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En este club los refugiados comparten comida y recuerdos de las vidas que dejaron atrás

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Bajo las tenues luces de un restaurante del centro de la ciudad, Naseema Kashefi observaba en silencio a una multitud hambrienta que se adueñaba del crujido de sus samosas doradas. Los anfitriones repartían su especialidad afgana en bandejas de cerámica, mientras sus nuevos fans suspiraban complacidos con cada bocado.

Las comidas de su infancia servían como un recordatorio para Kashefi de que su patria devastada por la guerra ya no es segura, ya no es un lugar donde su familia puede defender un futuro.

Ahora, el plato que su madre le enseñó a hacer hace una década, en los humildes confines de su cocina en Kabul, estaba uniendo a un grupo de desconocidos: abogados, trabajadores sociales, artistas.

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Durante las siguientes tres horas, mientras se vaciaban las botellas de vino y se limpiaban los platos, escuchaban la historia de cómo una familia que alguna vez se sintió abandonada por el sistema de inmigración estaba abrazando su nueva vida en su país adoptivo.

“La ayuda que hemos recibido no se ha olvidado”, había dicho Kashefi anteriormente. “Ahora, de la misma manera en que los estadounidenses nos han ayudado, puedo ayudarles a través de nuestras tradiciones”.

Fue un domingo reciente en el New Arrivals Supper Club (un club de cena para la nueva gente que llega al país), una fiesta comunitaria preparada por inmigrantes de algunos de los países más conflictivos del mundo. Iniciadas en 2017 por Miry’s List, una organización sin fines de lucro con sede en L.A, las cenas mensuales, que se llevan a cabo en hogares y restaurantes, tienen como objetivo capacitar a los refugiados recién asentados brindándoles oportunidades para ganar dinero, forjar nuevas comunidades y compartir su cultura a través de los alimentos.

Lo que comenzó como reuniones informales en los patios traseros de la gente se ha transformado en eventos a gran escala como este en Spread Mediterranean Kitchen, que combinó los aperitivos de Kashefi con la comida del Medio Oriente preparada por el famoso chef Simon Majumdar. Los asistentes compran boletos por $50 cada uno, o $75 con un maridaje de vinos, que cubre los costos de salario del chef, el equipo y las provisiones necesarias para la comida.

Las ganancias de las cenas se destinan a la familia, así como a Miry’s List, que fue fundada en 2016 por la activista comunitaria Miry Whitehill. En promedio, cada familia recibe entre el 60% y el 65% del precio total del boleto. En dos años, el listado de Miry’s List ha pagado más de $85.000 en salarios.

En todo el sur de California, la comida a menudo sirve como entrada a otras culturas e identidades. Para los cocineros refugiados como Kashefi, estas comidas brindan la oportunidad de compartir las migas de su historia.

“Queremos mostrar la cultura culinaria de Afganistán”, dijo en idioma Dari. “Queremos compartir esto con el pueblo estadounidense”.

Kashefi, que también habla un inglés entrecortado, se apoya en su marido, Bashir Kashefi, un antiguo intérprete que ayudó a los militares de Estados Unidos a llevar la mayor parte de las conversaciones.

Su carrera militar estuvo marcada por largos períodos lejos de su familia, también por interludios de terror. Durante una misión de localización de IED en Helmand, su convoy fue inmovilizado por disparos. Habría muerto, dijo, si no fuera por la llegada de refuerzos en helicóptero.

“Es un trabajo peligroso”, dijo el hombre de 36 años, “pero lo elegí para salvar la vida de otras personas”.

Sabía que necesitaba sacar a su familia de Afganistán en 2014, cuando desaparecieron varios de sus compañeros intérpretes. Nadie sabía si habían sido asesinados o secuestrados por los talibanes.

En 2016, solicitó una visa especial de inmigrante, un programa disponible para personas que trabajaron con las fuerzas armadas de Estados Unidos como traductores o intérpretes en Afganistán. El Departamento de Estado emitió más de 4.000 visas de este tipo para los solicitantes afganos en el año fiscal 2017, pero el programa experimentó una disminución del 60% en el año fiscal 2018, según el Congreso.

Los intérpretes también se vieron atrapados bajo la primera iteración de la prohibición de viajes del gobierno de Trump en 2017. Algunos fueron detenidos a su llegada o se les revocaron sus visas. Se negó el embarque de varios destinatarios para sus vuelos a Estados Unidos, dijo el Proyecto Internacional de Asistencia a Refugiados.

A pesar de esas complicaciones, Bashir Kashefi aterrizó en Los Ángeles con su esposa embarazada y su hija en marzo de 2017. Sus primeras semanas en Estados Unidos no fueron lo que habían imaginado. La familia Kashefi nunca se había sentido más sola que esa vez, hace dos años.

“Antes, no conocíamos a nadie, no teníamos amigos aquí”, dijo Bashir Kashefi a las docenas de personas que se reunieron a su alrededor en Spread.

Su audiencia se inclinó desde sus sillas de metal, escuchando y comiendo samosas con la picosa salsa chutney que su esposa había preparado.

“Ahora”, dijo Bashir Kashefi, “todos aquí son nuestros amigos”.

Dentro de su apartamento de Anaheim, en una tarde después de regresar del trabajo, las manos de Kashefi apretaban una masa suave y sus dedos espolvoreaban un poco de harina. Amasó las pálidas bolitas de masa, las estiró como mini-pizzas y las cortó por la mitad en la barra de la cocina.

Acercando la mezcla de papas al curry, cebolla verde y cilantro que descansaba en un tazón de metal, la joven de 26 años explicó que sus samosas afganas son un elemento básico en ocasiones especiales. Ella a menudo las hace como un regalo para los huéspedes. Su madre le enseñó a hacerlas cuando tenía 16 años.

“Mi mamá es una gran cocinera de casa”, dijo ella, envolviendo la mezcla en un montón de masa como a un recién nacido antes de sellarla.

Rodeada por los ingredientes de la receta de su madre, Kashefi no pudo evitar pensar en su vida en Afganistán y sus padres, cuatro hermanos y dos hermanas, todos dejados atrás.

“Degh Kardam”, dijo ella, secándose las lágrimas. Morí de tristeza.

Tengo dos hijos propios ahora, una hija de 4 años y un hijo de 2 años que nació aquí, dijo, y es mejor para ellos crecer en California.

Pero cocinar la transporta al lado de su madre, dijo Kashefi, y planea pasarle las recetas maternas a su hija, Horia.

“Inshallah (si Dios quiere), le enseñaré cuando quiera casarse”, dijo con una sonrisa. “Después de que ella termine su educación”.

Para muchos comensales, la experiencia del club va más allá de lo que un cocinero pone en un plato. Para algunos, siendo ellos mismos inmigrantes o estadounidenses de primera generación, la historia de los Kashefis suena familiar.

Ken Chiu y su novia, Elizabeth Pan, llegaron con dos amigos para escuchar sobre lo que significa ser un refugiado y cómo ayudar a una nueva familia. La pareja, que vive en Los Ángeles, se enteró de la cena a través de la lista de correos electrónicos de Miry’s List.

Una cena “hace que dar sea tan fácil. Sabes que inmediatamente llega directo a ellos”, dijo Pan, de 44 años, mientras comía lentejas rojas picante en un tazón.

“Las personas que emigran voluntariamente pueden planificar”, intervino Chiu, de 44 años. “Pero las personas como ellos se mudan por las circunstancias”.

Whitehill se deslizó entre la multitud, vestido con una túnica afgana, saludando a los comensales y bailando con los niños de los Kashefis.

“La gente viene a nuestros eventos con un concepto casi paralizante de lo que es un refugiado o la inmigración”, dijo. “Conocer y aprender sobre una familia, transforma esa parálisis al preguntarse “que puedo hacer al respecto”. Para nosotros, es la forma en que les abrimos la puerta”.

Whitehill inició Miry’s en 2016, después de ayudar a una familia de refugiados de Siria patrocinada por la iglesia de un amigo.

“Al visitarlos en su casa y ver cómo era su apartamento, reconocí que carencían de suministros, cosas para comenzar su primer hogar”, dijo. La primera Mary’s List -una lista de necesidades llena de elementos básicos como fórmula, pañales, huevos y leche- acababa de nacer.

La organización ha evolucionado desde entonces, agregando cenas y eventos para recién llegados, como una festividad multicultural. Para Whitehill, Miry’s List es una extensión de los valores con los que fue educada en una comunidad judía ortodoxa muy unida que valoraba el servicio comunitario.

“En hebreo, llamamos chesed al concepto”, dijo. “Amabilidad”.

La organización ha ayudado a más de 1.400 refugiados de Siria, Afganistán, Irak, Irán, Yemen y Kurdistán en un momento en que las restricciones de viaje de la administración Trump han llevado a las admisiones de personas bajo asilo a niveles históricos.

California ha acogido a 126 refugiados de Afganistán desde octubre de 2018, además de los 1.612 afganos que llegaron al estado con visas especiales para inmigrantes, según datos del Centro de Procesamiento de Refugiados. Pero los activistas dicen que las nuevas reglas de verificación implementadas hacen que sea casi imposible para las personas de ciertos países mudarse a EE.UU.

Whitehill ayuda a los refugiados brindándoles transporte, ayudándoles a encontrar alojamiento y verificando sus necesidades esenciales para formar su nuevo hogar.

Las agencias “se encargan de lo básico que los mantiene vivos, pero no las cosas que los hacen sentir vivos”, dijo. “En eso nos centramos”.

Cuando los Kashefis llegaron al Condado de Orange, un trabajador de casos los colocó en un apartamento pequeño de una habitación con otra familia. Duraron una semana.

“Nos enfermamos allí”, dijo Bashir Kashefi. “Fue muy difícil. Se pueden imaginar trece personas en un baño”.

Así que la familia partió sola, sin hogar por dos noches, durmiendo en bancos de parque con mantas y maletas.

El tercer día, alrededor de las 8:30 a.m., Kashefi le dijo a su esposo que quería irse a casa. Encontraron una tienda y preguntaron si podían usar el teléfono para llamar a la policía. Tal vez, pensaron los Kashefis, les ayudarían a regresar a Kabul.

“No llame al 911, pueden causarle más problemas”, recordó Bashir haber escuchado decir a un empleado.

Un hombre pasó caminando, él también era de Afganistán y escuchó la conversación. Le dijo a los Kashefis que podía conectarlos con alguien que pudiera ayudar. Unos minutos más tarde, Bashir Kashefi estaba hablando por teléfono con una mujer que trabajaba con Miry’s List.

La mujer se comunicó con Whitehill, quien instó a los Kashefis a quedarse, envió un taxi y los puso en un hotel por dos días, luego pagó por su estadía en un motel por un mes. La organización los ayudó a encontrar el apartamento en el que viven ahora y ayudó a Bashir Kashefi a encontrar un automóvil para poder llegar a su trabajo como guardia de seguridad en Fullerton.

“Me alegra que no hayamos vuelto”, dijo.

A medida que terminaba la cena, las conversaciones cambiaron a las dificultades del proceso de reasentamiento. Bashir Kashefi y su esposa tuvieron suerte porque hablan inglés, observaron algunos comensales. Se preguntaban qué les sucedería a las familias que sólo conocían su lengua materna.

Anna Huynh y su esposo, John Yap, repartieron el último platillo de la noche: la qidra de pollo palestina, un plato tradicional que se sirve junto con el arroz basmati, garbanzos, hierbas y especias. Entre mordiscos, la pareja dijo que no podían creer que los Kashefis alguna vez tuvieron que vivir en las calles del Condado de Orange, en un país donde tantos otros han buscado y encontrado refugio.

“Eso está tan mal”, dijo Huynh, de 38 años. Agregó que sus padres son refugiados vietnamitas.

Huynh y Yap, que habían conducido desde La Verne, se dirigieron a Kashefi con curiosidad para saber cómo se estaba adaptando a su vida en Anaheim. ¿Le gustó la ciudad? ¿Había estado en Disneyland? ¿Todavía tiene familia que llamar en Afganistán?

Kashefi abrió el bolso que descansaba a su lado y sacó su teléfono. Les mostró fotos de su familia, el hermano que ella espera se les pueda unir en California, y luego una foto de su madre. Besó la pantalla.

“No podría vivir sin poder hablar con ella”, dijo.

Momentos después, un silencio cayó sobre la habitación cuando Bashir Kashefi se puso de pie y se dirigió a la multitud. Pasando fotos de sí mismo junto a las tropas de Estados Unidos, explicó cuánto amaba a Estados Unidos.

Su esposa también se ha arraigado con el país, dijo.

“Ahora le pregunto a mi esposa: ‘¿Quieres volver?’ Y ella dice: ‘No’”.

La multitud se puso de pie, dando la bienvenida a la familia con una ovación.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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