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Ilham Tohti, el “Mandela chino”

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Ilham Tohti, el intelectual que recibió hoy el premio Martin Ennals de derechos humanos, es casi un desconocido fuera de su país, pero en China su pacífica batalla por el entendimiento interétnico le valió hace años el apodo del “Mandela chino”.

Condenado a cadena perpetua por separatismo y en la cárcel desde 2014, Tohti es un musulmán de etnia uigur procedente de Xinjiang, uno de los focos de mayores tensiones étnicas de China y desde donde emigró a Pekín hace más de dos décadas para acabar convirtiéndose en un prestigioso catedrático de economía.

En Artush, su ciudad natal, Tohti vio de joven cómo su comunidad vivía en armonía con otras etnias minoritarias y también con los han, la mayoritaria en el país y predominante en el Gobierno. Pero en los años 90 comenzaron las desigualdades, la desconfianza y la violencia y él decidió alzar la voz y emprender un activismo que le ha confinado en prisión.

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Su voluntad por hacer de puente entre etnias, expresando su opinión en charlas, clases e internet, en ocasiones en contra de la línea oficial, no fue bien vista por las autoridades, que le detuvieron en enero de 2014, y le condenaron ocho meses después a perpetuidad por separatismo.

“Sé que puedo acabar en prisión, diez, veinte años. Podría soportarlo. Estoy preparado”, auguró Tohti en una entrevista en 2009, tras el peor episodio de violencia en décadas en Xinjiang, cuando al menos 200 personas murieron en enfrentamientos entre uigures y las fuerzas de seguridad chinas.

Por aquel entonces, Tohti llevaba años fomentando la convivencia desde Pekín y criticando la gestión del régimen chino en la región, donde él siempre ha creído que el desarrollo quedó en manos de unos pocos, los han, y que la frustración de los uigures, con los “peores puestos de trabajo”, nunca ha sido atendida.

Su círculo más cercano habla de él como una persona apasionada, a la que le gusta beber un buen vino en la intimidad de una cena pese a ser musulmán y con una visión crítica, no sólo de lo que ocurre en China, sino también de cualquier tema de actualidad, como la gestión de EEUU en Oriente Medio.

Siempre se consideró una persona privilegiada, que viajó a docenas de países, estudió fuera de Xinjiang y llegó a trabajar en en la Universidad de Minzu, especializada en minorías y una de los mejores de la capital.

Esos privilegios supusieron un deber para él, pues desde sus inicios como catedrático estimó que su posición le brindaba una tribuna única para hacerse eco de los problemas en Xinjiang, donde las autoridades aseguran que actúan grupos terroristas islámicos y han aplicado controvertidas políticas, como la prohibición del ayuno preceptivo del Ramadán entre algunos sectores.

Cuando el Gobierno empezó a limitar sus comparecencias, Tohti echó mano de las nuevas tecnologías para abrir un debate hasta el momento inexistente con la creación de una página de internet donde hablaba sobre las desigualdades entre etnias en su región, sin defender el separatismo y en contra de la violencia.

Como mínimo, una vez al año volvía a ver a sus familiares en Xinjiang, a miles de kilómetros de Pekín, y en ocasiones sus allegados intentaban que abandonara su activismo, que les afectaba de manera directa, pues todos trabajan en la Administración.

“Nunca tuvo miedo, porque no creía que hiciera nada ilegal. Sólo quería una China unida”, recordó su mujer el día de su juicio, que se celebró a puerta cerrada y entre denuncias de irregularidades.

Sus amigos creen que el atentado de octubre de 2013 en Pekín, cuando un coche irrumpió en la principal avenida de la capital y se incendió a las puertas de la Ciudad Prohibida causando cinco muertos, fue lo que marcó el “inicio del fin” de Tohti.

El régimen chino no tardó en atribuir este suceso a grupos terroristas uigures, y Tohti, ante el miedo de que se condenara a todo un pueblo, dio voz a su comunidad ante los medios de comunicación extranjeros.

“Habló con todos y eso irritó al régimen, que quería apoyos en su campaña antiterrorista contra los uigures”, sostiene su amigo y activista Hu Jia, ganador del premio a la libertad de conciencia Sájarov que otorga el Parlamento Europeo.

Los allegados del académico así como defensores de los derechos humanos esperan que el reconocimiento internacional que supone el Martin Ennals traiga el que, para ellos, sería el mejor premio: su libertad.

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