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Los secretos de la ‘despiadada’ epidemia de sobredosis por drogas que vive EEUU

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Los estadounidenses han interpretado abuso de drogas como opciones. Malas opciones que pueden costarle la vida a sus usuarios, sin duda, pero opciones al fin.

Pero, ¿qué pasa si las drogas son como depredadores en la cima de un ecosistema nacional de posibles presas? ¿O como un virus cambiante de forma y en busca de sujetos indefensos para infectar? Si los expertos en salud pública pudieran detectar un patrón reconocible, tal vez podrían hallar formas de inmunizar a los no infectados, o proteger a los más vulnerables de esos depredadores.

En una guerra contra las drogas que ha dado pocas victorias y generado muchas consecuencias involuntarias, estas son ideas radicales. Pero un nuevo estudio completo de las muertes por sobredosis tiene como objetivo proporcionar a los investigadores los datos necesarios para discernir patrones previamente no reconocidos en la creciente epidemia de abuso y, tal vez, para diseñar políticas que realmente funcionen.

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La nueva investigación deja en claro que durante casi cuatro décadas, el costo colectivo de las drogas en los estadounidenses ha seguido una trayectoria ascendente que se parece menos a un aumento constante y más a una reacción en cadena similar a la generada por una explosión nuclear.

Las drogas que cobran este precio han cambiado: la metanfetamina, la cocaína, los narcóticos recetados y la heroína han dominado los campos de la matanza por el consumo de drogas en el país, en un momento y lugar determinados.

Sin embargo, al unir esas líneas de tendencia dispares, la curva que representa las sobredosis mortales crece marcadamente entre 1979 y 2016. El número de fallecimientos por drogas se ha duplicado cada ocho años, según el informe publicado en la revista Science, el 20 de septiembre.

“Inexorable”, remarcó el Dr. Donald Burke, autor principal del estudio acerca de la tendencia. Y atemorizante, también, ya que parece que las muertes por sobredosis de drogas continuarán sin cesar.

Que un patrón único y regular de crecimiento exponencial surja del recuento de fallecidos combinados por tantas sustancias distintas fue un “momento clave”, indicó Burke, quien estudia problemas mundiales de salud pública en la Universidad de Pittsburgh. “Fue una sorpresa”, destacó. Pero la idea también reforzó su vieja sospecha “de que hay otros patrones que a veces no podemos ver cuando estamos demasiado cerca”.

El abuso de opiáceos cobró 49,068 vidas estadounidenses en 2017, y la crisis en expansión ha galvanizado al país. Pero el nuevo análisis deja en claro que los analgésicos recetados, la heroína y el fentanilo sintético (que mataron a más de 29,000 estadounidenses en 2017) representan solo el último capítulo en una historia de muertes relacionadas con las drogas que se remonta a décadas atrás.

Si se suman los decesos por la cocaína, la metanfetamina y un número creciente de otras drogas, la cifra de fallecimientos por sobredosis en 2017 llegó a 72,306. Eso es más que el número de vidas estadounidenses perdidas por cáncer de mama y cáncer de próstata combinados.

Con más resolución que nunca, la nueva investigación narra el flagelo de las muertes relacionadas con las drogas que se ha propagado en todo el país, arrasando comunidades nuevas cada año y algunas veces desapareciendo de forma misteriosa, solo para arreciar en otra parte y de forma diferente.

Entre 1999 y 2003, por ejemplo, apareció un pico temprano de muertes por cocaína en los condados del norte de México que rodean a Albuquerque. Entre 2004 y 2007, números similares de tasas de mortalidad relacionadas con esa droga se habían replicado en Florida y Carolina del Norte. Y entre 2012 y 2016, Ohio, Pennsylvania, Virginia Occidental, Massachusetts y Rhode Island se habían convertido en puntos clave de sobredosis de la sustancia.

Los mapas de uso muestran que, de 1999 a 2016, las sobredosis de cocaína causaron el mayor número de víctimas en los hombres negros entre las edades de 30 y 60 años, y comenzaron a aumentar de nuevo en una población un poco mayor de hombres afroamericanos, en 2016.

Las tasas inusualmente altas de decesos atribuidas a la metanfetamina aparecen primero entre 2004 y 2007, en Nuevo México, esta vez en los condados al suroeste de Albuquerque, así como en Nevada y el norte de California. Entre 2012 y 2016, estallaron focos de muerte por metanfetamina en el sur de California, el oeste de Arizona, Oklahoma y partes de Montana, Dakota del Norte, Dakota del Sur y Kentucky. Estos fallecimientos tendieron a concentrarse entre hombres blancos y de zonas rurales, en sus 30, 40 y 50 años.

El nacimiento de la epidemia de opiáceos recetados es evidente desde 1999 hasta 2003, nuevamente dispersos en todo Nuevo México, pero concentrados en los condados que rodean Albuquerque.

Entre 2004 y 2007, los puntos clave se concentraban en Nevada y el norte de California, y en Oklahoma, West Virginia, Kentucky y Tennessee. De 2008 a 2011, prácticamente toda Nevada sufría una erupción desproporcionada de muertes por opiáceos, y las tasas de sobredosis habían estallado en el estado de Washington, los condados desérticos del sur de California, Florida, el sur de Ohio y Maine.

Las tasas de decesos por opiáceos recetados se han agrupado fuertemente entre los hombres blancos de más de 40 años. De todas las muertes por abuso de drogas, solo los opiáceos recetados -y más recientemente, la heroína y los opiáceos sintéticos, como el fentanilo- han afectado profundamente las vidas de las mujeres.

Las muertes más tempranas de opiáceos sintéticos, como el fentanilo, se observaron entre 2004 y 2007, casi en su totalidad en Virginia Occidental. De 2008 a 2011, aparecieron grupos en el este de Oklahoma y en el condado de Lassen, en California. Entre 2012 y 2016, focos estallaron en el norte de California, Maine y en el cinturón industrial (o Rust Belt) del medio oeste.

Entre los blancos, los opiáceos sintéticos en 2016 cobraron un mayor número de muertes entre los hombres en el mejor momento de sus vidas, es decir, entre los 25 y los 45 años. Pero entre los afroamericanos, las muertes por opioides sintéticos afectan profundamente a los varones de entre 50 y 60 años.

El estudio se basa en datos del Sistema Nacional de Estadísticas Vitales de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), que no exigió el reporte de detalles consistentes de las muertes relacionadas con las drogas. Como resultado, los forenses del condado o los médicos no siempre especificaron la sustancia o las drogas involucradas, o solo las mencionaron como un “opioide”. Para reflejar estos casos, el equipo de Burke enumera los decesos debidos a “drogas no especificadas” y “narcóticos no especificados” como categorías separadas.

Linda Richter, directora de investigación y análisis de políticas del Center on Addiction, explicó que los resultados del estudio son un claro testimonio de los fracasos de la respuesta de Estados Unidos al abuso de sustancias.

Los funcionarios de salud han estigmatizado la adicción, no financiaron debidamente los tratamientos y respondieron de manera fortuita al surgimiento de las crisis, como la epidemia del abuso de opiáceos. Eso ha impulsado el aumento implacable en las muertes por drogas documentadas por el estudio, y en las erupciones geográficas de las crisis relacionadas con las sustancias que revela, dijo.

“Para evitar nuevas epidemias de drogas, no podemos seguir centrándonos en un medicamento u otro, o esperar a responder hasta que las muertes por sobredosis alcancen niveles epidémicos”, consideró Richter, que no participó en el estudio. Algo tiene que cambiar, agregó, y esta nueva forma de ver los datos puede arrojar algo de luz sobre lo que debería ser diferente.

Burke y sus colegas citaron los factores de “tira y afloja”, que pueden generar el aumento y disminución de las muertes por sobredosis de ciertas drogas. Los expertos creen, por ejemplo, que el desarrollo de formulaciones de analgésicos recetados resistentes al abuso, junto con los precios bajos de las drogas callejeras, llevaron a muchas personas adictas a abandonar los medicamentos recetados por la heroína. Mientras tanto, las “fuerzas de atracción” sociológicas y psicológicas pueden acelerar la demanda, como la desesperación, la pérdida de propósito y la disolución de las comunidades”, escribieron los autores.

Lo que claramente surge de los datos es que algo profundo ha sucedido en Estados Unidos desde la década de 1980 para hacer que sus ciudadanos estén más inclinados a la automedicación y sus peligros.

“Hay un tesoro de información allí”, aseguró el Dr. Steven H. Woolf, médico y experto en salud pública de la Universidad de Virginia Commonwealth, que no participó en el nuevo estudio. Los investigadores podrán utilizar estos datos para explorar los efectos, intencionales o no, de las políticas de tráfico de drogas y decidir en qué parte del país concentrar los recursos, remarcó.

“Esos detalles son muy valiosos”, expuso. “Pero no deberíamos perdernos el bosque enfocándonos solo en los árboles. La pregunta más importante es, ¿por qué los estadounidenses han muerto a mayores tasas de sobredosis por drogas desde la década de 1980?

En su propia investigación, Woolf documentó un patrón de disminución de la esperanza de vida de EE.UU. y lo vinculó con lo que se ha llamado “muertes por desesperación”, una poderosa confluencia de tasas crecientes de suicidios, sobredosis de drogas y fallecimientos relacionados con el abuso del alcohol. Esas tendencias “apuntan al problema más grande de los estadounidenses, que reaccionan ante algún tipo de estresor y una sensación de desesperación en sus vidas. No podremos controlar las sobredosis de drogas a menos que identifiquemos las causas que impulsan el comportamiento”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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