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El recorrido de un estudiante hasta UC Davis

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El primer coche en el que durmió, a los seis años de edad, fue el Cadillac blanco de su madre, estacionado en el sur de Los Ángeles.

Ángel Macías, con las piernas cruzadas, dormitaba erguido en el asiento trasero. Su hermano, Armando, sentado junto a él, a menudo se le recargaba; necesitaba estirar las piernas para conciliar el sueño.
Su madre dormía en el asiento del conductor.

Cuando ese coche fue remolcado, su ‘hogar’ fueron una serie de vehículos robados, tantos que Ángel no los recuerda bien; los tiene difuminados en su mente. Diez años más tarde, aún no puede recordar cuántos, ni de qué tipo, ni de qué colores.

Pero para este recién graduado de preparatoria, un detalle sobresale: su madre frecuentemente estacionaba los coches cerca de la escuela, para que sus hijos no llegaran tarde. Una vez allí adentro, podrían desayunar y asearse en el baño.

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Cuando Ángel, ahora de 18 años, habla de su vida, lo hace tranquilamente y con los ojos mirando hacia abajo. Hasta hace poco llevaba su cabello largo, como un blindaje para esconder su rostro.

Ángel sabe que sus mentores y compañeros consideran su fuerza como un ejemplo. El joven relata su historia porque sabe que es importante.

A pesar de años de inestabilidad, falta de vivienda y hogares de acogida (foster homes), Ángel se ha graduado con honores en David Starr Jordan High School, y en el otoño iniciará su educación universitaria en UC Davis.

Su madre, quien anteriormente había estado presa, reside ahora en un
centro de rehabilitación.

La escuela siempre ha sido el lugar seguro y estable de Ángel. En el Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles (LAUSD, por sus siglas en inglés) hay miles de estudiantes como él, y cientos en su enorme escuela preparatoria, cerca del centro urbanístico Jordan Downs, en Watts.

Más de 7,500 estudiantes en el sistema están clasificados como “niños
de crianza”, y muchos batallan en la escuela. El distrito también es
responsable, señaló la vocera Gayle Pollard-Terry, de los 11,171
alumnos que, de una forma u otra, han sido clasificados como personas
sin hogar.

LAUSD busca ayudar a los estudiantes que tienen hogares vulnerables,
para que tengan un mejor desempeño complementando el aprendizaje
académico con apoyo fuera del aula. Los recursos no están distribuidos
uniformemente, y por ello el plan no siempre funciona. Pero cuando sí
lo hace, la recompensa puede ser grande.

“La historia de Ángel no es la única historia”, aseguró Carlos Montes,
director de Jordan High School, quien tiene tatuajes y viste pantalones de mezclilla. “Nuestro trabajo primordial es proporcionar un entorno de aprendizaje seguro para que, que a pesar de lo que estén viviendo, una vez que entran por estas puertas puedan sentirse como en casa”.

A Ángel le encanta jugar a los videojuegos, y no es tímido para decir lo bueno que es en esta práctica. Su juego favorito de Xbox es “Destiny”; en mayo, aseguró con una sonrisa, fue clasificado como el jugador número 1,592 de un total de “un par millones, o algo así”, en los Estados Unidos. En el juego “tú eres un guardián”, explicó. “Y luchas por la luz y contra la oscuridad”.

Salió del sistema de cuidados de crianza temporal y fue uno de los afortunados.

— -- Walter Rich, maestro.

El padre de Ángel los abandonó antes de que él naciera. Su madre,
Michelle Banda, era adicta a la metanfetamina. Aun así, ella luchó
mucho, asegura el joven, “por mi bien y el de mi hermano”. Cuando él
era pequeño, los tres vivían en un apartamento en Inglewood. En su
primer día de escuela, en Moffett Elementary School, no quería salir
de casa. Para el segundo día pensó que la escuela era divertida, y
quiso regresar.

Ese primer coche llegó cuando fueron desalojados de la casa de su abuela, luego de que ella muriera y su madre se retrasara en el pago de la renta. La familia empezó a peregrinar de una serie de hoteles, a un tráiler, y entonces, una vez agotadas las opciones, de un coche aotro y a otro. Pero lo que nunca cambiaba era la escuela. Él y Armandosiempre iban a la escuela, porque su madre decía que era importante y
quería que ellos tuvieran una vida mejor. “Yo no quería que sufrieran
mientras crecían”, afirmó Banda. “Aun en mi adicción, yo quería que
tuvieran una buena educación. Robaba coches para llevarlos a la escuela”.

Cuando la mujer fue arrestada por robo de vehículos, Ángel y Armando
fueron a dormir a casa de un amigo. Una de esas visitas se extendió en
una estancia de dos años de duración, que terminó abruptamente cuando
allanaron el apartamento.

En lo que Ángel sintió como un golpe de suerte, los hermanos
ingresaron en cuidados de crianza cuando él tenía 8 años. “Nuestra
vida dio un vuelco”, señaló. “Vimos una perspectiva enteramente
diferente. Nos dieron mucha esperanza, tiempo para trabajar en
nosotros mismos”.

La casa en Compton era agradable y los hermanos compartían una
habitación pero tenían sus propias camas. Los padres de crianza les
enseñaron disciplina, cómo vivir, cómo ser -en palabras del propio
Ángel- “civilizados”. “Eso nos enderezó; antes estábamos como doblados
y sin forma”, dice Ángel. La familia llevo a los chicos a acampar y a
la nieve por primera vez.

Después de algunos años, Banda logro tener su propio apartamento y
volvió a tener a los muchachos. Y entonces el ciclo se repitió.

El trío se mudaba de apartamento en apartamento, de hotel a hotel.
Cuando los chicos regresaron a hogares de crianza, Ángel pensó, “aquí
vamos de nuevo”. Esta vez, los hermanos fueron separados, pero sólo
por dos días.

El ex novio de su madre, Jaime Espindola, -padre de su hijo menor,
Abel y también padrastro de Ángel- los llevó a Ángel y a su hermano
Armando a su casa de Watts.

El Xbox era una constante en todas esas mudanzas, cuenta Ángel.
También el tema de enfocarse en el futuro, algo que sus padres de
crianza de Compton le habían inculcado. Tal vez, él comenzó a pensar,
podría algún día ganarse la vida haciendo sus propios juegos de video.

Además leía. Su libro favorito, “The Call of the Wild”, acerca de un
perro secuestrado que escapa finalmente a la naturaleza, le recordaba
cómo era la vida en la ‘selva’ de Los Ángeles. Pero él y Armando
tenían otros planes, lo cual los mantuvo enfocados. “Sabíamos lo que
se debía hacer, sólo por no tener hogar”, señaló. “Queríamos una vida
diferente”.

La separación de su hermano y la mudanza a la casa de su padrastro
sucedió en décimo grado. Como resultado, Ángel dejó Mountain View High
School, en El Monte, y llegó a Jordan High School. Sus nuevos maestros
intentaron hacerle sentir cómodo y lo incluyeron en todo, pero se
dieron cuenta de que Ángel no hablaba. En la clase avanzada de Walter
Rich, Ángel comenzó a participar.

Jordan es lo que se conoce como una escuela de recuperación. La
institución funcionaba tan mal que, en 2011, el distrito puso a más de
la mitad de los estudiantes en una charter y puso a esta escuela
pública a cargo de la asociación sin fines de lucro Partnership for
Los Angeles Schools. Todos los maestros se vieron obligados a volver a
solicitar sus puestos de trabajo. La mitad lo hizo. Sólo nueve fueron contratados.

Rich es uno de esos nueve. El maestro intentó apoyar a Ángel y saber
más de él. “Lo veo graduándose de la universidad para luego obtener
una maestría o un doctorado”, señaló el docente. “Tiene la tenacidad y
las ganas”.

Ángel conoce la reputación de la escuela Jordan. “Cuando la gente
piensa en nosotros, los jóvenes adolescentes de color en Watts o
Compton, piensan: ‘Bueno, no van hacer nada; ese chico va a ir a la
cárcel, esa chica va a salir embarazada’”, afirma. Pero según él, lo
que hace la diferencia es la dedicación de sus maestros, que
comenzaron a sacarlo de su timidez. Su profesor de Cálculo trabajaba
con los estudiantes hasta las 7:00 p.m. Rich le dio su número de
teléfono personal. Otro maestro pagó para que Ángel asistiera al baile
de graduación.

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A finales del tercer año de preparatoria de Ángel, el fundador de un
campamento llamado Teens Exploring Technology habló frente a su clase
de Finanzas. El chico quedó prendado, y el campamento era gratis. Así
pasó el verano pasado, conociendo a profesionales de la tecnología y
desarrollando una aplicación llamada Tag City, que conecta a las
empresas que buscan publicidad creativa con artistas de grafiti. El
grafiti, piensa Ángel, con frecuencia tiene mala reputación, pero
también puede emplearse para difundir mensajes positivos.

Ángel y Armando todavía viven con su padrastro y Abel, de 7 años de
edad, que tiene autismo y es un genio con un iPhone pero no puede
hablar mucho.

Ángel todavía sigue en contacto con sus primeros padres de crianza,
algo que sus maestros ven como una red de seguridad de la cual carecen
muchos otros estudiantes. “Salió del sistema de cuidado de crianza
temporal y fue uno de los afortunados”, expresó Rich.

Armando, ahora de 19 años, abandonó Cal State L.A. después de algunos
meses y se negó a ser entrevistado para este artículo.

En tanto, Michelle Banda está orgullosa de sus dos hijos. “Yo
realmente quería que lograran algo en la vida”, afirmó, acerca de
Armando y Ángel. “Lo han hecho. No usan drogas, no están en
pandillas”.

Ángel planea estudiar Ciencias de la Computación en UC Davis,
patrocinado principalmente por el estado y con ayuda financiera
federal. Su padrastro, un conductor de camión para una empresa de
servicios de transporte de mercancías, se ha ofrecido a trabajar horas
extras para ayudar.

Ángel llegará a Davis en coche, con su padrastro al volante.

Quizás, mientras esté en la universidad, dijo, conseguirá su propio
coche, pero ya no para vivir allí dentro. Para eso tendrá un
dormitorio de la universidad.

joy.resmovits@latimes.com

Traducción: Diana Cervantes.

Si desea leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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