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Se enfrentó a su propio padre, rompió una tradición y el tiempo le dio la razón

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La vida de Claudio Alfaro ha estado vinculada al trabajo agrícola y el esfuerzo físico; ahora, a sus 49 años, afirma que no es tan rápido para seguir en la pisca, pero no deja de laborar a pesar de que sus tres hijos ya han coronado carreras universitarias, porque siempre quiere estar ocupado en algo productivo.

“Cuando era joven tenía más fuerza, ahora se cansa uno un poquito más”, dijo el orgulloso padre de tres hijos: Luis (30 años), Érica (29) y Azucena (28), a quienes apoyó en la educación por igual aunque eso representó ir en contra de la tradición de su propia cultura.

Alfaro es originario de Oaxaca, México. Cuando tenía 14 años se estableció en Vista, California en donde conoció a su esposa Teresa Herrera. En esa ciudad comenzó a trabajar en la pisca de la mora, cuando era tan solo de 15 años. Luego se movió a Madera y Fresno, más al norte del estado.

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“Entonces trabajaba 12 horas diarias”, dijo detallando que ha piscado uvas, cebollas, ajos, olivos, duraznos y naranjas.

Sin embargo, al nacer sus hijos la rutina cambió. Cuenta que si sus ingresos le alcanzaban, dejaba que su esposa trabajara menos horas para cuidar a sus hijos; asimismo, él redujo su tiempo en los cultivos para involucrarse en la educación de sus retoños.

“Iba a las juntas de padres en la escuela, nunca los dejé solos”, indica Alfaro, asegurando que en ese tiempo no sabía escribir, pero eso no le impedía preguntar y platicar con los profesores. “Escribir bien, bien, no sé”, se sincera Alfaro, radicado en la área de San Diego desde el 2001.

En la medida que sus hijos crecieron, sostiene que tuvo que enfrentarse a su propio padre. En su cultura, explica el oriundo de Silacayoápam, en las familias se enfocan en darle educación solo a los hijos varones.

“Las hijas se van a casar, solo se saca beneficio con los hombres”, eran las palabras que le decía su progenitor.

Érica, la segunda hija de Alfaro, relata que muchas veces escuchó discutir a su padre con su abuelo con el fin de que ella y Azucena tuviesen igualdad de oportunidades.

“La tradición allá es que solo los varones tienen derecho a estudiar; por eso él se peleaba muchísimo con mi abuelo. Mi papá decía: ‘Mis hijas van a estudiar’. Él no siguió la tradición y nos decía: ‘Tu puedes, todo lo que te propongas lo vas a lograr’”, relató la joven.

La falta de educación, reconoce Alfaro, lo obligó a trabajar en la agricultura, en donde invirtió 28 años de su vida.

“Yo viví en carne propia que era más difícil sin estudios, por eso les quise dar algo igual a todos mis hijos. Les decía: ‘Tienen que estudiar, trabajar en el campo no es vida’”, apuntó.

El consejo y el apoyo no cayó en saco roto.

Luis, su hijo mayor, obtuvo en el 2012 su licenciatura en Administración de Empresas. Entretanto, Azucena recién logró su asociado en Manufacturación Biológica y se prepara a completar la licenciatura. Mientras, Érica hace pocas semanas coronó su maestría en Educación.

“No lo hice por mí, lo hice por ellos”, agrega sobre el impulso que le dio a sus hijos. “Me siento feliz porque he visto mi sueño hecho realidad”, concluye Alfaro.

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