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Tras informe de Mueller, el Congreso debe exigir respuestas a las dudas pendientes

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La investigación del fiscal especial, Robert S. Mueller III, sobre el presidente Trump ha terminado. Pero las investigaciones del Congreso sobre la conducta del presidente continuarán, y deberían hacerlo.

Trump y sus aliados quieren convertir la conclusión de Mueller, sobre que el presidente no se alió con Rusia durante su campaña de 2016, en un expediente limpio para ‘salir airoso de la cárcel’. “EXONERACIÓN completa y total”, tuiteó Trump en mayúsculas como un grito en su versión electrónica.

Pero gritar no lo convierte en una realidad.

La labor de Mueller era investigar “vínculos [o] coordinación” entre el gobierno ruso y la campaña de Trump. No encontró nada que mereciera ser procesado. Esa es la exoneración, y es significativa; significa que Trump, casi por seguro, completará su mandato presidencial sin enfrentar un juicio político.

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Pero el fiscal especial dijo explícitamente que no podía “exonerar” a Trump por cargos de obstrucción de la justicia; eso lo sabemos, incluso por el breve resumen selectivo que el fiscal general, William Barr, nos ha dado. Barr decidió exonerar a su jefe por ese cargo, pero Mueller no lo hizo.

Más importante aún, son las preguntas sobre las acciones del presidente fuera de los dos temas en los que se centró Mueller. Es por eso que el Congreso debe seguir investigando, sin importar cuán enojado esté Trump.

Con diferente intensidad, pero los miembros de ambos partidos en la Cámara de Representantes y el Senado ya están presionando por la publicación del informe completo de Mueller y la evidencia subyacente. Todo lo que se tiene ahora es el resumen de cuatro páginas del fiscal general de Trump.

Más allá de eso, aquí hay tres temas que el Congreso debería seguir investigando:

Primero, la interferencia de Rusia en nuestras elecciones. Mueller descubrió que la intromisión de Rusia era real, aunque Trump rechazó esa conclusión, cuando ésta proviene de las agencias de inteligencia de EE.UU.

El presidente parece resentir ese hallazgo porque impugna la legitimidad de su elección. Sin embargo, sus sentimientos son mucho menos importantes que la necesidad de evitar otra intromisión rusa en 2020.

Afortunadamente, hay apoyo bipartidista para trabajar en este tema, tanto en el Senado liderado por los republicanos como en la Cámara liderada por los demócratas.

En segundo lugar, el historial de las relaciones comerciales de Trump con Rusia y sus conexiones actuales, si las hubiera. Mueller estudió ese tema, pero el resumen presentado por Barr no dice nada.

Hay un largo historial de Trump, junto a sus asesores, de haber intentado cerrar negocios inmobiliarios en Moscú y luego lo negaron. “No tengo acuerdos que se hayan negociado en Rusia, porque nos hemos mantenido alejados”, dijo Trump en 2017. “Creo que eso sería un conflicto”.

Pero después de que su ex abogado, Michael Cohen, testificó sobre las negociaciones de Trump durante la campaña para construir un rascacielos en Moscú, el presidente cambió su historia y admitió que había buscado un acuerdo. “No habría nada de malo si lo hubiera hecho”, dijo.

El presidente demócrata del Comité de Inteligencia de la Cámara, el representante, Adam B. Schiff de Burbank, argumenta que el proyecto creó un conflicto de interés. “Necesitamos determinar si el presidente y cualquiera de los que le rodean están comprometidos con una potencia extranjera”, dijo Schiff, antes de que se concluyera el informe Mueller.

Esa es una pregunta explosiva. Sin embargo, en vista de las respuestas inconsistentes de Trump, debe aclararse.

En tercer lugar, las empresas privadas de Trump, deberían deslindarse de su cargo actual. Los críticos han acusado que los gobiernos extranjeros y las corporaciones estadounidenses están ganando favores de la Casa Blanca al hacer negocios con el hotel del presidente en Washington. La acusación puede ser injusta, pero si Trump quiere operar un negocio adicional, debería estar sujeto a supervisión.

La respuesta de los líderes republicanos en el Congreso, como era de esperar, es que los hallazgos de Mueller significan que la mayoría de estas preguntas ya no vale la pena analizarlas. Es hora, dicen, de “seguir adelante”.

Pero Trump no parece estar listo para seguir adelante, quiere debatir la investigación e indagar a los investigadores.

“Hay mucha gente por ahí que ha hecho algunas cosas muy, muy malvadas”, dijo el pasado lunes. “Esas personas serán investigadas”.

Podemos frotarnos las manos por una cultura política que parece adicta al escándalo. En cada periodo presidencial, ambas partes son víctimas de la fantasía de Watergate, la noción de que una investigación implacable puede derribar a un presidente. (Eso le sucedió claramente a algunos demócratas mientras esperaban el informe de Mueller).

Y las investigaciones del Congreso inevitablemente estarán impregnadas de política, ya sea que estén dirigidas por demócratas en la Cámara de Representantes o en el Senado.

Pero el Congreso es el único cuerpo que tenemos que está facultado para vigilar al presidente. Investigar a Trump es su deber, al igual que los congresos anteriores buscaron la supervisión de Barack Obama y George W. Bush. La pregunta es, si las investigaciones son razonables o abusivas.

Así que, a medida que los demócratas de la Cámara de Representantes continúan con su larga lista de investigaciones, podrían aprender una lección sobre la crisis en que cayeron tras las conclusiones de Mueller.

Proyecte realizar investigaciones metódicas sin avivar las expectativas: más trabajo del personal, menos audiencias llamativas, regrese a la elocuencia, desentierre la evidencia y deje que hable por sí misma, pero no se detenga. Así es como debería funcionar el sistema.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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