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Más de 400 nuevos estudiantes de USC son los primeros en sus familias en ir a la universidad

Por Genaro Molina/Los Angeles Times Victoria Pérez, a la izq. e Isaac Lemus exploran la biblioteca Doheny Memorial en USC. Ambos son alumnos de primer año y los primeros en sus familias en asistir a una Universidad.

Por Genaro Molina/Los Angeles Times

Victoria Pérez, a la izq. e Isaac Lemus exploran la biblioteca Doheny Memorial en USC. Ambos son alumnos de primer año y los primeros en sus familias en asistir a una Universidad.

(Genaro Molina/Los Angeles Times)
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Victoria Pérez creció en los “barrios” mexicanos de Houston y dijo que todavía siente el surrealismo en el hecho de que esta semana se mudó a un dormitorio estudiantil en USC. En casa, ir a la universidad era una excepción, no una expectativa. Sus padres lograron terminar la preparatoria y la animaron a que llegara más lejos que ellos.

Cuando su médico escuchó que se iba a la universidad, bajó su estetoscopio sorprendido. Unos años antes su hija también había solicitado su ingreso a USC pero no fue aceptada.

El doctor le recordó que USC era conocida como la escuela de los niños mimados.

Pero su madre, muy orgullosa de la tenacidad de su hija, movió su cabeza y dijo: “SC son las iniciales de segura y constante”.

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En el campus la semana pasada, Pérez fue una de los más de 400 estudiantes que se convirtieron en el primer miembro de sus familias que desempacaron sus maletas en los dormitorios, se unieron a grupos de orientación y se embarcaron en un viaje de cuatro años de educación universitaria. Sin saber qué esperar en una escuela privada conocida por su equipo de fútbol americano y niños ricos, muchos se sorprendieron de encontrar a otros que comparten orígenes similares y deseos no sólo de probar su valía, sino de inspirar a los amigos y la familia allá en casa.

Dicho esto, aproximadamente el 20% de los estudiantes de la universidad, incluyendo al presidente del cuerpo estudiantil, son primera generación. La mayoría recibe alguna forma de ayuda financiera.

Ser el primero en la familia en vivir la experiencia universitaria en un colegio privado puede sentirse diferente a lo que sería estar en una pública. En todos lados hay evidencia de privilegio, incluso en las conversaciones que tienen los compañeros sobre el futuro. ¿Cómo encaja uno entre aquellos armados con computadoras portátiles nuevas, los que postean sus vacaciones en Instagram, ya discutiendo sus estrategias de solicitud de admisión a la Facultad de Derecho y la planificación de donde estudiar en el extranjero?

La Universidad ha redoblado esfuerzos durante años para ayudar a los estudiantes a enfrentar el choque cultural de unirse a dicho entorno. Hay cursos intensivos sobre cómo utilizar todos los recursos en la biblioteca, sesiones sobre oportunidades de becas y centros de enseñanza. Así mismo, hay seminarios para ayudar a los estudiantes a pensar en qué medidas deben tomar que los encamine a una escuela de posgrado y carreras futuras, porque así como son los primeros en sus familias en ir a la universidad, también serán los primeros en averiguar qué hacer con una licenciatura.

Hacer que lleguen más estudiantes de primera generación a escuelas como USC es el primer paso, dijo Michael Quick, rector de la universidad, pero asegurarse de que estén felices en el campus y de que se gradúen al mismo tiempo que sus compañeros, requiere de atención adicional de parte del cuerpo docente y de la administración.

“Donde yo veo una gran diferencia es que no saben todas las cosas que pueden aprovechar en USC o en cualquier otra escuela”, dijo Quick. “No saben a quién preguntarle, o son demasiado tímidos para preguntar ya que se sienten como que no pertenecen o por qué todo el mundo parece saber, así que mejor no voy a preguntar o me voy a ver como un tonto”.

Empoderar a estos estudiantes es un asunto personal para Quick, quien también fue el primero de su familia en asistir a la Universidad. Su padre era un trabajador de la construcción que iba tras los trabajos por todo el país. Para cuando Quick consiguió terminar la High School, ya había asistido a 16 escuelas diferentes.

El proceso de solicitud de ingreso al Colegio eran aguas no exploradas. Quick se enteró acerca de la necesidad de tomar el examen SAT de admisión para la universidad cuando se dio cuenta de que todos sus compañeros ya habían tomado “algo que se llamaban los PSAT”.

Encontró la manera de terminar un programa de pregrado (licenciatura) y completó un doctorado en Neurociencia en la Universidad de Emory. Todavía recuerda las muchas preguntas que tuvo en cada peldaño que subía y la gente que le ayudó con las respuestas.

“Para cada uno de los estudiantes que realmente quiere la experiencia de USC, vamos a trabajar para encontrar una manera de que la tengan”, apuntó. “La educación superior sigue siendo el gran camino a la prosperidad. Es la apuesta más segura hacia una vida más plena”.

En la tarde de la mudanza a los dormitorios, después de poner las sábanas en los colchones tamaño individual y de tomarse fotos junto a las numerosas fuentes y la estatua de Tommy Trojan, cientos de estudiantes de primera generación y sus padres se amontonaron en el Ronald Tutor Campus Center para enterarse de las preguntas que ni siquiera sabían que tenían que hacer.

Mientras esperaban para entrar en el salón, algunos repasaban sus dedos sobre una pared alineada con los nombres de los donantes grabados en oro. Otros susurraban con sus padres y trataban de pararse derechos.

“Lo primero es lo primero”, dijo Quick mientras entraba en el escenario, “¿qué diablos es un rector”?

Se echaron a reír. Recordó a los estudiantes que sus habilidades ya los ponía a la delantera.

“Habilidades tales cómo tomar decisiones cuando se tiene información limitada, sobre cómo lidiar con el fracaso..., cómo motivar, cómo cuidar de otros, cómo contribuir a mejorar la sociedad de lo que es hoy en día”, dijo. “Eso es lo que espero para todos nuestros egresados, pero lo que he notado con el tiempo es que los estudiantes de la primera generación ya traen esas habilidades en su mochila. Ya las tenían a los 5 años, y ahora las tienen aquí como adultos”.

Linda Meyers asintió con la cabeza. Sin la ayuda de algún graduado de la universidad para auxiliarla, ella tuvo que buscar en Google el proceso de ayuda financiera, llenar todos los trámites, completar las muchas listas de comprobación para trasladarse de Santa Barbara City College a USC, donde quiere tener una doble licenciatura en inglés y en “algo interesante”.

Su padre, trabaja 18 horas al día como gerente de operaciones, le revolvía su pelo y le daba la señal de ok con sus pulgares. “Ella es la administradora de toda la familia”, dijo.

A unas pocas mesas de distancia, Pérez se quedó cerca de su madre. La estudiante se acababa de mudar a un piso del dormitorio dedicado a estudiantes latinos de primer año, esperando que eso le ayudaría a sentir menos nostalgia. La joven está emocionada de estudiar arte cinematográfico y medios de comunicación, pero también le preocupa dejar a su madre, que es su mejor amiga y que se hará cargo del negocio familiar de fotografía.

Su padre los abandonó cuando ella era pequeña. Su hermanito y su hermana esperan seguir sus pasos. Dos primas cercanas en edad a ella están atravesando por embarazos y la vida después de la cárcel. Pérez quiere con todo su ser superar las expectativas, sabiendo que su éxito sería empoderar a muchos en casa.

“Uno tiene tanto peso no solo por ser inteligente, sino porque tienes que ser inteligente por toda la familia, por toda tu comunidad”, dijo.

La mañana después de que su madre se despidió, Pérez exploró la biblioteca Doheny por primera vez con Isaac Lemus, un nuevo amigo de Phoenix. Estiraban el cuello para mirar por los ventanales de vidrios coloreados y se asombraron al descubrir cuánto tenían en común.

Ambos tienen 18 años, ambos fueron criados por madres solteras, ambos inseguros de cómo ser ellos mismos en un entorno desconocido. Lemus le compartió su ambición de estudiar planificación urbana y escuchó mientras ella reflexionaba sobre cómo ir tras sus sueños sin dejar a su familia atrás.

“Usando una frase de mi mamá, ‘estamos bajo la misma luna’”, dijo. “A pesar de que estas tan lejos, todavía estás conectado de alguna manera”.

Ella sonrió. Conocía muy bien esas palabras.

Traducción: Diana Cervantes

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