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De espíritu inquebrantable

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Cuando una mujer arroja a su recién nacido a un basurero, un baño o un callejón, la noticia se dispersa como pólvora por todos los medios de comunicación.

En el caso de Jessica Romero, quien fue abandonada a los seis meses de edad en un hospital, nadie se dio cuenta, más que los doctores.

Sin familia y confinada a vivir en una silla de ruedas debido a una rara enfermedad neurovascular, Romero contempló la muerte en numerosas ocasiones; sin embargo, el destino le tenía deparado motivar a una comunidad y a todo ser humano a través de su ejemplo.

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En la actualidad, no existen estadísticas de cuántos menores son abandonados dentro de los hospitales debido a su condición física o mental. No obstante, este es un hecho que ocurre continuamente en Estados Unidos.

El último estudio federal de este tipo, realizado en 1993, revela que por lo menos 22 mil bebés son abandonados en hospitales cada año por padres que no pueden cuidar de ellos.

El informe, que fue comisionado por el Departamento de Salud y Servicios Humanos, señala que, en promedio, la mitad de estos bebés nacieron prematuros, mientras 3/4 de ellos habían sido expuestos a las drogas.

Romero, ahora de 31 años de edad, con un corazón a prueba de todo y dentro de un cuerpo frágil de no más de 100 libras, comparte que “la vida es hermosa si se vive de una forma sencilla y agradecido por lo que se tiene”.

Primeros años

“Mi madre me dejó en el hospital a la edad de seis meses. Nunca supe de mi padre. Supongo que enfrentar la dura responsabilidad de criar un hijo en mi condición era muy difícil”, dice Romero, con una tranquilidad y madurez difícil de percibir a simple vista en cualquier ser humano.

Romero padece de Miopatía Memalínica (MN), una enfermedad neuromuscular congénita hereditaria que provoca debilidad muscular y es de gravedad variable. Esta condición imposibilita el caminar, así que Romero se transporta en una silla de ruedas eléctrica. Incluso, respirar, el mínimo requisito que cualquier ser humano realiza sin pensar, es difícil para ella, así que Romero es asistida las 24 horas del día por un respirador artificial que coloca atrás de su silla.

Tomar sus alimentos diariamente es otro reto monumental, pues al no poder masticar, la comida le es suministrada directamente al estómago.

“Nunca he sentido el sabor de la comida; solo tengo hambre y me preparo una de esas latas con alimento especial” que contienen lo suficiente para nutrir su cuerpo, dice Romero.

Durante las primeras etapas de su vida, la joven de padres mexicanos vivió en el Hospital Rancho Los Amigos, en Downey. A la edad de 12 años, se mudó a una casa-hogar con personas discapacitadas como ella. Ahí decidió independizarse y buscó ayuda para tal fin.

“Fue una época de mucho aprendizaje; cómo actuar en público, aprender a lidiar con la sorpresa de la gente al verme, a vivir sola y solventar problemas comunes, cómo moverse con seguridad en la casa, abordar el transporte público, entre muchas otras”, dice Romero.

Aún con estas discapacidades, en el 2002 la joven logró lo que muchas personas en condición normal no alcanzan: se graduó de la Escuela Preparatoria North a la edad de 18 años.

Depresión

No obstante, y a pesar de tener toda una vida llena de retos, su vida marchaba aparentemente bien, aunque la realidad es que Romero sufría de depresión.

La vida no le había permitido tener una familia en la que apoyarse. “Ni siquiera tenía amistades con quien platicar... nunca había tenido novio ni era algo que contemplaba”, sostiene ella.

Los años pasaban a un ritmo lento en el pequeño departamento que la Sección 8 le había proporcionado. Fue entonces cuando la joven decidió ir a inscribirse a Pierce College y estudiar codificación de medicina.

“Empecé a pensar: ¿qué hago aquí? Nunca voy a caminar, nunca me voy a casar ni tener hijos. No puedo ni saborear la comida”, dice Romero. “Empecé a perder el interés por la vida hasta que quise la muerte”.

Debido a su estado emocional, empezó a tomar pastillas antidepresivas, el único recurso que tenía para sentirse mejor.

Volvió a nacer

El 26 de diciembre de 2006, Romero conoció a través de unas amistades al hombre que cambiaría su vida.

Jason Arzate, quien padece de epilepsia y es un hijo de inmigrantes procedentes de Guanajuato, México, fue el encargado de transformar la vida de la joven.

Arzate vivía en un centro de cuidados especiales para personas con dicho mal y comenzó a frecuentar a Romero diariamente durante meses, hasta que, según cuenta ella, “decidí secuestrarlo”.

“Después de algunas veces de visitarme, no lo dejé regresar a donde vivía; él me dijo que necesitaba su ropa y le respondí que no le haría falta, así que nos fuimos de compras al día siguiente y a partir de entonces hemos estado juntos”, dice Romero.

“Lo que me llamó la atención de Jessica fue la dulzura con que trata a otras personas; siempre está con actitud positiva. Además, todo el tiempo se viste como modelo; me gusta mucho que sea una ‘fashionista’”, comenta entre risas Jason, de 29 años de edad.

En el momento de la plática, Romero requirió cambiar la bomba que le suministra oxígeno y su pareja inmediatamente realizó la operación con manos expertas.

“Siempre estoy al pendiente de ella y sus necesidades, pues las enfermeras no están todo el día, solo en horarios específicos o cuando se les solicita”, dice Arzate.

Milagro en el hogar

El 15 de mayo de 2013 nació Bella, una niña que los doctores le habían pedido a Romero que abortara, pues habían diagnosticado que no podría cargar su cuerpo por nueve meses y mucho menos aguantar el proceso de nacimiento.

Pero Bella traía consigo el valor de su madre y le demostró a los doctores que solo era una bendición para la familia, por lo que nació a través de una cesárea en perfecto estado de salud.

“A veces piensas que todo está en tu contra y te complicas la vida por cosas que tienen solución”, dice Romero. “Pero la vida es linda y tarde o temprano te recompensa”.

“Yo ahora tengo muchas ganas de vivir, mucha energía, y aún tengo mucho por hacer”, dice la ahora madre de familia.

Actualmente, Romero continúa sus estudios universitarios, pero ahora en East Los Angeles College, aunque le toma llegar a la escuela tres horas en autobús, desde su hogar en Canoga Park, y otras tres horas para regresar.

“Es algo incómodo que te observe la gente con una curiosidad mal disimulada, cuchicheando; es algo extraño. Sin embargo, he aprendido que no lo hacen con mala intención, sino que no es muy común ver a alguien de mi condición”, dice ella.

Con la actitud optimista que ha desarrollado a lo largo de su vida, Romero no deja de notar que la gente a veces se molesta, pues al abordar el autobús, muchos pasajeros tienen que ceder sus lugares y hacer espacio para la silla de ruedas.

“Creo que debería haber una campaña para educar a la gente y hacerles entender que no lo hacemos con ánimo de molestar; para nosotros -los discapacitados- es una condición desfavorable”, agrega.

Pese a sus condiciones, Romero y Arzate disfrutan de ir al cine, al parque, a Disneyland y a Universal Studios.

“Le estoy agradecida a Dios por todo lo que me ha dado. No puedo pedir más; tengo un esposo, una hija hermosa, un hogar”, dice Romero.

“Hay gente que lo tiene todo y aún así está descontenta. Nosotros le decimos a esa gente que a su alrededor hay personas en peores condiciones, pero que aprende a ser feliz con lo poco que tiene”, dice Arzate, quien no pierde ni por un momento la posibilidad de ayudar a su querida Romero.

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