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Sólo le piden a Dios que deje de llover. El albergue para migrantes en Tijuana quedó anegado

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Elian Levi no creía que las cosas pudieran empeorar mucho más.

Desde hace dos semanas, el salvadoreño de 39 años vive en Tijuana con más de 6,000 migrantes más en un estadio deportivo cerca de la frontera con Estados Unidos. La comida ha sido escasa, el olor de las aguas residuales ineludible.

Pero entonces, antes de que saliera el sol el jueves 29 de noviembre por la mañana, Leví oyó el sonido de la lluvia que caía sobre el plástico que había colocado para refugiarse, y se dio cuenta de que una situación difícil estaba a punto de convertirse en una situación miserable.

Un importante sistema de tormentas se había trasladado a Tijuana, trayendo lluvias torrenciales de hasta una pulgada por hora, según meteorólogos locales.

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Fue una noticia desastrosa para los miembros de la caravana de migrantes que han acampado en el estadio durante las últimas semanas, la mayoría de ellos durmiendo directamente sobre la tierra. La lluvia empapó las mantas, llenó las tiendas de campaña y creó enormes charcos que sólo se pueden atravesar con puentes improvisados.

El campamento cuenta ahora con 3,936 hombres, 1,147 mujeres y 1,068 niños, según las autoridades mexicanas.

Unos pocos afortunados encontraron un terreno más alto, incluyendo una familia que había hecho su hogar en uno de los cuartos de entrenamiento del equipo de béisbol llamado Little Padres Field.

Levi dejó el estadio y buscó una acera de hormigón en una calle vecina, donde al menos sabía que el suelo no se convertiría en barro.

“Es imposible”, dijo, transportando una bolsa de basura de plástico con sus posesiones empapadas en la espalda. “¿Qué vamos a hacer?”

“Me siento como un perro callejero”, dijo, parpadeando con lágrimas en los ojos. “Mojado y frío y sin un lugar a donde ir”.

Muchos migrantes dijeron que temen que se avecina una crisis de salud.

Las noches en Tijuana han sido frías, y muchas personas han desarrollado infecciones respiratorias.

Se escuchó la tos de los niños procedentes de un pequeño refugio con una lona para el techo y varias mantas mojadas para las paredes.

La mujer que se estaba quedando allí pidió no ser nombrada porque dijo que su familia está huyendo de la violencia de las pandillas en Honduras y teme por su seguridad. Ella, su marido y sus tres hijos están resfriados.

“Estamos empapados”, dijo. “Estamos muy preocupados por nuestra situación”.

“Los adultos pueden manejar las cosas difíciles, pero no los niños”, dijo. “Son los que más sufren.”

Ella y su esposo habían comprado paletas de madera en una tienda cercana y planeaban usarlas como colchones el jueves por la noche. No estarían muy cómodos, pero protegerían a los niños del agua que se acumula en el suelo a pesar de los constantes esfuerzos de su madre por barrerla.

Tijuana no tiene planes de trasladar a los migrantes, según un comunicado de la alcaldía de Juan Manuel Gastelum.

Fue una noticia decepcionante para Lorenzo García, de 38 años, de la ciudad hondureña de San Pedro Sula, que colgaba ropa mojada de un palo bajo una lona el jueves por la tarde.

Sus botas de cuero estaban empapadas, al igual que su delgada camiseta. Él y un amigo planeaban dormir sentados el jueves por la noche, porque no tenían espacio debajo de la lona para acostarse sin mojarse más.

Cerca, alguien bajo una lona tocaba una canción de Madonna, y una joven pareja hablababa con un teléfono celular.

García no podía sentirse optimista. Todo lo que podía hacer era soñar con un taza de sopa caliente, dijo, “y rezar a Dios para que deje de llover”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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