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Las historias más increíbles del médico que recorrió 86.000 kilómetros en bicicleta

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Stephen Fabes, un médico residente de Londres, pasó seis años viajando en su bicicleta por todo el mundo. Su viaje lo llevó a dormir en escuelas, comisarías, iglesias, mezquitas, monasterios y cuarteles... Hoy piensa que el mundo es un lugar mucho mejor de lo que nos hacen creer.

Veinticinco neumáticos, 12 cadenas de bicicleta y dos sillas de montar: esas son más o menos las partes de tu bicicleta que tendrías que cambiar si tu plan es recorrer 86.000 kilómetros y visitar cuatro continentes.

Y conviene que estés dispuesto a reparar unos 200 pinchazos.

Stephen Fabes recorrió de Europa a América, de África a Asia, todo el tiempo pedaleando, con la excepción de los vuelos intercontinentales.

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Nos encontramos en la capital de Georgia, Tiblisi, cuando se preparaba para regresar a casa.

Había hecho una gira por el país y lo declaró uno de los más bellos que había visitado.

“Hay un espacio de cinco días cuando los árboles cambian de color y yo estaba en Svaneti, en el noroeste de Georgia. ¡Fue increíble! Nunca he visto nada así... Montañas enteras de color óxido, fue genial”.

Su viaje terminará donde comenzó: en el Hospital St. Thomas de Londres, donde en 2010 le dijo adiós a sus compañeros y partió.

Ese primer día casi se da por vencido. Su primera parada fue en un bar local.

“Pedaleé al pub donde tuve la idea de irme de viaje. Invité a mis amigos y después de varias horas de beber empecé a pensar que tal vez era mejor volver a mi apartamento, que estaba a la vuelta de la esquina, y empezar el día siguiente, pero amigos me convencieron de seguir con el plan”, recuerda.

Ver lo más difícil para entender

Dependiendo de la estación, por lo general recorrió entre 40 y 100 kilómetros por día, y vivió cómodamente con menos de US$10 al día, incluido el alojamiento.

Su propósito inicial era recaudar dinero para la organización benéfica británica Merlin (Ayuda de Emergencia Médica Internacional), pero comenzó a interesarse más y más en las personas marginadas que se encontraba en su ruta.

Sentí que podía aprender acerca de la sociedad en general observando a las personas que no estaban integradas a ella”, explica.

Por ello se involucró en proyectos de salud sin fines de lucro en Asia, incluyendo una clínica médica flotante en Camboya y una clínica de tuberculosis en la frontera entre Tailandia y Birmania.

“Las organizaciones no gubernamentales no estaban haciendo mucho trabajo en el interior de Birmania en ese momento, por lo que los refugiados que cruzaban el río, en su mayoría miembros de la comunidad Karen y repudiados porque tenían VIH, a menudo recibían tratamiento en esa clínica”, cuenta.

Recuerdo haber visto a una mujer que se estaba muriendo. Estaba completamente demacrada; tenía horas o días de vida, y junto a ella estaba un monje budista. La habían dejado en el monasterio, y a él le habían dicho que se fuera del monasterio para cuidarla”.

En Katmandú, Fabes se unió a una clínica móvil encargada del tratamiento de niños de la calle adictos a la inhalación de pegamento.

“Tenían entre 7 a 18 años de edad y eran adictos. La mayoría eran huérfanos y vivían juntos en la calle”.

También en Katmandú, en un hospital para enfermos de lepra, conoció a una joven cuya vida cambió gracias a unos radios de cuerda distribuidos por una ONG con fines educativos en zonas remotas de Nepal.

“Ella no tenía dedos ni en las manos ni en los pies y su familia la tenía encerrada. En uno de esos radios un día escuchó un programa sobre la lepra y se dio cuenta de que tal vez eso era lo que ella tenía. Le pidió a su hermano que la cargara durante cuatro horas para llevarla a la carretera más cercana, y de ahí, eventualmente, llegó a un hospital”.

Un susto en Perú

Le pregunté si había enfrentado peligro.

“La gente a menudo se preocupa por el secuestro y enfermedades peligrosas, pero el riesgo más grande es ser atropellado por un auto. Muchos cicloturistas pierden la vida así”, respondió.

Una de las experiencias más aterradoras para Fabes fue ver un arma de fuego metiéndose en su carpa en medio de la noche en un lugar remoto de Perú.

“Un tipo apuntó el arma hacia mí y me dijo que saliera. Me hizo entrar en su casa. Estaba lloviendo muy duro y su casa era la única en la zona y parecía vacía”, cuenta.

“Me di cuenta de que él se veía muy nervioso. Finalmente puso su arma en el suelo. Había sido robado un mes antes y pensaba que yo estaba asociado con los ladrones. Unos 20 minutos más tarde me hizo sopa”.

Frío extremo

Yendo a través de estepas o desiertos, donde los paisajes no cambian durante días, era la parte más difícil, dice. Pero superó el aburrimiento escuchando música o simplemente pensando.

“Disfruté del espacio para pensar; de cierta manera es un lujo”, dice. “Yo no tenía mucho tiempo para pensar cuando estaba en Londres, y eso es lo que realmente disfruté de este viaje”.

Fabes experimentó los extremos del clima, incluyendo un viaje a mediados de invierno a través del intenso frío de Mongolia.

“No hay albergues una vez sales fuera de (la capital) Ulan-Bator. Era un invierno muy frío, que los mongoles llaman ‘zud’, cuando todos los animales mueren”.

“Yo tenía tres tapetes de dormir y tres sacos de dormir, pero el problema fue mi agua, que se congeló. Si el agua se congelaba no se podía descongelar, porque en el día la temperatura era de -12ºC. Por eso, me la pasaba constantemente tratando de mantener el agua cerca de mi cuerpo”.

El peligro de la pornografía

Al pasar por Asia Central, Fabes recuerda que la guardia de fronteras de Uzbekistán -un país conocido por su pobre historial de derechos humanos- revisó sus pertenencias durante horas.

Estaban buscando pornografía, mirando todas las películas que tenía en la computadora portátil. Hallaron ‘1984’ de George Orwell, que tiene algunas escenas sexuales en ella, y que cuando la estaban viendo en la pantalla grande pensé: ‘Será que puedo ser arrestado por tener una película sobre el totalitarismo en Uzbekistán’”.

Fabes planea escribir sobre sus aventuras y las enseñanzas que le dejó el viaje.

Su mayor descubrimiento, dice, fue encontrar que el mundo es un lugar más amable y más acogedor de lo que pensaba.

Quedé con una impresión muy positiva del planeta, que refuerza mi fe en la humanidad. Cuando se viaja en bicicleta el universo está de tu lado, recibes una gran cantidad de ofertas de hospitalidad”.

“En todas partes, un gran número de extraños me llevaron a sus hogares para alimentarme”.

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