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Veterano del Ejército fue quien expulsó al tirador de la sinagoga en California

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Oscar Stewart estaba concentrado en el reconfortante ritmo de la lectura de la Torá, cuando los sonidos de disparos irrumpieron en el santuario.

El pasado sábado por la mañana, el último día de la Pascua Judía, este hombre observó cómo sus compañeros devotos en Poway Chabad se levantaban y corrían hacia las salidas, como si estuvieran en cámara lenta, huyendo de la violencia que se desarrollaba en el vestíbulo.

El veterano del ejército, de 51 años de edad, comenzó a seguirlos. Luego, en una fracción de segundo, decidió dar la vuelta; aún no sabe por qué. En retrospectiva, este judío ortodoxo cree que podría haber sido la “mano de Dios” en acción.

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Sea lo que fuese que actuó a través de él en ese momento, lo impulsó hacia el vestíbulo. Allí vio al joven -quien según las autoridades se trata de John T. Earnest, de 19 años- con un chaleco estilo militar, que empuñaba un rifle semiautomático.

“¡Abajo!”, gritó Stewart con la voz más fuerte que pudo, y el tirador disparó dos rondas más, en respuesta.

“Te voy a matar”, le advirtió Stewart. Eso pareció sacudir a Earnest, quien emprendió la huida.

Desde su época como sargento en el ejército, Stewart sabía que el rifle sería inútil si se encontraba a cinco pies de él. Así que se mantuvo cerca del tirador mientras lo perseguía hacia el estacionamiento.

El atacante se metió en un Honda sedán. Stewart, al verlo que estaba manipulando su arma, golpeó el costado del auto y el hombre arrancó soltando el rifle.

Fue entonces cuando Jonathan Moráles, un agente de la Patrulla Fronteriza que estaba fuera de servicio, disparó cuatro balas al auto. Cuando el tirador se alejó, Stewart y Moráles anotaron el número de la placa.

Stewart regresó corriendo a la sinagoga. El rabino Yisroel Goldstein estaba de pie en el vestíbulo; había envuelto sus manos sangrantes con su chal de oración. Había una mujer tumbada boca abajo en el suelo. Stewart la giró y la reconoció, era Lori Gilbert-Kaye. Le habían disparado cerca del corazón.

Stewart asistía a Poway Chabad desde el pasado agosto, y conocía a Gilbert-Kaye; era una persona amable y apasionada. Estaban en lados opuestos del espectro político: él es un demócrata centrista, ella una conservadora. Pero podían dejar de lado sus diferencias y apreciar su fe compartida en Dios, una bondad inherente. Él la consideraba una amiga.

Stewart comenzó a ayudar a otro congregante a realizar maniobras de resucitación a Gilbert-Kaye cuando el esposo de esta, un médico llamado Howard Kaye, se acercó a ayudar. No parecía darse cuenta de quién era la mujer cuando presionó su pecho; estaba mirando a Stewart.

Cuando Howard Kaye comprobó el pulso de Lori Gilbert-Kaye con un desfibrilador, finalmente miró hacia abajo y vió su rostro, en ese momento, un oficial del sheriff entró en el vestíbulo y Kaye se desmayó.

Las siguientes horas fueron borrosas para Stewart. Encontró a su esposa, Lynda -que estaba orando con las otras mujeres cuando comenzaron los disparos- en el santuario. Pasaron la tarde en la casa del hijo del rabino Yisroel Goldstein. Fueron interrogados por el FBI. Stewart llamó a sus tres hijos, todos en sus veinte años, para que decirles que estaban bien.

Este hombre, quien trabaja como electricista, apenas pudo dormir la noche del sábado. Pensaba en cómo ese día cambiaría su vida para siempre, para bien o para mal. Aunque había estado en Irak por un año, en 2003, nunca pensó que volvería a escuchar disparos, especialmente en Estados Unidos. Ahora siente que ya no puede ser un ingenuo acerca de cómo la violencia con armas de fuego puede tocar su vida, tal como ocurrió ese sábado.

Pensó en el joven armado con el rifle y se sintió mal por él. Stewart sospecha que pasará décadas en prisión, como mínimo. Una vida desperdiciada por la ignorancia.

También pensó que, si hubiera llegado al vestíbulo un minuto antes, tal vez el joven no hubiera matado a nadie.

Los Stewart volvieron el domingo temprano a la sinagoga, con la esperanza de poder rezar en compañía de aquellos que entendieran por lo que estaban pasando. El lugar todavía estaba marcado con cinta policial.

En una entrevista con un reportero de Los Angeles Times el domingo por la tarde -una de las muchas que concedió ese día- Stewart dijo que únicamente quería regresar a su vida normal, aunque reconoció que pasará mucho tiempo antes de que eso sea posible. “No soy un héroe ni nada, sólo reaccioné”, insistió. “Le agradezco a Dios, por haberme dado el coraje para hacer lo que hice”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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