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No están preparados los latinos en Los Ángeles en caso de un desastre

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Más de veinte años después de que el terremoto de Northridge asolara el condado de Los Ángeles, millones de hispanos que viven en la región carecen de preparación para afrontar las consecuencias de un atentado terrorista, un brote infeccioso o desastres naturales.

Según los últimos datos del Departamento de Salud Pública del Condado de Los Ángeles (LACDPH), correspondientes a 2014, el 62 % de los latinos, algo más de tres millones de personas, carece de un plan de contingencia o de un kit básico de supervivencia en caso de producirse una catástrofe.

“El 38 % de hispanos que sabe cómo responder después de un desastre llevan años viviendo en Los Ángeles, están más informados y conocen mejor su entorno”, aseguró en una entrevista con Efe María Melo Bueno, gerente de comunicación de la Cruz Roja en Los Ángeles.

La especialista explicó que en 2011 el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) advirtió de los principales factores que determinan la capacidad de preparación y respuesta de una comunidad ante una catástrofe.

Entre ellos destacan el poder adquisitivo del individuo o la familia, el manejo del inglés y el estatus migratorio. Pero factores como la falta de acceso a servicios médicos y la ubicación y antigüedad de la vivienda también son clave.

Usando estos factores como parámetros, el este y el sur de Los Ángeles son las zonas más vulnerables del condado angelino, aunque no las únicas.

Otras regiones con un perfil socioeconómico bajo y alta densidad poblacional hispana como Paramount, El Monte y Van Nuys también se han convertido en focos prioritarios de acción para la Cruz Roja.

Para llegar a las familias más necesitadas de preparación, la Cruz Roja lanzó hace ya cinco años “Prepare SoCal”.

A través de esta campaña informativa, se urge a las familias hispanas a comprar kits de emergencia, crear un plan de respuesta individual y familiar en caso de una tragedia y establecer lazos con vecinos y organizaciones locales.

“Los barrios se recuperan de manera desigual después de un desastre, tanto a nivel familiar como a nivel de barrio”, explicó a Efe Tomás Barrios, director ejecutivo de la Cruz Roja en Los Ángeles.

“Enfocamos los esfuerzos en la educación porque uno no tiene que ser rico para estar educado”, agregó.

Como parte de la campaña, la Cruz Roja cuenta con un ejército de voluntarios que varias veces al año va casa por casa explicando los peligros a los que se expone la población si carece de un seguro para la vivienda o desconoce sus derechos.

A su vez los voluntarios instalan detectores de humo gratuitos en las viviendas que visitan.

Y es que, aunque Los Ángeles es una zona de fuerte actividad sísmica, los incendios son la principal amenaza de la región, con tres o cuatro diarios, algo que afecta con mayor crudeza a los hispanos que tienden a desactivar los detectores de humo, según relató Melo.

En las visitas a las comunidades más vulnerables, también se recalca la importancia de tener en casa un kit con comida envasada, agua y productos de aseo para subsistir unos días hasta que lleguen los bomberos o equipos de rescate.

La mochila debe también incluir una linterna, baterías, una radio, una manta, un kit de primeros auxilios, una mascarilla, copias de documentos de identidad, dinero en efectivo y las medicinas que uno requiera.

“Siempre le decimos a la gente que no tiene que comprarse el kit de la Cruz Roja. Pueden hacer uno en casa por 30 o 40 dólares”, aseveró Melo.

En 1994, tras la estela de devastación causada por el terremoto de Northridge y presa del pánico, Luis González salió raudo a comprar un equipo de suministros básicos.

“Después del terremoto estaba aterrado y compré un kit, agua y comida para la casa y el carro. Pero no puedes vivir todos los días de tu vida preparándote para un desastre que no sabes si algún día llegará”, se justificó el mexicano, que lleva más de treinta años viviendo en el condado angelino.

Esta actitud es lo que la psicóloga Adela Maciel denomina “estado de negación”, una respuesta bastante común en las personas.

“Tres o cuatro años después del desastre, nadie se preocupa más. Piensan que no va a volver a pasar o que no les va a pasar a ellos”, explicó la especialista. “Uno tiende a pensar que las tragedias le pasan a los demás”.

Maciel, acostumbrada a trabajar con pacientes que han vivido experiencias traumáticas, recomendó que, “por tranquilidad individual”, cada residente tenga una cierta preparación antes de que un desastre pueda golpear a una comunidad.

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