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¿Por qué las nuevas tácticas del ‘temor rojo’ de los republicanos suenan falsas?

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La Conferencia Anual de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés) -un índice de temores de extrema derecha- llegó a Washington la semana pasada y proclamó el nuevo mantra republicano en voz alta: si no reelegimos a Donald Trump, ¡llegará el neoestalinismo!

Un orador tras otro le dijo a los fieles reunidos lo que el presidente Trump había insinuado en su discurso del Estado de la Unión: los republicanos en 2020 planean competir contra los demócratas como si fueran Stalin, o Kim Jong. Larry Kudlow, un economista de la Casa Blanca y anterior a la era Trump, instó a los republicanos a “enjuiciar al socialismo”. Y la presidenta del Comité Nacional Republicano, Ronna McDaniel, abogó por una campaña educativa: “No podemos asegurar que el pueblo estadounidense comprende qué es el socialismo. Tendríamos que salir y educar a la gente, tendríamos que hablarles de Venezuela”.

Ahí es donde reside el problema de los republicanos: la Unión Soviética y su marca de comunismo -que prácticamente todos los estadounidenses conocían y repelían- desaparecieron hace mucho (reemplazadas en Rusia por el autoritarismo cleptocrático y en China por el capitalismo leninista). Además, los negocios estadounidenses (en particular, Wall Street) han sido amables con China durante los últimos 30 años, y la semana pasada, el presidente Trump incluso recomendó a su mejor amigo de Corea del Norte que haría bien en modelar su país al estilo de Vietnam, aún bajo estricto control comunista.

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No es de sorprender que el partido republicano dependiera de un manual que le funcionó bien en el pasado, especialmente cuando no necesita influir en la mayoría de los estadounidenses, sólo en un grupo lo suficientemente grande como para imponerse en un par de estados clave. Pero ahora es una estrategia mucho más arriesgada que en el pasado.

No es de extrañar que la concepción de los estadounidenses sobre el socialismo hayan cambiado desde que terminó la Guerra Fría. En septiembre de 2018, Gallup les preguntó por su “comprensión del término ‘socialismo’. Un tercio de ellos, el 33%, respondió que significaba una sociedad con el mismo estatus para todos, en la que los beneficios y los servicios son gratuitos para todos. Cuando Gallup le hizo la misma pregunta a los estadounidenses en septiembre de 1949, en el momento culminante de la Guerra Fría, solo el 14% dio esa respuesta, mientras que el 34% contestó que significaba la propiedad del gobierno de todos los negocios y el control de la sociedad. La mitad de ese total, 17%, dio esa respuesta en 2018 (otras respuestas obtuvieron mucho menos apoyo).

Es decir que la idea del socialismo de la gente ha cambiado en los últimos 70 años, pasando del borde del totalitarismo a una visión mucho más cercana a la democracia social europea. La desaparición del comunismo soviético contribuyó claramente a ese cambio, pero también lo hizo la transición durante esos mismos 70 años a un capitalismo más agresivo, que recompensó principalmente a los ricos.

Esto ayuda a explicar por qué un número récord de estadounidenses, y una mayoría de demócratas, ahora piensan positivamente en el socialismo y distinguen claramente al socialismo democrático de su desviación comunista. Una encuesta de YouGov a la generación de los millennials, realizada en 2017, encontró que el 44% de ellos preferiría vivir en una nación socialista, mientras que el 42% prefería a una capitalista y el 7% a una comunista (por desgracia).

Cuando el senador Bernie Sanders (I-Vermont) pronunció un discurso en la Universidad de Georgetown, en el otoño de 2015, que calificó como su propia definición de socialismo, citó como sus precedentes la creación de la Seguridad Social, de Franklin Roosevelt; la creación de Medicare, de Lyndon Johnson, y el compromiso de Martin Luther King con una sociedad igualitaria. Hizo hincapié en que su visión del socialismo estaba a años luz de una sociedad en la que el estado se hace cargo de todas las compañías privadas, en particular de las pequeñas y medianas empresas.

Por su parte, los republicanos esperan desesperadamente poder sustituir la Unión Soviética por Venezuela. Su problema es que Sanders, la representante Alexandria Ocasio-Cortez (D-N.Y.) y la gran mayoría de los socialistas estadounidenses existentes en la actualidad miran a Suecia, Noruega y Dinamarca -y no a Venezuela- como modelo. Como bien deberían: las democracias sociales escandinavas son las más altas en índices de movilidad social, bienestar general y felicidad.

Además, si bien, el partido comunista de Estados Unidos proporcionó a los republicanos de la era McCarthy un objetivo doméstico, aunque era escaso en tamaño y poder, no existe una organización equivalente en EE.UU hoy en día.

Eso no desanimará a los republicanos, por supuesto. Han etiquetado a todos los demócratas, desde Al Smith hasta Franklin Roosevelt, como socialistas, y también a cada reforma, desde el salario mínimo hasta los parques nacionales. La ausencia del comunismo soviético y su propio siglo alarmista deberían de ser un ejemplo de que el “temor rojo” sería más difícil de instaurar que en el pasado, aunque el surgimiento de socialistas democráticos reales sin duda estimularía a los republicanos.

La exactitud no los obstaculizará. De hecho, el Consejo de Asesores Económicos de Trump publicó un informe el año pasado atacando el socialismo de Sanders y de Alexandria Ocasio-Cortez (AOC), comparándolo con las políticas más asesinas de Stalin y Mao. Razón de más para que Bernie y AOC sigan siendo claros acerca de para qué están, y a qué se oponen.

Harold Meyerson es editor ejecutivo de American Prospect y colaborador de Opinión.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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