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Para combatir el hambre, los venezolanos en los EEUU envían alimentos a sus familiares

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Mientras chateaba por video con sus parientes en Venezuela, Tere Caicedo vio cómo abrían un paquete que les había enviado, lleno de ropa, zapatos y una gran bolsa de avena.

La bolsa se había rasgado durante el viaje y la avena se había derramado. Caicedo, residente de Santa Ana que limpia casas para ganarse la vida, le dijo a sus parientes que no se preocupen; les enviaría más. Pero su tío cuidadosamente tomó el contenido del paquete, volteó la caja y arrojó la avena en un cuenco. “No”, le respondió. “Esto es comida; no podemos simplemente tirarlo”.

Ese momento, en enero pasado, evidenció para Caicedo, la única persona de su familia inmediata que reside en los EE.UU., las necesidades apremiantes de un país que se descontrola en medio de los crecientes costos de los alimentos, el caos político y la escasez de casi todo.

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Caicedo es uno de los cada vez más venezolanos en los EE.UU. que regularmente envían productos de primera necesidad (frijoles, arroz, azúcar) a ese país, con un gran costo de por medio. “Antes era por placer, como un obsequio de Navidad”, comentó Caicedo. “Ahora es más serio; es una necesidad”.

Detrás de estos esfuerzos hay individuos, grandes organizaciones -tales como el programa sin fines de lucro Ayuda Humanitaria Venezuela, en Florida- y grupos comunitarios como el fundado por Caicedo.

Los Ángeles está lejos de ser el centro de la vida venezolana estadounidense en Miami, pero los expatriados en el sur de California comenzaron a organizarse de todas maneras cuando su país de origen comenzó a hundirse en un profundo caos.

Sus esfuerzos llamaron la atención de una organización de respuesta de crisis a fines del año pasado, Giving Children Hope, con sede en Buena Park, que desde entonces envió más de 30,000 libras de suministros a organizaciones sin fines de lucro en Florida, que luego los envían a Venezuela. También en Los Ángeles, los actores venezolanos -entre ellos la estrella de telenovelas Carlos Montilla- han ayudado a movilizar a las personas a través de las redes sociales.

Los venezolanos en los EE.UU. tienden a ser profesionales con niveles más altos de educación que otros inmigrantes latinos. Para los expertos, la crisis está obligando a la población de ese país a parecerse más a otras zonas de Latinoamérica, donde la norma es confiar en las remesas.

Los parientes de Caicedo jamás pidieron ayuda, sólo hablaban de cuán caras se habían vuelto las cosas. Su padre es dueño de una granja, pero la escasez de pesticidas y vitaminas comenzó cerca de tres años atrás y sólo ha empeorado, haciéndolos prohibitivamente caros, incluso cuando estaban disponibles.

A medida que crecía allí la crisis humanitaria, Caicedo le pidió a su iglesia donaciones de comida, ropa y dinero. Además, organizó una rifa y un lavado de autos.

Ella y un grupo de voluntarios enviaron desde entonces cerca de 8,000 libras de alimentos, ropa y artículos de primera necesidad -como papel higiénico, pañales y jabón- a Venezuela. El hermano de Caicedo, José, y otros parientes, guardan lo que necesitan y distribuyen el resto de los artículos a otras familias necesitadas.

Varias cajas de uno de los últimos envíos de Caicedo terminaron en el asilo Providencia San Antonio, una casa de retiro para hombres de bajos ingresos ubicada al suroeste de Caracas, donde falta prácticamente todo. Su directora, la hermana Ana Medina Suárez, afirmó que aunque hay espacio para 70 personas, sólo viven allí 52 individuos porque la fundación ya no puede permitirse cuidar de más.

Suárez señaló que los residentes están perdiendo peso y que los envíos de alimentos son vitales en este punto. “No hay frase adecuada para describir lo que estamos pasando”, afirmó.

El contenido de la despensa consistía en 22 libras de arroz, cerca de nueve libras de frijoles negros, cuatro libras y media de harina de maíz, varias bolsas de sal y tres aguacates. Los tres congeladores y dos refrigeradores del lugar estaban vacíos; es imposible pagar por carne.

Los precios de los alimentos en Venezuela se han disparado a medida que la producción de petróleo, la agricultura y la industria automotriz se desplomaron. La inflación desde el comienzo del año ha aumentado más del 536%. Este mes, los ingresos para quienes ganan un salario mínimo fueron equivalentes a poco más de $8,50 por mes, al tipo de cambio del mercado negro.

“La gente se está muriendo de hambre”, afirmó Caicedo. “Allí, una pequeña bolsa de arroz es oro puro”.

Cuesta $100 dólares enviar una caja de siete pies cúbicos, que puede pesar alrededor de 120 libras. Caicedo ha gastado casi $1,500 de su dinero, además de $11,000 en donaciones. Las cajas se envían por aire y mar. Tal como en otras partes de América Latina, enviar mercancías a Venezuela a través del correo postal conlleva un gran riesgo de que los paquetes sean robados. En los EE.UU. han surgido compañías de envíos para satisfacer las necesidades de alternativas.

Ralph Olarte construyó su empresa con sede en Los Ángeles, Olarte Transport, gracias a tiendas venezolanas que compraban productos en el sur de California y los enviaban a ese país para su venta. Ahora, los envíos a Venezuela están dominados por quienes mandan alimentos a sus familiares.

Olarte entrega en Caracas y áreas circundantes, y coordina con personas que viven en zonas de alto riesgo para encontrarse con los mensajeros en el sitio seguro más cercano. Otras compañías navieras han establecido ubicaciones de recolección para que la gente pueda retirar sus paquetes de forma segura.

Olarte señaló que algunos de los empresarios venezolanos que solían volar a Los Ángeles por negocios ahora buscan asilo. Otros, que permanecen en Venezuela, le envían listas de alimentos para que compre y envíe. “La mayoría de nuestros clientes actualmente viven aquí, en los Estados Unidos”, afirmó. “Muchos de ellos, uno de los primeros lugares a los que vienen a pedir trabajo es aquí”.

Caicedo y un voluntario de su iglesia católica, Immaculate Heart of Mary, en Santa Ana, llevaron bolsas con donaciones a la compañía de Olarte un viernes de agosto. El sonido de la música salsa se mezclaba con el el fuerte ruido de la cinta adhesiva que aseguraba las cajas dirigidas a “José Caicedo”, su hermano en Venezuela. En la iglesia empacaron pesadas latas de frijoles y salsa de tomate en el fondo de las cajas, luego agregaron bolsas de pasta, azúcar, harina y arroz blanco antes de una última capa compuesta por suéteres, ropa interior, pantalones y zapatos.

Cerca de 225,000 inmigrantes nacidos en Venezuela viven en los EE.UU., según el Pew Research Center; más del doble de la población que se registraba en 2000. En 2014, se estimaba que Los Ángeles era el hogar de cerca de 5,000 de ellos.

Los venezolanos encabezan la lista de solicitantes de asilo en los EE.UU.; con más de 21,000 peticiones presentadas este año.

Casi el 75% de la población perdió involuntariamente un promedio de 19 libras en 2016, según una encuesta publicada este año por tres de las universidades más importantes de Venezuela y una fundación que rastrea la nutrición. Los venezolanos llaman a esta pérdida de peso la “dieta de Maduro”, una referencia sarcástica a la vida en el marco del actual presidente.

La desnutrición severa entre los niños ha aumentado más drásticamente. Los informes de este año mostraron que el 11,4% de los menores de cinco años padecen desnutrición de moderada a grave. La ministra de Salud venezolana fue despedida en mayo pasado después publicar un informe que mostraba que las muertes maternas habían aumentado un 65%, mientras que las infantiles habían crecido un 30%.

En toda Venezuela, la gente utiliza Facebook y otras redes sociales para organizar intercambios de alimentos, acordando, por ejemplo, entregar azúcar a cambio de harina de maíz.

Las Naciones Unidas y los gobiernos de los EE.UU. y América Latina solicitaron a Nicolás Maduro que acepte la ayuda humanitaria. El primer mandatario venezolano se ha negado, y en lugar de ello ofreció $5 millones como asistencia a Texas después del huracán Harvey, y apoyo para las naciones insulares del Caribe afectadas por los huracanes Irma, José y María.

Este año, el gobierno prohibió una larga lista de importaciones, entre ellas suministros de primeros auxilios y medicamentos. Los servicios de correo mantienen los envíos en tamaño pequeño para evitar llamar la atención de autoridades y, según sea necesario, sobornan a los funcionarios de aduana para que miren hacia otro lado y dejen pasar los paquetes.

Dassler Dazha, quien dirige una página de Facebook llamada Venezolanos Unidos en Los Ángeles, recordó la historia de una prima quien, el año pasado, llegó a una tienda en Caracas a las 4 a.m., se colocó en fila, y terminó de comprar a las 5 p.m. Cuando la mujer dejó el comercio, la esperaban unos ladrones que la golpearon y le robaron los alimentos.

Dazha solía enviar cajas de comida pero, en cambio, comenzó a mandar efectivo porque sus parientes todavía podían encontrar comida en las grandes ciudades o en el mercado negro. Él, al igual que muchos expatriados, envía dinero a su hogar usando una red clandestina de venezolanos con cuentas bancarias estadounidenses que intercambian dólares por bolívares a la tasa del mercado negro.

Sin embargo, el país se está quedando sin efectivo. Dazha comentó que, para retirar $30,000 bolívares del banco en agosto -suficiente para comestibles de menos de una semana- su hermana tuvo que pasar varios días seguidos porque el banco sólo le permitía retirar $5,000 bolívares por jornada.

La situación y, por ende, la mejor manera de ayudar, cambian constantemente.

El hermano y la hermana de Dazha habían guardado alimentos secos y enlatados para anticiparse a los tiempos difíciles, pero se quedaron sin su acopio a mediados de septiembre. Ahora él piensa nuevamente en mandarles cajas con comida, aunque le preocupa que los envíos no lleguen.

“No sé qué hacer”, aseguró Dazha. “Es el dilema de todos los venezolanos; la impotencia de no poder hacer nada por nuestras familias”.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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