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Los salvadoreños están acorralados por la falta de oportunidades; los retos para el próximo presidente

A causa de la migración ahora los campos agrícolas de El Salvador son cultivados por trabajadores de las naciones vecinas. En esta imagen aparece el hondureño José Castillo trasladando caña de azúcar, en el departamento de La Libertad.

A causa de la migración ahora los campos agrícolas de El Salvador son cultivados por trabajadores de las naciones vecinas. En esta imagen aparece el hondureño José Castillo trasladando caña de azúcar, en el departamento de La Libertad.

(LUIS GALDAMEZ / REUTERS)
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Casi el mismo día en que un grupo de jóvenes partía hacia el sur para estar presente en la visita del papa Francisco a Panamá, otro grupo, casi de la misma edad se preparaba para salir al norte. Eran los miembros de una nueva caravana con rumbo a Estados Unidos.

A pocos días de las elecciones para presidente de El Salvador, el país se desangra figurativa y literalmente. Primero, con la partida de miles de personas que no ven un futuro viable en casa, y segundo, por las balas que han dejado una estela de muerte y desesperación.

Las diferencias entre un grupo y otro son abismales. Los jóvenes católicos que abordaban un avión para llegar a su destino y conocer al líder de la Iglesia Católica, forman parte de una pequeña clase media que se ha beneficiado de las políticas económicas de la posguerra.

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En cambio, los miembros de la nueva caravana, los que han decidido dejarlo todo, -más afectos que pertenencias por cierto-, son el rostro exacto de los problemas más graves del país: desigualdad económica, marginación e inseguridad.

A pesar de sus evidentes diferencias, a ambos grupos los guiaba la única cosa que a pesar de ser salvadoreños, tenían en común: su fe en Dios.

“Aquí no hay nada para mí”, dijo Marco Alejandro, de 20 años. Tiene un rostro de niño travieso, y a pesar de su apariencia, tiene muy claros sus objetivos: “Trabajo es lo único que quiero. Quisiera ganar lo que merezco, no pido mucho, pero al menos para que mi familia pueda comer”.

Para Alejandro, la migración es la única posibilidad de convertir su sueño en realidad. Quedarse podría ser la peor de sus pesadillas.

“Aquí te linchan por ser joven”, dice Alejandro. “Las pandillas no te dejan en paz y si no conoces a algún ‘marero’, puedes terminar muerto”, dice este salvadoreño que para sostenerse ha lavado autos, afilado cuchillos y arreglado zapatos.

“Y cuando no son las pandillas entonces es la policía la que te detiene y te acusan de ser pandillero o vender drogas”, agregó.

Ni las promesas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que ha estado en el poder desde hace 10 años, ni las de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), hacen eco en la conciencia y en el bolsillo de Alejandro.

“Mi voto es por Nayib Bukele, pero como dice el candidato, ‘no hay dinero que alcance cuando se lo están robando los políticos’”, aseveró.

En su mochila que lo va a acompañar a lo largo de su trayecto de más de 2,720 millas hasta Tijuana, tiene apenas dos mudas de ropa y lleva 20 dólares para el camino.

“Me quedaría, pero de aquí a que Nayib Bukele (el candidato que va a la cabeza de las encuestas) asuma la presidencia en junio, ya nos morimos de hambre”, dice con una sonrisa.

La pobreza extrema

Las cosas no son fáciles en El Salvador. De acuerdo a la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples (EHPM del 2016), alrededor de 607,138 hogares en los que habitan más de 2 millones 700 mil personas, viven en la pobreza extrema.

Esto significa que el 34% o más de 1 de cada 3 salvadoreños, vive en condiciones de pobreza extrema. Cuando se habla de pobreza extrema significa que el ingreso familiar o personal no alcanza para adquirir la canasta básica de alimentos.

País de contrastes

Quien visita por primera vez El Salvador puede advertir muy fácilmente las enormes diferencias entre la zona metropolitana de San Salvador, que con sus 2,290,790 habitantes, aglutina cerca del 37% de la población total del país.

En la capital la presencia de negocios norteamericanos es evidente en las múltiples plazas y centros comerciales. Hay autopistas de reciente creación y en términos generales se observa una creciente actividad de construcción. Pareciera, a simple vista que la economía está en plena bonanza.

Pero eso es apenas un espejismo.

Conforme se aleja de la zona metropolitana de San Salvador, el abandono de vastas regiones es evidente. El campo se ve casi abandonado y salvo algunas obras de infraestructura carretera, especialmente en el litoral, la ausencia del gobierno es abrumadora.

Ante el vacío que ha dejado el gobierno, las iglesias evangélicas se encuentran en prácticamente todo el territorio y en muchos vecindarios son el centro de la vida comunitaria.

Como en el resto del mundo, el subdesarrollo económico y la inseguridad van de la mano.

En esos sitios en donde se les aconseja a los visitantes no entrar, es donde viven los jóvenes obreros, los desplazados del campo, los desempleados, los deportados y los pandilleros.

En esas comunidades, la desesperación se va haciendo presa de muchos hombres y mujeres, que no encuentran otra salida a sus problemas que la emigración o la delincuencia. El punto medio es muy difícil de encontrar.

Carmen Rivera es originaria de San Cristóbal. Tiene 31 años. Trabaja de sol a sol haciendo tortillas. Por su trabajo recibe $6 diarios. “Me rompe el corazón no poderles dar a mis hijos lo que me piden”, dice Rivera con lágrimas en los ojos endurecidos. “Me piden leche y no me alcanza el dinero, usted no sabe lo que se siente”.

Rivera no se considera una migrante, sino una refugiada económica. Está convencida que aquí no hay un futuro para ella y sus hijos. Su ilusión es llegar al estado de Virginia para trabajar, y trabajar.

Los datos económicos

El Producto Interno Bruto Per Cápita es uno de los indicadores más comúnmente aceptados para medir el nivel de vida de un país. En el caso de El Salvador, en 2017, fue de $3,933.80 anuales, por lo que se encuentra en el puesto 117 a nivel mundial.

Sus habitantes tienen un bajísimo nivel de vida en relación a los 196 países del ranking de PIB per cápita.

De acuerdo con el el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), El Salvador retrocedió una posición en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) durante el último año, y cerró 2016 en la posición 117 de 188 naciones del mundo, con un promedio de 0.68. Un año antes, en el 2015, ocupó el sitio 116.

Pero no hace falta ser un experto en economía para darse cuenta que El Salvador lo que necesita es empleos y buenos salarios, algo que ayude a combatir la brutal desigualdad que viven los habitantes de este país.

Eso lo sabe José Alberto. Tiene 19 años y ha perdido toda esperanza. “He buscado trabajo durante un año y no encuentro nada, me mantengo con trabajitos de albañilería, gano $50 a la semana y con eso jamás voy a poder ofrecerle nada a mi familia”, dice enfadado.

Las aspiraciones de Alberto no son muy difíciles de entender. Cualquiera, en cualquier lugar del mundo desearía lo mismo: “No me gustan las cosas malas, por eso me voy. Quisiera un trabajo honrado, comprar una casita en El Salvador. Voy a regresar a mi país cuando sea alguien en la vida”.

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