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Constitución, la ciudad sacudida por un trágico tsunami que ahora se ve amenazada por el peor incendios

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El plan para este verano de la ciudad costera de Constitución, en el centro de Chile, era volver a ser “la perla del Maule”, una reversión de la potencia turística que fue en los años 30 y 40.

Pero los planes tuvieron que cambiar.

Ahora, en plenas vacaciones australes, la ciudad está volcada a responder a los incendios que han afectado a todo el centro de Chile, pero sobre todo a esta zona que colinda con el río Maule, donde se encuentra un tercio de las casi 600.000 hectáreas calcinadas.

No es la primera emergencia que Constitución, una comuna de 60.000 habitantes, debe soportar.

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El 27 de febrero de 2010, también durante las vacaciones, la ciudad fue víctima del peor maremoto que ha sufrido Chile en su historia reciente.

En Constitución murieron 50 de las 525 víctimas fatales que dejó el desastre natural.

Como en los incendios, que se riegan por toda la región central del país, el terremoto devastó decenas de pueblos y ciudades chilenas.

Pero Constitución, que desde entonces se hizo llamar “una nueva ciudad”, es un caso emblemático.

Fue acá, de hecho, donde el tsunami llegó más lejos, en lo que técnicamente se conoce como el run-up: casi un kilómetro desde la costa fue cubierto y arrasado por la ola.

“Estamos curados de espanto”, dicen entre risas muchos maulinos, que sin embargo se niegan a pensar que son víctimas de una maldición de la naturaleza.

De paraíso a corazón de la industria maderera

Constitución es una pequeña ciudad incrustada en un estilo de esquina de la costa chilena que se forma por el caudaloso río Maule y el mar Pacífico.

La zona tuvo un pequeño esplendor turístico en el pasado gracias a las espectaculares formaciones rocosas de sus playas, las enormes dunas de arena delgada y volcánica y montañas y ríos para todos los gustos.

Pero en la segunda mitad del siglo XX la ciudad se convirtió en uno de los principales centros de producción de madera del país.

Hoy, la región del Maule está forrada de pinos y eucaliptos cultivados por los madereros.

Detrás de la montaña que rodea la ciudad está la principal planta de Celco, la productora de celulosa de la gigante Arauco.

Aunque la fábrica es difícil de ver, desde la punta del cerro se puede ver la magnitud del complejo industrial y los millones de troncos organizados en el suelo listos para ser procesados.

El olor a celulosa, que podría asimilarse al hedor de la coliflor hervida, se siente en toda la ciudad.

Los más críticos ven la producción de madera como otro karma de Constitución, porque le atribuyen la caída de las industrias turística, portuaria y pesquera.

Arauco, sin embargo, es el mayor empleador de la ciudad.

Y, tras el maremoto, la empresa pagó por el galardonado complejo de Villa Verde, un barrio de casas que se entregaban a medio hacer para que el receptor la terminara.

Una historia conocida

Entre los diferentes albergues que se han establecido en Constitución para los damnificados de los incendios hay uno para animales.

Alrededor de 60 perros, gatos, caballos y cerdos parcialmente quemados están siendo tratados por 20 veterinarios en unas casas especiales para refugios que fueron construidas en la secuela del terremoto.

La historia, de cierta manera, se está repitiendo. Y esta vez están algo preparados.

Las consecuencias del maremoto aún son evidentes en Constitución: se ven lotes enteros sin construir donde antes había edificaciones y hay casas agrietadas o “terremoteadas”, como dicen acá.

Casi todo el malecón del río está abandonado, pese a un proyecto de la municipalidad para construir un malecón y renovar un hotel hoy desocupado.

Pablo Cruz, un maulino de 57 años que ha superado el síndrome de Guillain-Barré tras décadas de esfuerzo, está repitiendo la historia como líder del departamento de emergencias de la municipalidad.

Es de las pocas unidades de desastres del país que funciona todo el año, todo el día. Él lo celebra.

Con una cojera producto del síndrome, Cruz va de un lado al otro contestando llamadas, solicitudes, emergencias.

Es el hombre más solicitado de los albergues, porque tiene respuesta para todo.

“Vivo el hoy”

Y, como la mayoría de los maulinos con los que hablé, Cruz no se encuentra desalentado por el acontecimiento de un nuevo desastre.

“Mi enfermedad me enseñó que ‘vivo el hoy, el mañana no lo conozco’”, asegura.

“No es que tengamos una maldición, sino que las cosas pasan por algo (…) La vida no te pone pruebas que no puedas superar”.

Cuando estuvo a punto de morir, Cruz dice entre lágrimas haber hecho un compromiso con Dios: “‘Si no me llevas ahora, cuando tenga nietos me puedes llevar cuando quieras’, le dije”.

El rescatista tiene 57 años. Su hijo, que cursa una maestría, puede ser padre cualquier día.

Ahí sí tendré que viajar”.

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