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Mbuki-mvuki, natsukashii, uitwaaien... 19 emociones “intraducibles” que tal vez no sabías que podías sentir

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¿Alguna vez has sentido algo de mbuki-mvuki?

Me refiero a un irresistible deseo de “quitarte la ropa cuando bailas”.

¿O Quizás un poco de kilig, la agitación nerviosa que se siente al hablar con alguien que te gusta?

¿Y qué de uitwaaien, que sintetiza los efectos revitalizadores de pasear en medio del viento?

Son palabras tomadas del bantú, el tagalo y el holandés, respectivamente.

Y están incluidas en un proyecto de la University of East London, Reino Unido, que intenta captar la variedad de sabores de las buenas sensaciones (en algunos casos agridulces) que se encuentran en todo el mundo.

“Son palabras que ofrecen una forma distinta de ver el mundo”, dice Tim Lomas, responsable de la iniciativa.

En su opinión, incorporarlas al vocabulario podrían ayudar a un conocimiento más variado y rico del propio ser.

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19 emociones

Su inspiración original se produjo al oír el concepto de sisu en finlandés, una especie de “determinación extraordinaria ante la adversidad”, una idea que para los finlandeses nativos no tenía un equivalente exacto en otros idiomas, incluido el inglés.

Fascinado, comenzó a buscar más ejemplos, indagando en la literatura académica y pidiéndole a todos sus conocidos extranjeros que le hicieran sugerencias.

Muchos de los términos se refieren a sentimientos positivos altamente específicos:

  • Desbundar (portugués) - perder las inhibiciones al divertirse.
  • Tarab (árabe) - un estado de éxtasis o embelesamiento provocado por la música.
  • Shinrin-yoku (japonés) - la relajación conseguida al bañarse en el bosque, en sentido figurado o literalmente.
  • Gigil (tagalo) - el irresistible deseo de pellizcar o estrujar a alguien amado o apreciado.
  • Yuan bei (chino ) - una sensación de completa y perfecta plenitud.
  • Iktsuarpok (inuit) - la anticipación que uno siente cuando espera a alguien, por la cual sales a cada rato para ver si la persona ya llegó.

Otras palabras, sin embargo, representaron experiencias más complejas y agridulces, que podrían ser cruciales para nuestro crecimiento y florecimiento general.

  • Natsukashii (japonés) - un anhelo nostálgico por el pasado con felicidad por el grato recuerdo, aunque tristeza de que ya no esté presente.
  • Wabi-sabi (japonés) - una “sublimidad oscura, desolada” centrada sobre la fugacidad y la imperfección en la belleza.
  • Saudade (portugués) - un anhelo melancólico o nostálgico por una persona, lugar o cosa que está lejos, ya sea espacialmente o en el tiempo - una añoranza vaga, ensoñadora por fenómenos que quizás ni siquiera existan.
  • Sehnsucht (alemán) - literalmente “anhelos de vida”, un deseo intenso por estados alternativos y realizaciones de vida, incluso si son inalcanzables.

Adicionalmente, la lexicografía de Lomas también catalogó las características personales y comportamientos que pueden determinar nuestro bienestar a largo plazo y las formas como interactuamos con los demás.

  • Dadirri (aborigen austaliano) - un acto espiritual profundo de reflexión y escucha respetuosa.
  • Pihentagyú (húngaro) - significa literalmente “con un cerebro relajado”, y describe a personas ingeniosas que pueden improvisar chistes o soluciones sofisticadas.
  • Desenrascanço (portugués) - salirse ingeniosamente de una situación problemática.
  • Sukha (sánskrito) - verdadera felicidad duradera, independientemente de las circunstancias.
  • Orenda (hurón) - el poder de la voluntad humana para cambiar el mundo frente a fuerzas poderosas, tales como el destino.

Ampliación de horizontes

En el futuro, Lomas espera que otros psicólogos puedan comenzar a explorar las causas y consecuencias de esas experiencias.

Y sospecha que familiarizarnos con las palabras podría, en realidad, cambiar nuestra forma de sentir, al llamarnos la atención sobre sensaciones efímeras que hemos ignorado por mucho tiempo.

“En nuestro flujo de consciencia -ese torrente de distintas sensaciones, sentimientos y emociones- hay tanto que procesar que mucho se nos pasa”, apunta Lomas.

“Los sentimientos que hemos aprendido a reconocer y etiquetar son los que notamos, pero hay muchos más que quizás nos conocemos”.

Granularidad emocional

Como evidencia, Lomas destaca el trabajo de Lisa Feldman Barrett, de la Northeastern University, EE.UU., quien ha mostrado que nuestra habilidad para identificar y etiquetar emociones propias puede tener grandes repercusiones.

Su investigación se inspiró en la observación de que, al referirse a emociones, algunas personas usan distintas palabras de manera intercambiable, mientras que otras son muy precisas en sus descripciones.

“Algunos usan términos como ansioso, asustado, enojado, fastidiado para referirse a un estado afectivo general de sentirse mal”, explica Barrett.

“Los consideran sinónimos, mientras que para otras personas son sentimientos distintivos con acciones distintivas asociadas”.

Eso se llama “granularidad emocional” y ella normalmente la mide pidiendo a los participantes que evalúen sus sentimientos cada día, en un período de varias semanas, antes de calcular las variaciones y matices en sus informes: por ejemplo, si los mismos viejos términos siempre coinciden.

Significativamente, Barrett encontró que eso determina cómo afrontamos la vida.

Si puedes precisar mejor cuando sientes desesperación o ansiedad, por ejemplo, puede que estés en mejor capacidad de decidir cómo remediar esos sentimientos: ya sea hablando con un amigo o mirando una película cómica.

O si puedes identificar tu esperanza ante la decepción, eso podría ayudarte a buscar nuevas soluciones a tu problema.

De esa forma, el vocabulario de las emociones es un poco como un directorio, que te permite consultar un mayor número de estrategias para afrontar la vida.

Y, en efecto, la personas que sacan altas marcas en granularidad emocional están mejor capacitadas para recuperarse más rápidamente del estrés y tienen menos probabilidades de beber alcohol, como un medio de recuperarse de malas noticias.

Es algo, además, que puede mejorar tu rendimiento académico.

Marc Brackett, de la Yale University, EE.UU., encontró que enseñar a niños de 10 y 11 años un vocabulario emocional más rico mejoró sus notas y favoreció un mejor comportamiento en el salón de clases.

Entre más granular sea nuestra experiencia de emoción, más capaces somos de entender nuestras vidas interiores”, apunta.

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