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Los parachicos dedican su tradicional danza a las víctimas del terremoto

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Más de 7.000 parachicos, una de las figuras más representativas de la tradicional Fiesta Grande de Chiapa de Corzo, en el sureste de México, dedicaron este año sus danzas patronales a las víctimas del terremoto del 7 de septiembre pasado.

“Sacrificaremos nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestro espíritu” por todas las personas que han sufrido los daños del terremoto, dijo a Efe Guadalupe Rubisel Gómez Nigenda, patrón (guía) de los parachicos.

Una leyenda oral da vida al personaje del parachico, que ataviado con un sarape (frazada) multicolor, una máscara de madera y una sonaja, sale a danzar al compás del tambor y la flauta de carrizo, inundando de alegría, color y tradición las calles de Chiapa de Corzo hasta concluir en la iglesia de San Sebastián Mártir, protector de los parachicos.

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Las tradicionales danzas en honor al Señor de Esquipulas, a San Antonio Abad y a San Sebastián Mártir fueron catalogadas hace siete años por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Desde hace tiempo “hemos estado trabajando en conservar y preservar, rescatar algunas costumbres que se han perdido”, dijo Gómez Nigenda.

Chiapa de Corzo se encuentra a 15 kilómetros de Tuxtla Gutiérrez, la capital del estado de Chiapas, y es catalogado como pueblo mágico gracias a su importante riqueza cultural.

“Tres siglos con la tradición; han pasado 20 patronos, y es un cargo vitalicio. A mi resguardo llevo 13 años, con un máximo de 38 años”, expresó el líder espiritual.

Los pobladores cuentan que el baile de los parachicos surgió porque una mujer buscando una cura para su hijo enfermo, luego de haber consultado a reconocidos médicos, escuchó hablar de un curandero en un lugar llamado Chiapa.

Entonces decidió visitar el sitio, esperanzada en que allí encontraría la anhelada cura para su hijo.

Cuando por fin su hijo encontró alivio y cura, en agradecimiento la mujer ayudó a la gente del pueblo, que en ese momento padecía una crisis de sequía y hambruna, repartiendo canastas de víveres.

Con ello causó alegría entre los habitantes, quienes bailaron alrededor del niño y, para no asustarlo, se disfrazaron y pintaron como “blancos”.

Cuando los bailarines recibían los regalos de doña María de Angulo, supuesto nombre de la mujer, ella decía “Para el chico”, palabras que los indígenas convirtieron en “Parachico”.

A este rito acuden miles de danzantes con máscaras talladas en madera, tocados con monteras y vestidos con sarapes, chales bordados y cintas de colores.

Al danzar van tocando unas sonajas de hojalata llamadas “chinchines” al ritmo de la música de tambor y flauta de carrizo, conocida por los lugareños como pito.

Al grupo de danzantes los dirige un patrón, quien porta una máscara con expresión dura, una guitarra y un látigo, que toca la flauta acompañado por uno o dos tamborileros, quienes cantan alabanzas. Los parachicos responden con aclamaciones en los altares en honor de los santos.

La danza se transmite y se aprende al mismo tiempo que se ejecuta. Los niños que participan en ella imitan los movimientos de los adultos.

“El primero que a mí me enseñó a bailar fue mi padre a los cuatro años. Posteriormente salía a bailar con él hasta los siete años. A partir de los ocho años empecé a salir solito con los amigos de la escuela y a partir de ese entonces cada año como chiapacorseño”, dijo Clemente Vargas, un parachico.

Gema Camacho, una de las danzantes con trajes de chiapanecas que acompañan a los parachicos, expresó su motivación para participar en la danza en honor al Señor de Esquipulas: “Que tenga bien a mis hijos más que nada, más a mi niña que se ha enfermado. Por eso venimos a pagar una manda (promesa)”.

“A veces uno derrama lágrimas porque prácticamente se le agarra amor y cariño, y se representa prácticamente bailando y estando feliz todo el mes de enero que dura lo que la fiesta”, confesó por su parte Susana Castillo.

A su vez, Paola Liévano explicó que su novio la invitó porque es de esta región. “Me ha contado toda la historia de los parachicos, las chiapanecas, los chuntaes (hombres vestidos y maquillados como mujeres), lo que representan. Y lo hace con tanta emoción que se contagia realmente”.

Durante la Fiesta Grande, cuyas actividades se desarrollan este mes, la danza de los parachicos invade todos los ámbitos de los habitantes y visitantes, propiciando el respeto mutuo entre las comunidades, grupos y personas.

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