la manufactura, asistencia médica más barata y mejor para todos, un programa nacional de trabajo de infraestructura, la reconstrucción de las zonas marginales. No sólo falló en todo eso, sino que esta monserga de autoparodia petulante está restringiendo la vivienda, las salvaguardas ambientales y otros programas sociales, para aumentar los gastos de defensa y los recortes de impuestos que han beneficiado principalmente a sus amigos multimillonarios.

La riqueza de California, en cierto modo, está impulsando su pobreza. Los imperios de comercio de las ciudades costeras no pueden funcionar sin el apoyo de quienes enseñan a nuestros hijos, toman nuestra presión arterial, entregan nuestro correo y arreglan nuestros autos, pero esa gente trabajadora apenas se mantiene en este mercado inmobiliario, mientras que los ejecutivos de la tecnología cuentan sus bonos y aumenta el costo de las chozas en millones.

Un tercio de los residentes del condado están pagando la mitad, o más, de los ingresos de su hogar en concepto de alquiler, a medida que la diferencia entre un apartamento y una tienda de campaña continúa reduciéndose. ¿Y no podemos aprobar una ley de vivienda o brindar más protección a los inquilinos?

En 2005, cuando comencé a vagar por los campamentos de personas sin hogar, nunca soñé que estaríamos donde llegamos hoy. Las alarmas sonaron en aquel entonces, los políticos se avergonzaron y se pusieron en acción. Se dieron a conocer las estrategias, los que estaban en el poder hicieron promesas de acabar con la falta de vivienda, y luego el enfoque se desvaneció en el polvo de la gran crisis.

En ese momento, escribí una columna sobre un rincón del skid row donde trabajaban prostitutas desamparadas en baños portátiles (una de las mujeres vivía en uno) y las ratas correteaban. Este fue el titular: “La esquina donde L.A toca fondo”.

Hablé demasiado pronto. Las ratas ahora se hallan a una cuadra de distancia. En la estación de policía. Y las palabras “tifus” y “tifoidea” han resucitado de la Edad Media.

En ese entonces, escribí sobre un músico con un profundo talento y una enfermedad mental aún más honda. Él sufría los tormentos diarios que tantos miles de personas sin hogar todavía padecen. Una noche, mientras se preparaba para dormir en la acera, tomó dos palos. En uno de ellos había escrito “Beethoven”, en el otro “Brahms”. Cuando las ratas salían de las alcantarillas, me dijo, golpeteaba a Beethoven y Brahms, y las ratas se dispersaban.

Ahora tenemos ratas en el Ayuntamiento y nuevas evidencias de una conexión con varios campamentos de desamparados cercanos.

Es ingenuo de mi parte, lo sé, pero me gustaría creer que las nuevas cifras inquietantes impulsarán un mayor sentido de urgencia; que el gobernador, legisladores y funcionarios locales se moverán más rápido y con mayor creatividad, que más residentes se unirán en vez de interponerse en el camino y que algún día tendremos un presidente con corazón y cerebro, o al menos con una idea de qué hacer.

Aquí, en un lugar donde 60.000 seres humanos pasan inadvertidos, debemos ser altamente compasivos y estar lo suficientemente enojados como para no exigir menos que eso.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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