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Trump y Clinton, envueltos en una campaña llena de tropiezos y desencanto

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En el lapso de unos pocos días, las campañas del republicano Donald Trump y de la demócrata Hillary Clinton han tropezado, cada una, con defectos de los candidatos que podrían estropear la presidencia de quien gane en noviembre.

En el caso de Trump, la publicación -durante el fin de semana del Cuatro de Julio- de un tweet con imágenes antisemitas subrayó su voluntad de emplear caracterizaciones intolerantes para avanzar en su carrera política. Sus declaraciones desde entonces, que incluyeron la negativa de vincular el tweet con un sitio web de la supremacía blanca, resaltaron su uso repetido y documentado de falsedades para salir airoso.

Para Clinton, la contundente crítica del director del FBI, James B. Comey, quien el martes la tildó de imprudente y descuidada en su manejo de emails clasificados durante su rol como secretaria de Estado, demostró nuevamente que la candidata busca evitar el control, aún cuando hacerlo bordea la legalidad. El episodio del correo electrónico también comprobó que Clinton no tenía a nadie en su círculo íntimo -al menos en ese momento- con suficiente estatus para disuadirla cuando sus instintos cometían un error.

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Ninguna de esas características que muestran los candidatos es beneficiosa para la presidencia, como mínimo. Cada uno de ellos habla de una forma distinta de ignorar los medios en pos de lograr un fin determinado.

La profundidad del hundimiento de la campaña presidencial se hizo evidente el pasado sábado. Clinton fue entrevistada durante tres horas y media por funcionarios del FBI que investigan su uso de un servidor de correo privado y su manejo de información sensible durante sus funciones en el Departamento de Estado. La sola investigación podría haber condenado su campaña hace meses, pero su influencia en el partido demócrata y la decisión de su rival, el senador Bernie Sanders, de no discutir el tema durante la temporada de primarias la salvaron de ello.

Pero incluso la noticia del interrogatorio quedó en segundo plano ante el flagrante tweet de Trump de ese mismo día, con un gráfico que superponía, sobre una cascada de dinero, la cara de Clinton y una estrella de seis puntas.

Luego de que el magnate neoyorquino fuera acusado de hacer alusión a la avaricia judía, su equipo de campaña enmascaró la estrella con un círculo, pero agregó el título ‘AmericaFirst’, un término empleado por Trump pero también por los aislacionistas antisemitas antes de la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, el candidato afirmó que el dibujo era “una estrella del sheriff”, a pesar de que le faltaban los clásicos extremos redondeados, o simplemente “una estrella normal”.

En ambos casos, los votantes se enfrentaron con candidatos limitados por sus propios juicios -o por la falta de juicio- mas que con eventos mundiales, giros económicos o los cambios demográficos del país. No es sorprendente que las encuestas recientes muestren que, si bien Clinton y Trump tienen seguidores entusiastas, han inspirado una insatisfacción generalizada también.

En un sondeo de USA Today/Suffolk publicado este lunes, el 53% de los votantes tienen una opinión desfavorable de Clinton, mientras que el 60% mantiene una visión negativa de Trump. Cerca de 1 de cada 5 castiga a ambos candidatos.

Una encuesta de Fox News publicada el 29 de junio pasado explicó el por qué: cuando se les preguntó si Clinton es honesta y digna de confianza, sólo el 30% de los votantes registrados dijeron que sí lo es, mientras que dos tercios de ellos aseguraron lo contrario, en una cifra que marcó el resultado más negativo para la candidata, entre nueve características presentadas a los votantes.

En cuanto a Trump, un similar 34% señaló que resulta honesto y confiable, comparado con el 63% que afirmó que no. Pero el candidato también sufrió de ciertos atributos negativos que no se destacan en Clinton: por ejemplo, 4 de cada 5 votantes remarcó que es ofensivo y tiene mal temperamento.

La falta de confianza en cualquiera de los presuntos nominados de 2016 es sorprendente, alcanza cifras históricas, y predice una carrera que será implacablemente negativa. Cada uno de ellos, carente del deseo positivo del electorado, intentará convencer a los votantes de que el otro es una ‘apuesta peor’. Sus respuestas a los más recientes tropiezos parecieran únicamente reforzar esa trayectoria.

Trump se ha negado rotundamente a reconocer sus exabruptos contra los mexicanos, musulmanes, inmigrantes y, más elíptica y recientemente, los judíos. Cuando fue criticado por su tweet de la Estrella de David, culpó a Clinton por “tratar de desviar la atención del comportamiento deshonesto de ella y su marido”. Tampoco le ha hecho frente a al hecho de que muchos republicanos están desanimados por sus acciones y le han pedido públicamente que baje el tono de su extravagante retórica. El hecho de que Trump contemple una convención nacional con más discursos de entrenadores deportivos y extraños que de la propia clase dirigente de su partido sugiere el continuo temor que su candidatura provoca entre muchos republicanos.

Además, Trump ha dado pocos indicios de escuchar el consejo de cualquier otra persona que no lleve su apellido; sólo aceptó la intercesión de sus hijos para despedir a su exjefe de campaña, Corey Lewandowski. Pero los indicios de que, luego de ese despido emergería un nuevo candidato, demostraron ser falsos. Trump viajó a Escocia y terminó haciendo alarde de su fortuna personal y del caos económico que agitaba a Inglaterra, aliado principal de los EE.UU., después de la votación para salir de la Unión Europea. El candidato aseguró que había predicho el voto cuando, en realidad, no era cierto. Luego volvió a casa y, rápidamente, lanzó otro insulto en forma de un tweet con una Estrella de David (el martes por la noche, en Carolina del Norte, alabó a Saddam Hussein).

Por su parte, aunque ha dado un paso que Trump jamás daría -reconocer sus errores-, Clinton a menudo lo ha hecho solapadamente. Después de muchas idas y vueltas el año pasado, finalmente reconoció que había sido un error emplear un servidor de correo electrónico privado para cuestiones públicas. Pero en la cuestión más amplia en cuanto a la confianza, a menudo le ha endilgado la culpa a sus críticos, tal como hace Trump.

En un discurso que pronunció en Chicago la semana pasada, Clinton reconoció que los votantes afirman en las encuestas que no confían en ella, pero atribuyó el hecho a “25 años de acusaciones sin fundamento” realizadas en su contra por sus oponentes. “He cometido errores”, añadió. “No conozco a nadie que no lo haya hecho. Así que entiendo los cuestionamientos de la gente”.

Un recordatorio de la rotación constante de polémicas acerca de la primera etapa de la familia Clinton en la Casa Blanca se reavivó la semana pasada, cuando Bill Clinton tuvo una conversación privada con la fiscal general Loretta Lynch, quien estaba a cargo de la investigación por el uso del correo electrónico, que -se espera- concluya en los próximos días.

Esto provocó fuertes críticas, tanto de demócratas como de republicanos, y revivió la queja de que, una vez más, los Clinton juegan con sus propias reglas. En un sentido legal, la candidata sobrevivió este martes, ya que no fue acusada, un estándar que sería risible en cualquier campaña menos en ésta. También, una vez más, se benefició de sus oponentes.

Trump y muchos de sus colegas republicanos -después de haber preparado a sus seguidores para que esperen una acusación, aunque los expertos en leyes ya habían anticipado que no ocurriría- se enfocó menos en las duras críticas de Comey hacia Clinton que en el propio FBI.

Al adherir a la idea de que el FBI había fracasado, los republicanos se pusieron en guerra con el jefe de la agencia - ampliamente visto como una persona íntegra- en lugar de apuntar contra un candidato demócrata al cual ese jefe había criticado.

El ganador de las elecciones de noviembre ingresará en una Casa Blanca que, históricamente, sólo ha parecido mejorar -y no mitigar- las deficiencias de su ocupante. Las acciones de los últimos días -cómo los candidatos llegaron a ellas y cómo respondieron después- sugieren que ambos podrían sufrir en el futuro por sus propias fallas, y que esta campaña bastante desalentadora podría derivar en un gobierno problemático.

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