Anuncio

Para un padre, la batalla para destruir al Estado Islámico podría terminar con la muerte de sus propios hijos

Share

Bashirul Shikder deambulaba por su habitación de hotel color crema, con la cara tensa y conteniendo las lágrimas.

Había viajado miles de millas desde su casa, cerca de Miami, y pasó una semana frustrante en Irbil tratando de celebrar reuniones con diplomáticos, comandantes militares, miembros de milicias, activistas, trabajadores humanitarios, periodistas y cualquier otra persona que pudiera ayudarlo.

La habitación 202 del Classy Hotel era lo más cerca que Shikder, de 38 años, había estado de sus dos hijos desde marzo de 2015, cuando su esposa los tomó, salió de Florida y viajó a Siria para unirse a Estado Islámico.

Anuncio

En ese momento, el grupo extremista controlaba un extenso territorio que abarcaba un tercio de Siria e Irak. Desde entonces, el autodeclarado califato se redujo a unas pocas casas y tiendas de campaña en Baghouz, una aldea siria polvorienta, 200 millas al suroeste de Irbil.

Ahora, los milicianos kurdos y árabes respaldados por Estados Unidos se estaban acercando a Baghouz.

Y, en algún lugar alla afuera, estaban Yusuf, de ocho años, y su hermana, Zahra, de cuatro.

La vida en Florida parecía una bendición.

Shikder trabajaba en tecnología de la información. Su esposa, Rashida Abdul Hamid, era una madre ama de casa. Juntos iban a un lugar cerca del puente de pesca en North Miami Beach, desde donde podían ver las olas, y se habían convertido en clientes habituales de su restaurante árabe favorito.

Ambos eran ciudadanos estadounidenses oriundos de Bangladesh (la familia de ella se había mudado a Orlando cuando tenía un año de edad, y él llegó al país en 2007, después de estudiar en Canadá); los dos musulmanes devotos.

El 15 de marzo de 2015, Shikder abordó un avión para lo que pensaba que sería “el viaje de su vida”. Volaba a Arabia Saudita para concretar la umrah, una versión abreviada de la peregrinación a La Meca, que todos los musulmanes necesitan.

Una vez allí, le envió fotografías y videos a su esposa, junto con mensajes que le preguntaban sobre qué regalos podía llevar a la familia. Pero no hubo respuesta.

Después de nueve días llenos de preocupación, llamó a sus suegros, quienes le informaron que su esposa y sus hijos

habían salido en un vuelo a Estambul, Turquía, tres horas después de él. La hermana de su esposa, Aisha, se había ido con ellos. Desde Turquía, se dirigieron a la ciudad de Raqqah, entonces la capital de facto de Estado Islámico en Siria.

Shikder se contactó de inmediato con el FBI y regresó a Miami. “Era como si todo el cielo cayera sobre mí”, relató. “Hasta que Rashida hizo esto, ella era todo para mí. Compartía todo con ella”.

No tuvo noticias de su familia hasta casi un mes después, cuando apareció un número extraño en su teléfono celular. Un hombre con acento británico preguntó por él y le dijo que su esposa e hijos ahora estaban en “Dawlat al Islam”, Estado Islámico.

El hombre reprendió a Shikder por no unirse a ellos y amenazó con que si no lo hacía en un mes, se anularía su matrimonio y se llevarían a los niños.

Shikder quiso ganar tiempo. Le dijo que quería ir, pero que tenía que cuidar a su madre, que estaba enferma en casa.

Aproximadamente una semana después, su esposa lo contactó mediante la aplicación de mensajería Viber.

“Los dos llorábamos”, recordó Shikder. “Le dije: ‘Rashida, ¿qué te hice en esta vida para que me hagas esto?’”.

Ella se disculpó porque todo había sucedido tan rápido, narró.

Su atracción por Estado Islámico era algo que nunca entendería. Le rogó que regresara, pero ella dijo que le habían quitado el pasaporte.

Continuaron comunicándose durante los meses siguientes, pero Shikder nunca sintió que podía hablar libremente. Sabía que los miembros de Estado Islámico estaban cerca.

“Fue muy, muy difícil”, expuso. “A veces, cuando estábamos hablando, quería enojarme, como esposo y como padre de mis queridos hijos... Quería decirle que regresara, pero no pude decirlo”.

Pero después de casi un año y medio, los militantes ya no estaban convencidos de su sinceridad.

En junio de 2016, su esposa presentó el caso número 13020 en el tribunal de la sharia de Raqqah utilizando su nombre de guerra, Umm Yusuf al Amreekiyah, que significa “Madre de Yusuf, la mujer estadounidense”.

Quería la anulación de su matrimonio porque su esposo “vive en la tierra de los infieles y no quiere emigrar”, según un documento judicial que más tarde obtuvo Shikder.

El juez aprobó la anulación el 10 de junio de 2016.

Abdul Hamid se volvió a casar rápidamente y, en 2017, dio a luz a una hija, Safya.

Para entonces, Estado Islámico estaba perdiendo territorio constantemente. Finalmente, Abdul Hamid y sus tres hijos terminaron retirándose con los militantes al este de Siria.

Al menos eso es lo que le contó Aisha, la cuñada de Shikder, por mensajes en línea.

Luego, a principios de este año, envió otro mensaje: la madre de sus hijos había muerto, asesinada en un bombardeo o ataque aéreo que también había desfigurado a Yusuf y Zahra.

En las últimas semanas, miles de familias salieron de Baghouz para huir de la violencia. Emergieron del desierto como un espectro, demacrados y cubiertos de polvo; viajan a campos de confinamiento kurdos, a cientos de millas de distancia.

Muchos niños no sobreviven. Desde diciembre, según las Naciones Unidas, más de 50 menores de cinco años murieron en el camino o poco después de llegar a Hol, un campamento que alberga a más de 50.000 personas, y cientos más han sido hospitalizados por desnutrición grave y diarrea.

Shikder habló con el cónsul de Estados Unidos en Irbil y se contactó con la oficina del senador Marco Rubio, de Florida, para pedirle cruzar a Siria para buscar a sus hijos. “Dijeron que no es seguro, pero yo respondí que [Estado Islámico] ya está derrotado”, afirmó. “¿A qué se refieren con que no puedo buscar a mis propios hijos?”.

La semana pasada, Shikder pensó que su pesadilla finalmente había terminado; un grupo de ayuda afirmó que habían encontrado a Yusuf y Zahra. Él salió corriendo a los centros comerciales en Irbil para comprarles ropa de abrigo.

Pero pronto descubrió que había habido una confusión con los nombres.

Con Baghouz bajo ataque durante el fin de semana, Shikder logró contactar a alguien que estaba con los militantes y le dijeron que sus hijos estaban con ellos.

Envió mensajes suplicando la liberación de todos los niños restantes. Pero nunca le respondieron.

“Sólo miro la televisión y veo a todas estas personas, a todos estos niños; salen con su padre y su madre”, dijo. “Mis hijos no tienen a nadie”.

No había nada más que pudiera hacer en Irbil, concluyó. El domingo, voló de regreso a Miami.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

Anuncio