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Rusia intentó por décadas sembrar discordia en los EE.UU.; lo logró con las redes sociales

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Rusia ha troleado a los Estados Unidos por décadas.

Financió a los autores estadounidenses que afirmaban que Lee Harvey Oswald asesinó al presidente Kennedy comandado por el FBI y la CIA; plantó artículos argumentando que Martin Luther King Jr. no era lo suficientemente radical e hizo correr una teoría de conspiración de que los Estados Unidos fabricaron el virus del SIDA.

Ninguna de estas campañas de desinformación logró socavar la estabilidad estadounidense, en parte porque los soviéticos no tenían acceso a lo que podría ser el arma más poderosa del mundo para fomentar el miedo, la indignación y la información no verificada: las redes sociales.

Las acusaciones de la semana pasada, efectuadas por el fiscal especial Robert S. Mueller III contra 13 rusos y tres compañías rusas acusadas de interferir en las elecciones presidenciales de 2016, dejaron al descubierto la forma en que las plataformas tecnológicas más grandes de los Estados Unidos alteraron el juego de espionaje y la guerra política.

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Los agentes rusos no podrían haber pedido mejores herramientas que Facebook y Twitter para provocar conflictos y profundizar las divisiones dentro de los estadounidenses, sostienen los expertos. Nunca antes habían podido avivar la propaganda con tanta facilidad y velocidad, y atraer a las personas más vulnerables a la desinformación con tanta precisión.

“Están usando el mismo manual de juego, solo que con un medio nuevo”, expuso Clint Watts, un exagente del FBI y miembro principal del Center for Cyber and Homeland Security, de la Universidad George Washington. “Las redes sociales es donde esto se hace ahora. No era posible hacerlo durante la Guerra Fría”.

En la raíz de la estrategia están los algoritmos que las redes sociales emplean para fomentar un mayor compromiso: los comentarios, los ‘me gusta’ y las acciones que generan ingresos por publicidad para sus creadores.

El problema, según los investigadores, es que los humanos normalmente gravitamos hacia cosas que nos hacen enojar en línea. La indignación genera más estímulos en nuestros cerebros, lo que aumenta las probabilidades de que respondamos a las noticias y publicaciones que nos encolerizan. Los algoritmos lo saben y, en consecuencia, publican dicho contenido.

“Las plataformas en línea han cambiado profundamente los incentivos del intercambio de información”, escribió el psicólogo de Yale M. J. Crockett en un documento para Nature Human Behavior. “Debido a que compiten por nuestra atención para generar ingresos publicitarios, sus algoritmos promueven el contenido que es más probable que se comparta, independientemente de si beneficia a quienes lo extienden, o incluso de si es cierto”.

Dado que las plataformas insisten en que no son compañías de medios, no tienen la obligación legal de verificar lo que se publica en ellas. Eso permite que las falsedades se propaguen más rápido, en parte, porque la mayoría de la gente no lee los enlaces que comparten, según un estudio realizado en 2016 por investigadores de la Universidad de Columbia y el Instituto Nacional Francés.

Las compañías de medios sociales argumentan que ayudan a unir a las personas. Sin embargo, los informes sugieren que el anonimato y las cuentas falsas están teniendo un efecto corrosivo en el discurso. Las personas que nunca se atreverían a gritar a alguien en público pueden hacerlo libremente refugiados en la seguridad de sus pantallas. Y el acceso a la información en tiempo real -señalados mediante los “temas de tendencia” (trending topics) o amplificados con un hashtag- asegura que nunca faltarán cuestiones por las que gritar.

El resultado es un ciclo de retroalimentación en el que los algoritmos de las redes sociales premian las voces más fuertes y enojadas, a menudo sobre algunos de los temas más delicados del país, ya sea el control de armas, el aborto o la raza. El debate razonado se complica aún más porque los usuarios a menudo están divididos en grupos de personas con ideas afines. “Esto acalora aún más un tema o debate”, expuso Karen North, una experta en redes sociales que enseña en la Escuela Annenberg de Comunicación y Periodismo de la USC. “Y no hay ningún incentivo para comprometerse”.

Los matices, por otro lado, rara vez son recompensados. Una de las ideas de Facebook para expandir el alcance de las emociones humanas incluyó agregar emojis, como un corazón y una cara frunciendo el ceño, al lado del obligatorio botón “me gusta”. Para Twitter, significó duplicar el límite de cualquier tuit a 280 caracteres.

Ello hubiera sido correcto para los usuarios de internet en los primeros días de las redes sociales, hace más de una década, cuando las compañías tecnológicas tenían más excusas para operar bajo la suposición ingenua de que las personas se comportarían en línea de la misma manera que en el mundo real, explicó Jonathon Morgan, director ejecutivo de New Knowledge, una compañía que rastrea la desinformación en línea. “Las redes sociales se construyeron en torno a un compromiso muy rápido, casi como un contacto social de baja fidelidad”, aseveró. “Lo que ha cambiado a lo largo de los años es que la mayoría de la gente ahora obtiene su información de estas plataformas, que fueron diseñadas para una interacción frívola. Hay una desconexión cuando las personas buscan sustancia donde no existe”.

Fue en este entorno que los agentes rusos supuestamente desplegaron sus tareas, según la acusación presentada el viernes pasado. Según alegan los investigadores, establecieron cientos de cuentas en Facebook, Instagram y Twitter, haciéndose pasar por estadounidenses políticamente activos.

También trabajaron a ambos lados del espectro político en un esfuerzo por aumentar las asperezas, y lanzaron grupos de Facebook para atrapar a más partidarios involuntarios, según la acusación judicial. El activismo incluso se desbordó al mundo real después de que los agentes organizaran marchas opuestas en Nueva York, a favor y en contra del entonces presidente electo Trump, estiman las autoridades.

“Han estado haciendo esto con su propia población desde la década de 1990”, alertó Watts, el exagente del FBI.

No fue hasta la Primavera Árabe, destacó el experto, que Rusia ganó un mayor aprecio por el poder de las redes sociales. Si estas herramientas habían ayudado a los activistas a coordinar una revuelta, no sería difícil imaginar lo que podrían hacer en manos del estado, dijo.

Las plataformas, lentas en reconocer públicamente la intromisión, desde entonces han cooperado con las autoridades y contactado a los usuarios que se vincularon con los trols rusos. También prometieron divulgar a los patrocinadores de anuncios políticos, para evitar que se repita la campaña rusa. Twitter ha eliminado miles de bots automatizados.

Sin embargo, los expertos esperan que Facebook y Twitter sigan siendo blancos de operativos rusos mientras Washington se abstenga de tomar medidas punitivas contra Moscú por su interferencia. “Realmente no hay razón para que Rusia deje de intentar influir en los resultados electorales a través del uso de las redes sociales”, consideró Kimberly Marten, profesora de ciencias políticas en Barnard College, de la Universidad de Columbia. “No hay una respuesta significativa a lo que Rusia está tratando de hacer, más allá de intentar castigar a los perpetradores”.

Si la desinformación continúa inundando las redes sociales y las compañías de tecnología no logran mejorar sus procesos de moderación, el único remedio podría ser la alfabetización mediática, afirmó la docente. “La única forma en que podemos abordar el problema de manera efectiva en general es mejorando nuestros propios sistemas educativos de primaria y preparatoria, para que la mayor cantidad posible de personas sean lectores críticos y pensadores, capaces de detectar cualquier noticia falsa que lean en las redes sociales”, expresó Marten.

Hasta el momento, parece que las campañas de influencia rusa no faltan. Por ejemplo, han trabajado sobre cuestiones divisivas, como el clamor a principios de este año para publicar un memorando polémico del presidente de Inteligencia de la Cámara de Representantes, Devin Nunes, según la Alliance for Securing Democracy, un proyecto del grupo de expertos no partidista German Marshall Fund. Más recientemente, las cuentas rusas perpetuaron la teoría de la conspiración de que un sobreviviente del tiroteo en la escuela de Florida es un actor pagado.

En una señal de que las plataformas tecnológicas siguen estando mal equipadas para lidiar con la embestida, un video de YouTube que impulsa esa teoría de conspiración fue el clip más visto en la plataforma, en un momento dado de este miércoles.

Para Morgan, de New Knowledge, la campaña de interferencia de Rusia inspirará a otros a explotar las redes sociales mientras estas sigan siendo vulnerables. “La solución disponible a corto plazo es detener un comportamiento particular”, consideró. “Pero interrumpirlo de manera general requerirá años de rediseño de las plataformas. Para entonces, los adversarios estarán un paso adelante. Han creado un problema, y probablemente tengamos que aceptar que las cosas nunca volverán a ser iguales”.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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