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¿Por qué los republicanos aún respaldan a Trump? La respuesta es simple: actitud y gratitud

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¿Por qué los republicanos siguen respaldando a Donald Trump?

Es una pregunta que me hacen una y otra vez los demócratas, los “anti-Trump” y los periodistas. Pero la respuesta es simple: actitud y gratitud.

Durante años, los votantes republicanos querían que alguien -cualquiera- llegara e hiciera dos cosas: enfrente a los Clinton, y contraataque la alianza del partido Demócrata con los medios de comunicación, que embiste contra todos los republicanos lo suficientemente valientes como para sacar la cabeza de la madriguera.

Quienes asistieron a un evento de recaudación de fondos o reunión popular del partido republicano (GOP) entre 2000 y 2016 -y yo asistí a cientos de ellos-, escucharon este sentir una y otra vez. Y otra, y otra más.

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Para los republicanos, parecía que esos horribles Clinton jugaban con reglas diferentes a las del resto de nosotros, y además, siempre lucían tan engreídos al respecto. Muchos habían intentado oponerse a ellos, pero fracasaron. El primer Bush y Bob Dole, hombres decentes y dedicados servidores públicos, fueron arrollados por los Clinton en los años 1990.

Está bien, se que tuvimos a George W. Bush luego de que Clinton terminara su mandato, y Obama logró derribar a Hillary en 2008. Pero ella aún así fue secretaria de Estado mientras Bill viajaba por el mundo, acumulando honorarios de oratoria y tributos de fundaciones que avergonzarían al propio Creso. Malditos sean esos Clinton.

Sólo por hacer mención, el presidente se ha ganado la gratitud eterna de prácticamente todos los republicanos. El resto apenas importa. ¿La autorización de seguridad de Jared? ¿Emergencia nacional? ¿Stormy Daniels? Por favor.

Al igual que un mariscal de campo de preparatoria que lleva a su equipo al campeonato estatal, Trump nunca tendrá la necesidad de pagar por una Diet Coke en la famosa taberna republicana y el camarero colgará el famoso informe de Robert Mueller en la parte posterior de un urinario.

Los republicanos esperaron mucho tiempo. Se enojaban cada vez más, mientras una sucesión de líderes honorables -pensemos en George W. Bush, John McCain, Mitt Romney- eran retratados por los medios de comunicación como estúpidos, débiles o criminales, mientras que Obama y los Clinton eran tratados casi con reverencia.

Los republicanos esperaron durante la presidencia de Obama, hirviendo de rabia mientras el país se tambaleaba dramáticamente hacia la izquierda y los sentimientos anticristianos florecían. Hervían mientras los valores cristianos tradicionales eran burlados y quedaban excluidos de las decisiones de políticas públicas. Si un panadero no quiere hacerte el pastel, déjalo en paz y busca a alguien más.

El resultado natural de esta ira contenida finalmente se desbordó en 2016.

Aquí es cuando llega Donald Trump, el único candidato republicano que entendió las demandas reales de los consumidores en el mercado republicano: ser lo suficientemente fuerte, lo suficientemente audaz, estar lo suficientemente loco y ser implacable como para vencer a los medios elitistas y a Hillary Clinton, que es más escurridiza y más mezquina que una pantera mojada.

¿Y en la política? Los votantes del partido republicano asumieron que, básicamente, él gobernaría como un conservador. Pero, ¿quién se atrevía a enfrentarse cabalmente y sin disculpas a todos los tormentos? ¿Quién tenía las agallas para, no sé, poner a todas las acusadoras de Bill Clinton en la primera fila durante un debate? Al menos Trump reconocía su estilo de vida de playboy, a diferencia del hipócrita de Clinton. ¿Vergonzoso y difícil de defender? Por supuesto. ¿Factor decisivo? De ninguna manera.

Y cuando logró la presidencia, Trump cumplió. Su campaña había enviado el mensaje que los republicanos querían escuchar: no soporto las tonterías de nadie. Todos en esta votación primaria mostrarán sumisión, dijo en efecto; yo les mostraré mi fuerza.

Trump no es un político, pero tan sólo en una primaria llena de gente se dio cuenta de cuánto había cambiado la política republicana. Darrell Hammond, el mejor actor que representó a Trump en “Saturday Night Live”, lo resumió mejor: el presidente es un “genio empático”.

Libre de culpas por el palabrerío que enreda a la mayoría de los políticos, Trump es un espejo perfecto cuando sube al escenario en sus actos políticos. Los asistentes se ven reflejados en él: ellos tampoco hablan ni piensan como un político. Y aunque sus vidas no les permiten atacar a quienes encuentran agravantes, pueden vivir indirectamente a través de un presidente que lo hace por ellos. Esto es especialmente cierto en el caso de la gente de las zonas rurales, que las elites de la costa consideraron como pueblerinos y rústicos durante mucho tiempo. ¡Claro que sí! Nos aferramos a nuestras armas y a la religión porque son una parte muy significativa de nuestra herencia.

¿Es Trump un representante perfecto de los republicanos rurales insultados, que van a la iglesia el domingo y se preocupan por las actitudes desenfadadas y liberales hacia la vida y el matrimonio para el futuro de su país? No, claro que no.

Pero las elecciones tienen que ver con elegir, y Trump obtendrá el mismo beneficio de la duda de parte de los evangélicos en 2020. Es un pecador, se dirán a sí mismos, pero al menos respeta a nuestros pastores, no se burla de nuestras creencias y lucha por los bebés que no pueden defenderse a sí mismos de Ralph Northam y Andrew Cuomo. No contratamos a un bárbaro para cantar como un soprano en el coro; lo contratamos para vencer a los salvajes.

La actitud de Trump en el cargo ha sido exactamente lo que anticipó durante su campaña. Y sus enemigos -esos medios que azotan a Trump día y noche-, tienen falta de confianza que limitan su alcance y su capacidad para abolir el apoyo principal de Trump: cuando casi el 60% de los estadounidenses piensan que los medios “no entienden a la gente como ellos”, según el Pew Research Center, ¿cómo se supone que los reporteros y comentaristas deben convencerlos de que el Trumpismo está destruyendo el país? Como cualquiera que sabe cómo funciona la mercadotecnia, Trump conoce a sus competidores mejor que ellos mismos.

En cuanto a la política, Trump básicamente ha gobernado como se espera que lo haga un presidente del partido republicano. Recortó los impuestos, dio marcha atrás con el régimen regulatorio de Obama y nombró a numerosos jueces jóvenes y conservadores para que se unan a dos fenomenales elecciones para el Tribunal Supremo. Y los sondeos muestran que los votantes del GOP apoyan a Trump para detener la inmigración ilegal más que al Congreso, que ahora lucha por explicar su oposición a la declaración del muro de Trump, en lugares como Carolina del Norte.

Pero no es la política la que impulsa el poder de permanencia de Trump. Después de todo, hacer cosas básicamente republicanas es lo que se supone que debe hacer. No, el ingrediente secreto es la liberación continua de una actitud que los republicanos anhelaron durante años.

El índice de aprobación de Trump entre los republicanos, de cerca del 90% en la última encuesta de NBC News / Wall Street Journal, es incuestionable. Él tiene el control total de su partido, y eso no cambiará. Así que, dejemos esa cuestión.

Trump no tiene asegurada la reelección, por supuesto. Cualquier informe certero de las elecciones de mitad de mandato de 2018 muestra los desafíos que enfrenta en áreas suburbanas (“para las madres que practican yoga y sus esposos”, como me dijo un encuestador en octubre pasado). Mueller, además, podría activar una bomba que no conocemos. Pero la actitud y la gratitud, junto con las ventajas naturales del mandato, nunca permitirán que se vaya al fondo.

Trump ganó, en parte, porque grandes franjas del país pensaban que Barack Obama nos había llevado demasiado hacia la izquierda. Los demócratas que avanzan hacia un socialismo pleno en 2020 podrían darle a Trump una plataforma para ganar de nuevo; ‘No soy perfecto, pero estas personas nos harán llevar un Libro Rojo, llenos de los tuits de Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) antes de que nos demos cuenta’.

Ajustemos el cinturón de seguridad; 2020 promete una carrera cerrada, y Trump tiene posibilidades de ganar.

Scott Jennings es un veterano asesor republicano, exasistente especial del presidente George W. Bush y comentarista político de CNN. Scott@RunSwitchPR.com y @ScottJenningsKY.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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