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Montañas de plásticos de EE.UU. terminaron en Malasia, donde son desglosadas por obreros que ganan $10 al día

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En un complejo de almacenes abandonado, cubierto con letreros que rezan “Se alquila” y ubicado a una hora de la capital de Malasia, cuatro mujeres se sentaban en cuclillas sobre cubos colocados boca abajo. Sus uñas estaban agrietadas y empañadas, sus velos humedecidos de sudor.

Con secadores de pelo, calentaban y pelaban etiquetas de una gran pila de medidores eléctricos de plástico desechados. Los adhesivos colocados en cada una de las carcasas de plástico redondas y de color gris llevaban el logotipo —similar al sol— de una compañía eléctrica lejana: el Distrito Municipal de Servicios Públicos de Sacramento.

Cómo los residuos de California terminaron en un depósito de chatarra a 8,500 millas de distancia, siendo desglosados manualmente por trabajadores que ganan $10 por día, es la historia de la remodelación del sistema global de basura y reciclaje.

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Discarded electric meters from Sacramento are among the plastic refuse exported to Malaysia for recycling.
(Shashank Bengali / Los Angeles Times)

Durante tres décadas, Estados Unidos y otras naciones industrializadas enviaron la mayor parte de sus residuos plásticos al exterior, principalmente a China, donde la mano de obra barata y las fábricas voraces desmantelaban la chatarra para convertirla en nuevos productos plásticos.

Pero hace 12 meses, China prohibió casi todas las importaciones de residuos plásticos, ante la preocupación de que las emisiones provenientes del procesamiento estaban dañando el medio ambiente. Muchos comerciantes de chatarra derivaron su carga a recicladores más pequeños, en los países cercanos del sudeste asiático, que de repente se vieron abrumados por la marea de basura extranjera.

Según datos del gobierno federal, Malasia se convirtió en el principal destino para los residuos plásticos de Estados Unidos, e importó más de 192,000 toneladas métricas en los primeros 10 meses de 2018 —un aumento del 132% respecto al año anterior—. Tailandia absorbió más del cuatrocientos por ciento de plástico estadounidense que en 2017; Taiwán casi el doble.

Estos y otros países han anunciado desde entonces restricciones a las nuevas importaciones de residuos plásticos, pero a las fábricas les cuesta manejar lo que ya llegó. En Klang y Kuala Langat, distritos industriales monótonos cerca del centro de envíos más agitado de Malasia, sacos gigantes desbordados con viejas botellas de refrescos, teléfonos de escritorio, carcasas de computadoras portátiles y hojas de ventiladores se acumulan en almacenes y lotes abandonados.

“Se han convertido en un vertedero”, aseguró Heng Kiah Chun, un activista de Malasia para el grupo ambientalista Greenpeace. “Incluso antes de la prohibición de China, a Malasia le costaba lidiar con sus desechos domésticos. No tiene capacidad para manejar residuos de otros países”.

El problema en Malasia no es la entrada de los llamados plásticos limpios —como los medidores eléctricos— que se trituran y se revenden a los fabricantes, principalmente en China, para hacer ropa barata y otros productos sintéticos. Son las grandes cantidades de desperdicios de baja calidad (envases de alimentos sucios, botellas teñidas, bolsas plásticas de uso único) que China ha rechazado, y que requieren demasiado procesamiento para ser reciclados de forma económica y limpia.

Lay Peng Pua, a chemist, led a group of residents in a campaign against illegal plastic recycling in Jenjarom, Malaysia.
(Shashank Bengali / Los Angeles Times)

La mayor parte de ellos terminó en vertederos o fue incinerada abiertamente, violando leyes locales, según los residentes y los grupos ambientales.

Una noche de febrero, los residentes de Jenjarom, una ciudad al suroeste de la capital, Kuala Lumpur, se despertaron con un olor químico y un humo que provocaba tos. “Olía a poliéster quemado”, recordó Lay Peng Pua, de 46 años.

Algunos lo atribuyeron a la contaminación del aire periódica que sufre Malasia cuando los agricultores queman los cultivos en la vecina Indonesia. Pero Pua, especialista en química, sabía lo que ocurría. Durante las siguientes semanas, ella y otras personas rastrearon el olor hasta dar con un número creciente de fábricas que habían surgido en las afueras de la ciudad —de 30,000 habitantes— y que tomaban camiones enteros de plástico.

Algunas de las instalaciones rudimentarias se encontraban en plantaciones de palma aceitera o estaban rodeadas por paredes de hojalata. Otros no hacían ningún esfuerzo por evadir las notificaciones.

A fire burns at an illegal dumpsite in Port Klang, Malaysia.
(Shashank Bengali / Los Angeles Times)

Una noche, en junio, mientras conducía a casa después de cenar, Pua vio que salía humo de una gran planta a lo largo de la carretera, y sintió ese mismo olor nocivo. “Lo hacían todos los días”, aseguró. “Nos sentíamos impotentes”.

Para entonces, ella y un puñado de otros voluntarios ya habían contado aproximadamente 50 plantas de reciclaje en el área, muchas de las cuales no parecían tener permisos gubernamentales para manejar los desechos.

Hombres en motocicletas pasaban por las instalaciones, intentando registrar sus ubicaciones en dispositivos GPS. Los activistas rentaron un dron para volar sobre el sitio y capturar imágenes. Con guantes de calidad química, Pua recolectó muestras de agua de lugares donde se creía que los recicladores habían arrojado productos químicos usados para lavar plástico contaminado. Las pruebas detectaron altos niveles de metales tóxicos.

En julio, después de meses de ignorar sus quejas, los funcionarios locales cerraron 34 plantas de reciclaje ilegal en Kuala Langat; ello provocó una protesta nacional que generó una pausa de tres meses en las nuevas importaciones de residuos plásticos. Se incautaron aproximadamente 17,000 toneladas métricas de desechos, que estaban demasiado contaminados para ser reciclados. Es probable que la mayoría termine en un relleno sanitario.

Según las noticias, muchas de las fábricas sin licencia eran administradas por ciudadanos chinos que habían trasladado sus actividades a Malasia, debido a la prohibición en China.

“Rubbish is money,” says Vincent Cheong, a recycler in Port Klang, Malaysia.
(Shashank Bengali / Los Angeles Times)

Algunos ignoraron las nuevas restricciones en Jenjarom y reanudaron las operaciones unos días más tarde mediante generadores, puesto que la ciudad había cortado la electricidad. Un centro amenazó a Pua y sus colegas; le enviaron a la mujer un mensaje de texto diciendo que había una recompensa de 100,000 dólares malayos —alrededor de $24,000 dólares estadounidenses— “para vengar a sus muchachos”.

Otros se mudaron a lugares como Klang, donde docenas de fábricas operan con aparente poca supervisión. Una mañana reciente, al final de la carretera de una planta de reciclaje donde se apilaban embalajes de plástico mixto detrás de un recinto de metal azul, las llamas ardían de un vertedero cubierto de botellas y envoltorios de alimentos.

La impunidad despertó sospechas de que algunos importadores sin licencia hubieran sobornado a las autoridades aduaneras y del orden para que miren hacia otro lado. Ello encaja con un patrón en Malasia, particularmente seguido durante el gobierno del exprimer ministro Najib Razak, quien perdió su reelección en mayo pasado debido a las acusaciones de corrupción generalizada.

“El gobierno anterior apoyó mucho a China, por lo cual algunas empresas se abrieron camino por las vías inapropiadas”, dijo Sri Umeswara, un consultor para la industria de reciclaje de plásticos, con sede en Kuala Lumpur. “Los controles eran deficientes. Los chinos se aprovecharon. Después de la elección, toda la cuestión detonó”.

Bales of plastic are stacked outside a recycling plant in Port Klang, Malaysia.
(Shashank Bengali / Los Angeles Times)

Algunos recicladores expusieron que las compañías sin licencia simplemente estaban aprovechando una oportunidad de negocio. “La basura es dinero”, remarcó Vincent Cheong, un alto y simpático hombre de 50 años que supervisa un simple centro —legal— de reciclaje, dentro de un almacén cuyas paredes blancas están llenas de agujeros.

Los medidores eléctricos de Sacramento llegaron allí a mediados de noviembre, poco después de que Cheong estableciera su negocio, comprando y desmantelando chatarra de plástico duro.

Con una trituradora y una docena de trabajadores —incluidos cinco obreros de Bangladesh, que rompían grandes restos de plástico con martillos— puede generar alrededor de dos toneladas de esquirlas de plástico al día para ser transportadas en camiones al norte de Malasia, refinadas en trocitos y vendidas a un distribuidor chino en Shenzen.

Según comentó, gana unos pocos cientos de dólares por tonelada. Pronto llegaría al puerto un gran cargamento de plástico desde EE.UU. “Es un buen negocio para nosotros, tratar de ayudar al medio ambiente”, expresó Cheong. “Pero no sé por qué EE.UU. no se hace cargo de su propia basura”.

Para los grupos ecologistas, la crisis de los residuos plásticos ilustra una falla en el sistema de reciclaje global, que durante años se apoyó en el enorme apetito de China por chatarra. Desde 1992, se estima que China ha absorbido casi la mitad de los residuos plásticos del mundo.

Sin embargo, un estudio realizado en 2017 encontró que solo el 9% de las 83 millones de toneladas métricas de plástico que se produjeron en todo el mundo se han reciclado, mientras que el 79% terminó en vertederos y el 12% fue incinerado.

Países como Malasia —que importaron cerca de 550,000 toneladas métricas de desechos plásticos en 2017, una décima parte de la ingesta de China— no pueden acercarse a la brecha dejada por la prohibición china y enfrentan una creciente presión doméstica para no ser el basurero del mundo.

El nuevo gobierno del primer ministro Mahathir Mohamed prometió proteger el medio ambiente y se comprometió a eliminar todos los plásticos de uso único para 2030.

Al mismo tiempo, se están ultimando las normas de una prohibición parcial de las importaciones de desechos plásticos que, según se informó, solo permitirá residuos no contaminados y fácilmente reciclables de países industrializados. Los funcionarios aseguran que quieren proteger una industria nacional de reciclaje de plástico de $7,000 millones, que depende de las importaciones porque los malayos generalmente no clasifican sus desechos cuando los tiran.

Para los activistas en Jenjarom existe una contradicción en la compra de residuos extranjeros al tiempo que se pide que el fin al uso doméstico del plástico. “Durante todos estos años, los países desarrollados confiaron en China para reciclar su plástico, por lo cual no les importaba”, expresó Pua. “Ahora China está tratando de solucionar su problema de contaminación, y la cuestión se está desplazando hacia nosotros. Pero el reciclaje es un mito. La causa principal del problema es que somos demasiado dependientes del plástico”.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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