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Negar pasaportes, ¿un preludio de algo peor?

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En comunidades fronterizas, si eres descendiente de mexicanos y naciste entre 1950 y 1990, es posible que el Departamento de Estado de Trump no te reconozca como ciudadano estadounidense. Esto se debe a que, durante esos años, miles de ciudadanos estadounidenses nacieron con la asistencia de una partera, y ahora el Departamento de Estado los trata como ciudadanos de segunda clase al revocar o denegar solicitudes para sus pasaportes estadounidenses.

Conversa con los ancianos de tu comunidad y aprenderás que la ciudadanía estadounidense siempre es terreno disputado para mexicanos, mexicoamericanos, y chicanos.

Mis abuelos paternos nacieron en Los Ángeles a principios del siglo XX. Eran pobres, de familias de clase trabajadora, y mexicoamericanos, pero totalmente ciudadanos estadounidenses por nacimiento.

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Sin embargo, el gobierno los hizo sujetos de redadas en la década de 1930, junto con sus familias y cientos de miles de personas más y los deportó a México. Hoy en día, cuando la gente protesta en las calles gritando la consigna, “No cruzamos la frontera, la frontera nos cruzó”, afirma un relato real para muchos de nosotros que vivimos en las comunidades fronterizas.

El problema que surgió en Texas es que algunas parteras generaron actas de nacimiento fraudulentas para bebés nacidos en México. Pero este problema fue resuelto en una demanda colectiva liderada por la American Civil Liberties Union (ACLU), en el 2009.

Los gobiernos de Bush y Obama trataron de negar pasaportes por mayoreo, violando el debido proceso y la protección igualitaria de todos los nacidos con ayuda de parteras. El Departamento de Estado acordó implementar cambios de procedimientos para prevenir la discriminación de ciudadanos estadounidenses.

Al parecer, el Departamento de Estado bajo Trump ya no respeta el acuerdo y ha reanudado sus sospechas hacia todos los nacidos a través de la partería en comunidades fronterizas, especialmente hacia los de ascendencia mexicana. Ni siquiera aquellos que han decidido defender a Trump, y por extensión, las prácticas discriminatorias del estado están a salvo.

El 29 de agosto de 2018, el diario Washington Post publicó el perfil de un hombre que fue soldado y oficial de la Patrulla Fronteriza, y ahora trabaja como guardia de prisiones. Su currículum es impecable porque defiende valores tradicionalmente estadounidenses: es defensor del imperio, de la política intolerante, y de la criminalización de los pobres y de las personas de color. La única excepción es un defecto imperdonable para el aparato del estado: él es de ascendencia mexicana.

Apuntar a los mexicanos es común para la administración de Trump. Después de todo, su infame discurso para anunciar su campaña para la presidencia denigró a los migrantes mexicanos, sugiriendo que son narcotraficantes, propensos al crimen y violadores.

Una pregunta más profunda e insidiosa es sobre a quién se considera lo suficientemente bueno como para merecer el estatus de ciudadanía estadounidense.

Quizás la respuesta está en aceptar a los Estados Unidos como un proyecto de supremacía blanca. Considera la Ley de Naturalización de 1795, que reservaba la ciudadanía naturalizada a “personas blancas libres”, estableciendo un modelo racista para pertenecer a este país.

Si se aplicara hoy, la fórmula excluiría automáticamente a los millones que viven en las comunidades fronterizas, muchos de los cuales descienden de familias originarias de las mismas tierras antes de que existiera una frontera. Una vez más, vale la pena recordar la consigna popular: “No cruzamos la frontera, la frontera nos cruzó”.

Las mismas tendencias extremistas han intentado privar de sus derechos a los votantes de ascendencia africana para diluir su poder político, han desplazado a los pueblos indígenas de sus tierras ancestrales, y han construido un imaginario racista sobre cómo Estados Unidos se define como país. Esas creencias xenófobas se expresan más cómodamente en la era de Trump. Algunos miembros del personal de Trump incluso están afiliados a organizaciones nazis y de supremacía blanca.

Ejemplos de las consecuencias materiales de ese imaginario incluyen el encierro de estadounidenses de origen japonés, la normalización del genocidio de pueblos indígenas a lo largo de la historia, e incluso, la deportación de mis abuelos estadounidenses durante la década de 1930.

Dado que quienes están en el poder han hecho que cualquier cosa mexicana sea sinónimo de mala conducta, criminalidad e inmoralidad, la revocación o la denegación de los pasaportes estadounidenses podría ser el preludio de que lo peor está por venir.

El fascismo era una palabra reservada para los libros de historia universal que describen algunos de los periodos más atroces en los tiempos modernos.

Deberíamos estar atentos a los signos en el barómetro político, no sea que nos encontremos en medio de una historia calamitosa y vergonzosa que siempre lamentemos.

Pedro Ríos es defensor de los derechos humanos en el sur de California.

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