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Silicon Valley, cuna de empresas que nadie conocía hace 20 años y de las cuales hoy no podemos vivir

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Si no puedes tener una conversación con tu pareja sin que suene una campanita, échale la culpa al Silicon Valley. Si tus hijos no saludan cuando entras a la casa y ya no quieren salir a jugar, también.

Además, si encontraste el vuelo más barato, envías fotos de manera instantánea a cualquier parte del mundo y tu teléfono celular funciona como oficina virtual, dale las gracias al Silicon Valley, un territorio de 18 mil kilómetros cuadrados y más de 7 millones de habitantes en el que empresas pequeñas y grandes crean las tecnologías que han transformado cómo nos comunicamos, dónde protestamos, cómo nos transportamos, cómo trabajamos, qué compramos y cómo nos entretenemos. Empresas que valen más de 3 trillones de dólares.

Muchas de las empresas del Silicon Valley no tienen activos físicos y tampoco generan ingresos. Demasiadas pierden dinero. Entonces, ¿por qué tienen valuaciones tan altas? ¿Por qué se anuncia un nuevo “unicornio” -empresa nueva que vale por lo menos mil millones de dólares- cada semana?

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Suena absurdo bajo una lógica de la era industrial en la que el valor de una empresa se determina por sus activos, ventas y ganancias. Pero quizá no lo sea bajo una lógica post-industrial en la que el valor de cierto tipo de empresas de alta tecnología es determinado por una promesa de generar grandes sumas de dinero en el futuro, cuando decenas, cientos o miles de millones de usuarios empiecen a pagar por el servicio obtenido o cuando alguna empresa grande quiera atrapar el valor futuro de estos startups a través de una fusión o una adquisición.

La apuesta no es tan descabellada: cada día hay más usuarios de internet, que ha tenido un crecimiento sin precedente en los últimos 15 años: de alrededor de 400 millones de usuarios en 2000 a unos 3.2 mil millones en 2015. Cada uno es un cliente potencial de algo que se está inventando en el Silicon Valley.

Pregúntale a tu hijo qué quiere de cumpleaños y seguramente te responderá que un teléfono o una tableta para navegar y comunicarse con sus amigos que están sentados enfrente de él. Hasta mi abuelita, que tiene 92 años, tiene un celular.

Por eso Uber, que no tiene un solo empleado, fue valuado en 41 mil millones; Airbnb, que no tiene un solo cuarto de hotel, gana 450 millones de dólares y vale la nada despreciable suma de 26 mil millones de dólares, y Snapchat, que permite enviar mensajes de texto de tono subido que se borran en unos minutos, fue valuada en 16 mil millones de dólares porque tiene 100 millones de usuarios que algún día podrían representar enormes ingresos para alguien.

El Silicon Valley es cuna de las empresas que nadie conocía hace 20 años y sin las cuales hoy no podemos vivir, como Facebook, que con un valor de 276 mil millones de dólares y 1.5 mil millones de usuarios es el “unicornio mayor”. Ni hablar de Google, que ha creado su propio verbo (“googlear”) y YouTube, en donde cada vez más gente tiene su canal para enseñarnos desde cómo maquillarte como las princesas de Frozen y cómo se compra un boleto de Metro en San Petersburgo, hasta cómo llevar a cabo una operación a corazón abierto.

Estas empresas se construyen con talento bien remunerado. El ingeniero promedio gana alrededor de 150 mil dólares al año y muchas veces tiene acceso a acciones. El otro lado de la moneda es uno de los mercados inmobiliarios más caros de Estados Unidos. Las rentas han aumentado al menos 30 por ciento desde 2010, y las casas, sin importar su tamaño o la condición en la que se encuentran, se venden al mejor de múltiples postores. Quien haya comprado una casa con acabados de mala calidad en una avenida ruidosa de Palo Alto en 2010 por 1.7 millones de dólares, hoy la puede vender en menos de dos semanas por 2.5 millones.

¿Burbuja inmobiliaria? Quizá. Independientemente del creciente número de nuevos millonarios y de empleados bien pagados, una proporción cada vez mayor de los bienes raíces son adquiridos por fortunas que se hacen del otro lado del Pacífico: en China. Son comprados como inversión o para enviar a la esposa y a los hijos a estudiar en un lugar seguro, menos contaminado y con buenas escuelas públicas. Hay cada vez más rusos que han hecho enormes fortunas en los últimos 20 años que deciden echar raíces aquí en vez de en Londres. La casa más cara del Silicon Valley pertenece a uno de ellos.

Volar entre pterodáctilos

¿Qué sigue? Están por salir al mercado tecnologías tan disruptivas como lo fueron hace 15 años los teléfonos celulares que funcionan como minioficinas, las redes sociales y el internet. Uno de ellos es el Big Data, sistemas de almacenaje de datos con capacidad y velocidad exponencialmente mayores a lo que hay hoy.

Pero hay una mucho más emocionante y potencialmente más adictiva que cualquier pantalla que tenemos hoy y que puede tener repercusiones sobre nuestra psique, nuestra manera de relacionarnos y lo que definiremos como emocionante y divertido; ciencia ficción pura: la realidad virtual. El sueño de chicos y grandes de todos los tiempos, eso y ser invisible.

La realidad virtual es poder vivir dos o más “realidades” simultáneas: la de “carne y hueso” y la que podremos no sólo ver sino experimentar a través de visores, anteojos y lentes de contacto. Estamos a un pelo de que salgan al mercado los primeros productos que nos permitirán volar entre pterodáctilos, meter gol en mundiales de futbol, caminar por las calles de Hong Kong, sentarnos en una junta de trabajo al otro lado del mundo, comprar artesanías en el Himalaya y tener un romance con quien queramos. Emocionante. Pero seguramente seguirá deteriorando nuestras habilidades sociales y nuestra condición física.

Mark Zuckerberg, director de Facebook y emperador del Silicon Valley, tiene sólo 31 años de edad, mucha energía y le sobra la visión. Un día se preguntó, “qué sigue después del smartphone?”. Su respuesta en entrevista con la revista Vanity Fair de octubre de 2015 fue: “quedar inmerso en experiencias en tercera dimensión”.

Hace un par de años el joven millonario conoció a otro nerd turbocargado y más joven que él: Palmer Luckey, de 22 años, director de Oculus Rift. Otro mocoso de chanclas, camiseta y pantalón de mezclilla con ideas revolucionarias, que hace poco le vendió su empresa a Zuckerberg en 2 mil millones de dólares en efectivo y acciones de Facebook.

¿Por qué pagó tanto dinero por unos goggles? Por el valor que puede crear en el futuro: “Hay ciertas cosas en el futuro que sabes que van a suceder... el verdadero reto es saber qué es posible hacer en este momento y exactamente cómo lo vas a lograr”.

Los sueños descabellados de ayer se comercializan hoy en el Silicon Valley. En un par de años, nuestros hijos e hijas podrán meter un gol digno de Beckham, recibir una gran ovación, un trofeo de aire y miles de puntos virtuales intercambiables por otras cosas virtuales sin asistir a una sola práctica de futbol. Sin salir de su recámara. En pijama. Sin hablar con nadie. Comiendo pizza.

¿Y México?

A pesar de compartir frontera con California, en México no se entiende la importancia de este lugar de ideas, capital social y dinero. Si se entendiera, habría más estudiantes, académicos, emprendedores y empresarios mexicanos mirando con atención cómo se hacen aquí las cosas y participando directamente en la revolución tecnológica de nuestros tiempos.

Ron Weissman, inversionista de capital de riesgo, mentor y asesor con más de 30 años de experiencia, considera que las empresas mexicanas deben actualizarse e incorporar el concepto de la innovación en todas sus áreas: investigación y desarrollo, estrategias corporativas, desarrollo de negocios.

Por su parte, Miguel Ángel Casillas, director de SV Links -empresa que imparte cursos intensivos de innovación a empresarios de los países emergentes en el Silicon Valley-, opina que a los empresarios mexicanos les cuesta mucho trabajo salirse de su zona de confort. No invierten, no arriesgan, no se exponen a otras ideas. Algo preocupante en un mundo cada vez más competitivo.

México tendría que estar pensando cómo aprovechar a los alrededor de 1.5 millones de mexicanos y mexicanoamericanos que viven aquí y que no le cuestan al erario mexicano. Para que hagan negocios, para que enseñen a otros mexicanos lo que están aprendiendo aquí y, si se quiere ser cínico, para que manden más dólares producto de empleos bien remunerados.

Mexicanos que hoy no participan de la riqueza y de las oportunidades del Silicon Valley, ya que en promedio estudian hasta la preparatoria y trabajan duro en empleos poco remunerados, pero que podrían alcanzar mejores niveles socioeconómicos en una generación si se encuentra la forma de que aprovechen los beneficios educativos y sociales que este país les ofrece, a pesar de la marginación y la falta de oportunidades que padecen en comparación con el resto de la población.

Es decir, saber encontrar oportunidades con lo que hay, como hizo California a fines del siglo XIX, que con muy poco hizo maravillas.

La autora es especialista en temas de desarrollo internacional. Imparte talleres de nutrición para hispanos en el Área de la Bahía de San Francisco, donde reside con su familia desde 2011.

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