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Soy republicano y no me agrada Hillary Clinton, pero votaré por ella

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Si Donald Trump hubiera quedado afuera en las primarias, como casi todo el mundo esperaba, yo hubiera votado orgullosamente por Marco Rubio, John Kasich o Jeb Bush, y hubiera apoyado a Scott Walker o Chris Christie. Pero, en comparación con estos candidatos, Trump vive en otro planeta. En pocas palabras, él no es republicano o conservador, tal como hemos comprendido esos términos durante décadas.

En lugar de ello, voy a votar por Hillary Clinton en noviembre. Haré esto a sabiendas de que tiene más ‘equipaje’ que United Airlines y que nominará a jueces de la Corte Suprema que irían en contra de la Primera, Segunda y Quinta Enmiendas de la Constitución. También sé que mintió descaradamente acerca de su servidor local y la información clasificada que envió por él, poniendo en riesgo la seguridad nacional. Reconozco que ella es aliada de uno de los grupos más reaccionarios de los EE.UU., los gremios de empleados públicos. Más aún, asumo que el SVR, el servicio de inteligencia exterior de la Federación Rusa, tiene documentos que muestran una conexión muy desagradable conexión entre las acciones de Clinton como secretaria de estado y la Fundación Clinton.

Pese a todos estos graves defectos, Clinton cree en los EE.UU. y en sus valores. Trump -quien basaría la inmigración en temas religiosos y haría pruebas de etnia para los jueces- no cree en ello. Ella está abierta al mundo, Trump no. Él cree únicamente en sí mismo. Tal como Khizr Kahn, el padre musulmán de un capitán del ejército de los EE.UU. señaló en la Convención Demócrata: Trump “no ha hecho jamás un sacrificio”.

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Y si alguna vez viéramos el contenido de las declaraciones de impuestos del magnate, creo que éstos demostrarían que no es tan rico como dice, que ha dado una miseria a causas de caridad y que ha hecho lo que quería con el IRS. Los medios deberían considerar boicotear los eventos de Trump hasta que dé a conocer sus declaraciones impositivas, al igual que todos los candidatos modernos a la presidencia. ¿Por qué dejamos que se salga con la suya?

Ya he dicho antes que estamos en proceso de revivir la década de 1930. El expansionismo ruso en Ucrania es análogo a los movimientos de Hitler en Europa Central, y el aumento del antisemitismo en la Europa de hoy también es paralelo a esa época oscura. Trump, por su parte, recuerda al movimiento fascista America First, defendido por Charles Lindbergh; él quiere aislar al país del resto del mundo.

Nosotros, republicanos, hemos traído a Trump.

Pero, a diferencia de los miembros de America First, el parloteo del candidato acerca de temas internacionales parece estar arraigado en la ignorancia más que en la ideología. Él simplemente no tiene idea de la política exterior. No tiene asesores de altura, militares o diplomáticos; nadie que pueda frenar su ‘romance’ con el líder ruso Vladimir Putin, o explicarle que es necesario honrar nuestros compromisos con la OTAN.

En contraste, Clinton es realista e inflexible con la política exterior, y comprende los peligros a los que nos enfrentamos con el Putinismo y el radicalismo islámico.

Uno puede creer -como yo- que Clinton tiene problemas con la verdad, pero también hay que reconocer -como yo debo hacerlo- que en ese sentido ella no alcanza ni remotamente los engaños de Trump. En pocas palabras, y como dice el viejo refrán, “¿Cómo se puede saber cuándo Trump miente? Respuesta: Cuando mueve sus labios”. Uno realmente no puede predecir qué dirá de un día al siguiente. Él es un ególatra inestable, no apto para un cargo público, para ningún cargo.

Los republicanos trajimos a Trump a nuestras filas. Los líderes del Congreso, los grupos de presión de Washington y los intelectuales de las políticas públicas (a excepción de unos pocos) sólo hablaban para sí mismos. No tenían la menor idea de qué estaba pasando en el país y perdieron contacto con la clase obrera del partido. En lugar de los restaurantes del D.C., sugiero que visiten los puestos de comidas rápidas del medio oeste, y del sur y centro de California. La conclusión es que nos espera un gran examen de conciencia.

David Shulman es economista sénior del programa Anderson Forecast, de UCLA. Su blog es shulmaven.blogspot.com.

Si desea leer la nota en inglés haga clic aquí.

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