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Tras ataque en Sri Lanka sobrevivientes piden el regreso de un líder fuerte

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La familia estaba aturdida, afligida y enojada. Acababan de enterrar a tres de sus miembros, una pareja de ancianos y su nieto de 11 años, quienes fueron asesinados en su iglesia en la mañana de Pascua, y criticaron al gobierno por no haber evitado el ataque.

“Ellos destruyeron nuestra seguridad”, dijo Ranjiv Silva, de 45 años, el padre del niño, con voz temblorosa. “Nunca podremos perdonarlo”.

En su angustia, Silva y los miembros de su familia expresaron un sentimiento escuchado a menudo esta semana en los patios empapados por la lluvia y en los cementerios recién excavados de esta ciudad en gran parte católica, el lugar más mortífero de los ocho atentados de Sri Lanka el domingo pasado: era mejor cuando el ex presidente Mahinda Rajapaksa estaba a cargo.

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El controvertido ex hombre fuerte, derrocado en las urnas en 2015 después de una década en el poder, está siendo reevaluado mientras el gobierno de Sri Lanka se esfuerza por explicar cómo no pudo evitar el ataque terrorista más letal en la historia reciente de la isla.

Las autoridades elevaron el pasado miércoles el número de muertos por el ataque a 359, lo que lo convierte en el ataque más letal jamás reclamado por el Estado Islámico. Un funcionario de la defensa también dijo que había nueve terroristas suicidas, no siete, como se creía inicialmente, y que la mayoría eran bien educados, algunos con maestrías, y provenían de familias de clase media o media alta.

“Eso es muy preocupante”, dijo el ministro de Defensa, Ruwan Wijewardena, en una conferencia de prensa, agregando que uno había estudiado en Gran Bretaña y Australia antes de volver a instalarse en Sri Lanka.

Sus perfiles coincidieron con los asaltantes de un relativo buen estatus social y económico que mataron a 23 rehenes en un exclusivo café en la capital de Bangladesh, Dhaka, en 2016, otro ataque en el que el Estado Islámico mostró el alcance de la ideología del grupo extremista.

Wijewardena dijo que los investigadores habían determinado que los atacantes formaban parte de una rama del Thowheeth Jamaath Nacional, el oscuro grupo militante nacional que el gobierno había identificado como responsable el pasado lunes.

Se creía que el líder del grupo, Mohammed Zahran, era uno de los siete hombres que aparecieron en un video publicado por el Estado Islámico, prometiendo lealtad a su líder, Abu Bakr Baghdadi. Los siete hombres eran terroristas suicidas, dijo el grupo.

Hablando en el Parlamento esta semana, Rajapaksa dijo que “el gobierno debe renunciar” por las fallas de seguridad.

Rajapaksa fue derrotado en las urnas en 2015 por una coalición liderada por el presidente Maithripala Sirisena, su ex ministro de salud. Pero el incómodo gobierno casi se ha derrumbado a causa de las luchas internas y ahora enfrenta informes de que los funcionarios recibieron advertencias de inteligencia de un complot terrorista contra las iglesias dos semanas antes de los atentados, pero no actuaron.

Sirisena ha dicho que no estaba al tanto de la inteligencia. El pasado miércoles pidió al alto oficial de policía y al secretario de Defensa que renunciaran.

El ex jefe del ejército de Rajapaksa, Sarath Fonseka, quien dirigió las fuerzas del gobierno en la fase final de la guerra civil de casi tres décadas con los separatistas étnicos tamiles, criticó al gobierno por su respuesta a los ataques.

“Se rescató un país que sufrió durante 32 años, pero ahora hemos presenciado la carnicería más grande en nuestro país que ni siquiera sufrimos cuando tuvimos una guerra”, dijo Fonseka a los legisladores el pasado miércoles.

En la década en que su familia controlaba esta nación insular, Rajapaksa amasó el poder, fue acusado de graves violaciones de derechos humanos, acumuló grandes deudas con China y presidió el surgimiento de grupos mayoritarios radicales budistas que acosaban y atacaban a menudo a cristianos y otras minorías.

En 2013, usó un discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas para atacar a los países occidentales y grupos de defensa que, según dijo, estaban entrometiéndose en su pequeña nación de 21 millones de personas “con el pretexto de [proteger] los derechos humanos”.

Pero lo que muchos de los habitantes de Sri Lanka recuerdan ahora es que terminó de manera decisiva una larga guerra civil que diezmó la economía y causó decenas de miles de muertes.

Muchos cristianos describen las tácticas despiadadas de Rajapaksa para aplastar a la insurgencia tamil, que fue pionera en el uso de chalecos suicidas, como el tipo de enfoque de que se necesita después del ataque terrorista más letal de Sri Lanka.

“Bajo Mahinda Rajapaksa, tal vez todo no fue bueno, pero la seguridad era buena”, dijo Silva. “Él tenía a los [rebeldes tamiles] bajo control. Este gobierno actual ni siquiera pudo controlar este pequeño grupo. Han dado cabida a que entren a jugar los terroristas”.

Silva, de 45 años, se quedó fuera de su casa la tarde siguiente a las sepulturas, con vendas enyesadas sobre el cuero cabelludo y el brazo. La lluvia cayó sobre el techo de metal de su porche, ahogando sus sollozos.

Él, su esposa y su hijo menor resultaron heridos cuando el terrorista detonó su chaleco en el pasillo de la iglesia de San Sebastián en Negombo, un antiguo pueblo de pescadores que es una isla del catolicismo romano en un país abrumadoramente budista.

Sentados unas filas detrás de ellos, más cerca de la explosión, el hijo de Silva, Enosh, de 11 años, y sus suegros, Calistus Fernando, de 73 años, y su esposa, Manel, de 69 años, fueron asesinados al instante.

“Todo este pueblo se ha convertido en una funeraria”, dijo Marius Bertus, socio de Silva de 59 años en una firma de arquitectura.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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