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Yo pepenador: La obra sicalíptica de Pablo H. Cobian

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“Pablo flota. Remueve la piel y cadenas. Simplifica. Mete la cabeza y aguanta la respiración en el mar lácteo de la abstracción.

Sostiene los dedos índice y pulgar a manera de marco y nos escolta junto a pálidos fantasmas deodorizados, a través de los pasajes reflejados en el humo, los espejismos formados por el color en la carretera, el aire caliente de la palabra proferida”, escribe el narrador Luis Augusto Durango (1979) sobre Ofrenda para termitas: la búsqueda de algo mejor, exposición que pudo observarse en la Galería de la estación Juárez del Tren Eléctrico Urbano en Guadalajara en febrero de 2017, una muestra individual del artista, profesor e investigador Pablo H. Cobian, compuesta por ocho grandes formatos, dibujos e instalación.

Una exposición que yo mismo definiría como: la añoranza de hurgar en la basura.

Pablo me recuerda a artistas como Tom Deininger (Trash self), HA Schult (Trash people), Derek Gores (Portraits formed from leftover trash), Jane Perkins (Trash Chic Vol.12 – Plastic Classics) o Francisco de Pájaro (Instalaciones efímeras con basura) en España, artífices que hacen de la basura su masa prima.

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En su obra la mugre es el medio, pero también la encomienda; la asquerosidad a manera conciencia artística, como catalizador de las ideas y desarrollo o retroceso del oficio. El arte es un desperdicio, un residuo, claro está, por eso hay que devolverlo a su estado natural: la bascosidad.

La obra de Pablo H. Cobian se encuentra ahí, en las calles, en los diarios andares matutinos por la ciudad acumulando desechos que se convertirán en provocadoras instalaciones artísticas; juguetes, recipientes, vasijas, tarjetas, libros, objetos inanimados que cobran significado cuando son afianzados por las manos de Pablo; bazofia lisérgica, la nada envuelta en concepto, concepción usurpada por la megalomanía y exclusión del arte; Pablo trata de proporcionarle a la crítica un poco de suciedad, darle al espectador algo de inapetencia; excremento compuesto por lavativas de egolatría y reducción: la metástasis de la industria.

El artista tiene una historia especial de por qué comenzó a recolectar basura en las avenidas: a los seis años Pablo tenía un bote pajizo donde almacenaba todos sus juguetes, pero sus padres conservaban uno igual para colocar la basura; un día su abuela lo mandó a tirar los deshechos y Cobian se confundió, vació el recipiente equivocado.

El niño se dio cuenta de lo que había hecho y se deprimió a conciencia, durmió durante todo un día; añoraba sus juguetes, entre los que recuerda una nave de Playmobil. Es por eso ahora que prorrumpe a pepenar basura, tratando de localizar los juguetes botados en la niñez.

Pablo H. Cobian habita en la Zona Industrial de Guadalajara en donde convergen basureros enormes, es ahí en donde encuentra sus reflectores artísticos: fierros, formas, naturalezas, muñecos desarticulados que va recolectando con un carrito de mandado.

Mucho de lo que recoge regresa también al vertedero, es sólo el gusto de acumular, de almacenar, de padecer el Síndrome de Diógenes. No todo se expone porque hay objetos íntimos que Pablo atesora, que ambiciona para él exclusivamente, marionetas que conviven con otros objetos ya expuestos; se renueva entonces la significación y se moderniza la manera de exteriorizar la podredumbre.

Pablo H. Cobian se presenta a sus exposiciones con una máscara de conejo, le gustan los antifaces y las ficciones —otra obsesión resguardada desde la infancia—. Cuando egresó de la universidad, el primer trabajo que obtuvo fue el de profesor, como le daba mucho miedo enfrentarse a los estudiantes, comenzó a dar clases con una nariz de payaso; a Pablo le gustó esa experiencia; la obsesión enfermiza de taparse la cara, y así surgieron los primeros antifaces del tipo de Llanero Solitario pero con nariz escarlata.

Un día, mientras Pablo caminaba por la calle, se tropezó con una nariz de conejo, como a él le gustaban los conejos y mantenía un acercamiento con la obra de Joseph Beuys y el concepto de la creación, se apropió de la idea y fabricó una máscara de conejo con el gorro de su abuela, la usó durante muchos años pero la extravió en un accidente; de ahí germina el personaje encubierto de Pablo H. Cobian, de la representación del profesor medroso, de Beuys y de la exegesis.

Es así que la obra de Pablo converge en la angustia de la puericia, la añoranza por los objetos perdidos, la temeridad del pedagogo y la obra sicalíptica de un Beuys trastornado por la timidez y la fama.

Pablo H. Cobian viene a las galerías para decirnos que el arte huye, a veces, de los cuadros para anidar extramuros; en la calzada, en la afonía, en la nostalgia, en los sueños, en la membrana de la periferia, en los escombros, en la basura, donde todo vuelve a ser puro.

En el 2009 la obra de Pablo H. Cobian fue seleccionada en la Bienal de Mexicali, con sede en Tijuana, Mexicali y Los Ángeles California, así como de la 1ra Bienal María Izquierdo del Instituto Cultural Cabañas y de la 4ta Bienal Atanasio Monroy, ambas en 2018.

Ha expuesto en el Museo de Arte Raúl Anguiano (El sueño de las hormigas, 2018), la Galería Juan Soriano (Informe sobre asuntos varios, el viaje del astronauta, 2015), la Galería Tlapalería Morelos (Instituto Mexicano de la muerte segura, 2014), el Exconvento del Carmen (Picnic de camino hacia el cosmos, mi vida es una lista interminable de gente diciendo adios, 2009) y la Casa Museo López Portillo (Diminuto cielo, 2003).

En el mes de agosto, el artista Pablo H. Cobian presentará la exposición Heroica o la simplicidad de lo cotidiano en la galería del Laboratorio de Artes y Variedades Larva, ubicado en Av. Juárez 3451 en el Centro Histórico de Guadalajara, Jalisco.

La exposición está basada en la Sinfonía n.º 3 de Beethoven, conocida ordinariamente como “Heroica”, y en la sencillez y cotidianeidad de los objetos. La hazaña de un artista que descubre su lucha en la obtención de pequeñas victorias significadas por objetos botados por la sociedad de consumo.

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