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¿Una historia de éxito en Tinder? ¿Es posible?

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Era el comienzo del verano y al fin había terminado oficialmente con una mala relación que había completado su ciclo. Me encontré en Grand Park, me quité los zapatos y bailé en medio de la fuente de agua. Los turistas tomaron fotos. Los profesionistas en trajes de diseño se quedaron mirando. No me importaba. Ese era mi momento.

Después, caminé varias cuadras hasta la tienda de mi artista de tatuajes y adquirí un tatuaje nuevo (una pequeña antorcha con la cita de Harry Potter “La felicidad se puede encontrar, incluso en los momentos más oscuros, si uno solo recuerda encender la luz”) de una querida amiga en el salón de tatuajes Little Annie Motel. Mientras estaba sentada allí, siendo perforada por una aguja y tinta colorida, le conté mi historia y comencé los planes para un nuevo futuro.

Descargué Tinder, uniéndome a las hordas de angelinos en busca de amor verdadero en todos los lugares equivocados. En una semana tuve muchos emparejamientos (matches). Fue abrumador. Creo que el número estaba cerca de los 90. (Sugerencia profesional para todos los miembros de Tinder: Nunca pongan en su biografía que no están buscando fotos de desnudos. Lo único que hará la gente es preguntar sobre fotos de desnudos. Y luego te encontrarás teniendo 90 conversaciones sobre fotos de desnudos. No quieres eso, confía en mí).

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Luego vinieron las citas reales.

Unas cuantas fueron buenas, pero no geniales. El tipo de citas en las que te diviertes en el momento, pero incluso mientras sonríes a la otra persona, sabes que nunca volverás a verlo. También esperaba con impaciencia que un ingeniero encantador finalmente me invitara a salir. Fue uno de mis primeros emparejamientos; incluso me había dado un “súper like” en la aplicación. Habíamos estado disfrutando de una conversación en curso, día y noche, hasta que finalmente me sentí lo suficientemente exasperada como para preguntar: ¿Me vas a invitar a salir o no?

Él lo hizo.

Mi ingeniero era tímido y nervioso cuando nos conocimos. Me enamoré desde el momento en que bajé del Uber. Recuerdo la forma en que le temblaban las manos cuando intentaba elegir una botella de vino del menú de un bar de vinos de Silver Lake que había elegido para reunirnos. A pesar de la facilidad con la que hablamos a través de los mensajes de texto, ambos estábamos ansiosos (aunque lo oculté mejor), y la conversación inicialmente fue inestable.

Verás, hay una cierta experiencia transitoria al salir del mundo detrás de la pantalla de tu teléfono y al mundo real. Por suerte el vino tinto ayudó. Cuando se consumió la comida y desapareció el vino, me di cuenta de que no estaba lista para que terminara la noche. Todavía era temprano. Y como mi ingeniero era tímido, fui yo quien sugirió que regresáramos a su casa para tomar una copa. (Más tarde dijo que la sugerencia casi le dio un ataque al corazón, pero aún está vivo, por lo que debe haber sido solo uno leve).

No, no tuvimos sexo esa noche. Terminé llamando a un Uber para que me llevara a casa y durmiendo en mi propia cama después de un vaso de whisky y unos besos apasionados (que también inicié). Esa fue una gran primera cita. La clase de cita en la que no puedes esperar a ver a la otra persona de nuevo. Hicimos planes para vernos más tarde en la semana, y las constantes conversaciones de texto continuaron. Las palabras y los sentimientos se derramaban de nuestros dedos antes de que nuestros cerebros pudieran decir: ¡Cállate! ¿Qué eres, estúpido? Lo asustarás.

Y luego vino una ola de calor de fin de verano. Comenzó el día anterior a la fecha en que debíamos encontrarnos para nuestra próxima cita. Entré en mi garaje de Hollywood para encontrarlo completamente negro. Toda la calle y sus alrededores fueron afectados por un apagón. En mi apartamento, no podía ver, la batería de mi teléfono se estaba muriendo y debo admitir que estaba empezando a sentir pánico. Llamé a mi ingeniero para hacerle saber que quizá no podría responderle con mi teléfono casi muerto y sin tener forma de cargarlo. Inmediatamente me dijo que empacara una bolsa y viniera. Recogí algunas cosas y me dirigí a su casa. Y de alguna manera... nunca me fui.

El apagón duró casi cuatro días, pero al pasar cada segundo de esos cuatro días juntos, y los días después de eso, me di cuenta de que nunca quería dejar a mi ingeniero. Fue en algún momento, entonces, que ambos eliminamos nuestras cuentas de Tinder. Dentro de un mes y medio me mudé oficialmente y ya no era su casa sino la nuestra.

Poco más de un año y un compromiso de matrimonio posterior, podemos clasificar esto como una “historia de éxito en Tinder”.

Cuando pienso en lo diferente que sería mi vida si no fuera por una aplicación de citas arbitraria, me siento en conflicto. Estas aplicaciones cierran la brecha entre lo imposible y lo posible, conectando a personas que de otra manera nunca se conocerían. (Incluso si el ingeniero y yo hubiéramos cruzado caminos en la interacción social de la vida real, como en un bar, él admite que es poco probable que me hubiera hablado).

Las oportunidades perdidas de las conexiones de la vida real se sienten como un tipo de tragedia romántica moderna. Si bien podemos sentirnos nostálgicos acerca de las viejas formas, no habría encontrado a mi persona sin la nueva forma.

La autora está en Twitter e Instagram @tsiganichka.

L.A. Affairs narra la búsqueda de amor en y alrededor de Los Ángeles. Si tiene comentarios o una historia real que contar, envíenos un correo electrónico a LAAffairs@latimes.com.

Si quiere leer este artículo en inglés, haga clic aquí.

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