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Eugenio Méndez, el artesano mexicano que amasa cera de abejas

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EFE

En lo más recóndito de la sierra del central estado mexicano de Puebla, un hombre llamado Eugenio Méndez Nava es rodeado por cientos de abejas que lo ven como de los suyos, ya que cotidianamente extrae cera de los panales.

Con 72 años a cuestas, se encuentra en el pequeño poblado indígena de San Andrés Tzicuilan del municipio de Cuetzalan, rodeado de montañas que le han permitido durante toda su vida no solo realizar artesanías, sino crear arte que transciende fronteras.

“Aprendí viendo nada más”, resume el artista nahua que, más allá de producir velas, cirios, imágenes religiosas y adornos florales, logró obras tridimensionales y preservar el arte de la cerería para las ferias patronales y para el mundo.

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Eugenio, de figura encorvada por los años, rostro marchito, pero de una gran lucidez, es Premio Nacional de Arte Popular 2015 por su destacada maestría en la ejecución, dominio del saber artesanal, adaptación de materias primas y sensibilidad creativa.

“No había personas que se dedicaran a esto, porque antes toda la gente se dedicaba al cultivo del café. Había una o dos que hacían esto, pero muy sencillo, no le daban mucha creatividad”, dice.

Sin odios pasados, sentado en una silla desvencijada de madera, rememora cómo debió remar contra corriente en el pueblo indígena, donde los hombres debían salir al campo a cultivar y cortar café, mientras las mujeres se dedicaban a cocinar, limpiar la casa y cuidar a los niños.

“Por ratos me ponía a hacer figuritas de madera y algunos me criticaban porque decían que eso no era trabajo”, afirma. Nunca hizo caso de las críticas porque, sostiene, “que digan mientras no me mantengan”.

Antaño solo los mayordomos -los ancianos encargados de organizar las fiestas patronales- tenían la encomienda y honor de elaborar las velas y figuras de los Santos Patronos, pero la tradición moría lentamente.

“Fui el primero del municipio y como en ese tiempo todos se dedicaban al café y al campo, entonces me criticaban”, agrega.

Fue duro seguir su camino, por las mañanas marchaba a la escuela “Patria” en Cuetzalan, donde la familia “me llevaba mi taco”, para salir hasta las cinco de la tarde y regresar a la panadería de su padre, un campesino que trabajó en todos los oficios habidos para mantener a su clan.

“Llegábamos y ya estaba la canasta de pan lista para ir a vender”, dice.

A pie, casa por casa, ranchería por ranchería, ofrecía los bolillos, teleras y las conchas (diferentes tipos de panes); entrada la noche dedicaba horas a tallar madera de carboncillo (resistente al gusano y polilla) y a elaborar moldes para vaciar la cera y parafina que hacían surgir figuras únicas.

Y fue ahí cuando aprendió a convivir con las abejas, esas que cuida como si fueran los hijos que nunca tuvo, esos insectos que procura en vasijas de barro colocadas en el acceso de la puerta trasera de su vivienda.

“Primero hay que sacar la cera de las abejas...”, después hervirla y colarla para que quede limpia y que no lleve abultamientos que dañen las esculturas que esculpe con una gran facilidad, explica.

“La cera se echa en un envase para que se endurezca y para cuando uno lo quiera ocupar ya nada más es calentarlo”, subraya Méndez, cuyas manos acarician flores, hojas y delicados frontales que asemejan encajes.

Las flores, relata, son las más fáciles de elaborar y los santos patronos en miniatura los más complicados, aunque Eugenio enseña a hacerlos en el taller comunitario que habilitó en su domicilio para evitar que la tradición desaparezca.

“Hay que pensar, hay que romperse la cabeza para hacer una figura”, describe quien fue reconocido por el gobierno de Puebla como Tesoro Viviente Poblano por su invaluable aportación a la conservación del patrimonio cultural.

Al lado de su taller comunitario, está un modesto museo de cera donde expone sus obras y la de sus alumnos, pero también es un monumento a su éxito, que no duda en restregar a aquellos que los discriminaron en el pasado.

“Ahora esos que me criticaban quisieran saber algo”, suelta mientras consiente a sus abejas que revolotean a su alrededor.

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